Lunes, 2 de enero de 2006 | Hoy
Juan Carlos Bordón trabajaba en Cromañón. El 30 de diciembre llevó a su esposa y a sus chicos de 9 y 10 años, que murieron en la tragedia. Sin empleo, hoy sigue el trabajo de su mujer en el comedor donde alimenta a niños de la edad de los suyos.
Por Carlos Rodríguez
La música que resuena en el comedor Los Horneritos sigue el compás que marcan las cucharas, tenedores y platos. La mesa de los chicos del barrio está tendida en la calle Pi y Margall –recuerda a un catalán socialista reivindicado por los anarquistas españoles–, en Bosques, partido de Florencio Varela. A la hora del almuerzo nadie abre la boca para hablar. Juan Carlos Bordón disfruta viendo comer a los niños, algunos de los cuales tienen edades cercanas a las de sus hijos Nahum Leandro Ezequiel, de 9 años, y Solange Milagros, de 10, muertos en el incendio que arrasó con República Cromañón. “Ella gestó el comedor, hace dos años; ahora yo la sigo.” Bordón habla en presente cuando se refiere a su esposa, Rosa Beatriz Sandoval, que murió también, a los 38 años, junto con sus dos hijos menores. “En Cromañón me pagaban treinta pesos por día, en negro. Hacía trabajos de mantenimiento, cuidaba los baños y a veces estaba en la barra, como la noche en que ocurrió todo. Desde entonces no tengo trabajo fijo y estoy viviendo del subsidio que me paga el gobierno porteño.” La única queja de Bordón durante la charla con Página/12 tiene que ver con la falta de trabajo: “Parece que nos están discriminando: ninguno de los 12 que trabajamos en Cromañón pudimos conseguir empleo”.
A un año de la tragedia, con la vista pegada en la fotografía donde están juntos sus tres pérdidas, Bordón recuerda tiempos mejores: “Yo soy del Chaco, ella es de Avellaneda. Yo me vine a vivir a Wilde en 1964 y nos conocimos cuando ella tenía 14 años. Nos fugamos al Chaco antes que cumpliera los 15, porque sus padres no querían saber nada de nuestra relación. Estuvimos 25 años juntos”. Las bodas de plata se cumplieron el 21 de mayo pasado, sin festejos. “Nosotros pensábamos regalarle unos anillos de oro que costaban 180 pesos. Hicimos una colecta, pero bueno, no pudo ser”, dice la nuera de Bordón, Celia Machado, de 23 años, mientras dibuja en su rostro un gesto de frustración. Ella también colabora en la atención de los chicos del comedor.
“Ella –Bordón se refiere a su esposa– me regaló un anillo de plata, pero me lo tuvieron que cortar porque en Cromañón se me quemaron las manos y lo tenía clavado en la carne.” Durante la charla hay diferencias, por los tiempos verbales, entre Bordón y Déborah Gisella, de 18 años, una de sus hijas. “Este año cumplió 39 años”, dice Juan Carlos aludiendo a su esposa. “Hubiera cumplido”, rectifica la joven. “Cumplió”, insiste él, sin levantar la voz, pero con firmeza. Ella hace un gesto de asentimiento, mientras intercambian miradas que buscan el consenso.
Déborah había ido a Cromañón al recital que Callejeros ofreció el 29 de diciembre. “Tenía pensado volver a ir el 30, pero tuve algunos problemas por el embarazo.” La nieta que Rosa Beatriz Sandoval no pudo conocer se llama Melanie Daniela y el 5 de enero, víspera de reyes, cumplirá un año. Es una beba inquieta y risueña que se desvive por saber qué escriben los periodistas en sus cuadernos. La charla es en el comedor de la casa, al lado de una mesa enorme y de una cocina gigantesca de donde salen los platos para los 120 chicos y 25 ancianos que almuerzan, tres veces por semana, en el comedor Los Horneritos. Otros dos días, por la tarde, se sirve la copa de leche.
Bordón es maestro panadero, fue supervisor de una empresa de limpieza y trabajó de remisero. Hoy sólo hace changas en forma esporádica. “Todos los que estábamos en Cromañón nos quedamos sin nada. El gobierno nacional les dio trabajo a muchos sobrevivientes y a los familiares de las víctimas, pero de nosotros no se acuerda nadie.” Hace un mes, Bordón sufrió un accidente y se lastimó la mano derecha. Tiene un mínimo de tres meses de recuperación. Eso le impide realizar trabajos manuales como los que hacía en Cromañón. Desde hace un año viene siguiendo la causa judicial por las 194 muertes y tiene opinión formada sobre las responsabilidades.
“No sé si los Callejeros tuvieron tanta responsabilidad como Chabán, pero es evidente que tuvieron responsabilidad. La organización de los recitales era de Callejeros. A mí no me gustan las cosas que ellos declaran ante la prensa. No se quieren hacer cargo, pero el manager de ellos (Diego Argañaraz) era el que manejaba la seguridad. Era la tercera vez que tocaban en Cromañón y sabían muy bien cuántas personas podían entrar. De sólo subirse al escenario, cuando ensayaron, sabían perfectamente que no podían entrar tantas personas. Había más de cinco mil, no se podía ni caminar. Ellos no dicen la verdad”, insiste Bordón.
Respecto de la situación de los funcionarios del gobierno porteño, Bordón cree que “no se le puede echar la culpa a (Aníbal) Ibarra. El puede tener alguna responsabilidad menor, pero debajo de él había 50 personas relacionadas directamente con las inspecciones. Ibarra no iba a las inspecciones. Iban los inspectores y él tenía que creerles a los que le pasaban los informes. Ellos son los que tenían la responsabilidad directa y deben responder por eso”. El ingreso de pirotecnia, y quiénes fueron los responsables, es uno de los puntos clave, según Bordón.
“Las tres personas de seguridad que había puesto Callejeros en la entrada, revisaron a todos y no dejaron pasar nada. ¿Cómo entraron las bengalas? Lo que yo creo es que la pirotecnia la ingresaban otras personas, allegados a Callejeros, que pasaban sin que los revisaran. Yo lo vi muchas veces en Cemento: una vez adentro del local, las bengalas eran repartidas. ‘Este paquete es para Juancito, este otro es para Miguelito’. Esto lo sabe todo el mundo y los de la banda también lo saben.”
–¿Y a Omar Chabán qué responsabilidad le cabe?
–Chabán no es inocente, pero yo soy testigo de que siempre les pedía a todos que no usaran pirotecnia, que no prendieran bengalas. Nunca le hicieron caso, ni los músicos, ni el público. Creo que todos somos un poco responsables de lo que ocurrió. Los jóvenes que fueron, también. No puede ser que la juventud no tenga ninguna responsabilidad, que no piense en su seguridad y en la seguridad de todos.
En la foto que está colgado en el comedor de la casa, los dos hijos menores de Bordón tienen puestas las remeras de Callejeros. “Eran fanáticos y esa noche la mamá los llevó a verlos porque como yo y mi hijo Juan Carlos trabajábamos en Cromañón, teníamos entradas gratis. Todavía tenemos los discos de Callejeros. A veces mis hijos los escuchan. Yo no puedo, me duele mucho escucharlos. No me puedo olvidar.”
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