Apenas se los menciona, la imaginación se tiñe de amarillo cruzada de rojo carmín. El misterio, el silencio, la dificultad o ausencia de declaraciones y las diferencias culturales siempre hicieron de los crímenes dentro de la comunidad china brutales golpes de una supuesta mafia . Para la imaginación colectiva local, en la comunidad china parecería no existir espacio para arrebatos personales, violencia familiar, celos ni pasiones individuales. Todo parece producto de una oscura y poderosísima organización en las sombras, que controla drogas, prostitución, tráfico de personas y protecciones. Se habla de la lógica mafiosa, de cuidadosas venganzas y del degüello como estrategia del terror. Se habla de misteriosas tríadas, de sicarios y dagas rituales. Nadie los ha visto, sólo se habla. Y en castellano.

El 23 de febrero de 2003, un matrimonio de chinos de Hong Kong apareció asesinado en su casa, a los fondos de su supermercado, en la localidad de Martínez. Ambos, marido y mujer, tenían sus cabezas cubiertas con bolsas de nylon, pero habían sido asesinados de un disparo en la sien. “Es un mensaje mafioso”, dijo en aquel momento Angel Dono, jefe de la seccional 2ª de San Isidro. La misma policía descartó que se hubiera tratado de un robo porque la cerradura no había sido forzada y porque en el local aparecieron 6 mil pesos. El vivero que estaba enfrente del supermercado también fue asaltado esa madrugada y desvalijado, y no pertenecía a un chino. Ese dato no modificó los titulares sobre el golpe de la temible mafia amarilla.

El 21 de febrero pasado, los diarios anunciaron otro golpe de las tríadas: un ciudadano oriental denunció aprietes mafiosos. A diferencia de la amplia mayoría de los casos, en éste el denunciante daba su nombre y apellido: Gao Shen Feng, que además registraba el cargo de secretario de la Asociación de Almaceneros y Supermercadistas chinos de Rosario. Feng denunció que le habían “exigido el pago de 20 mil pesos anuales para poder trabajar con tranquilidad en su local”. Pero Feng no acusó a nadie en particular y mucho menos a una mafia china. Obviamente, si Feng hubiera sido Fernández, la mafia china hubiera quedado al margen y se hubiera pensado en otro tipo de organización, quizá más uniformada. Quizás el desconocimiento del idioma y las costumbres empujen, en un sentido, hacia el misterio amarillo, y no en otro.

El 9 de enero de 2001 los datos parecían discutir tanta duda: Zoang Hua, de 40 años, y su socio Guo Pao, de 30, estaban por inaugurar su supermercado “Coco” en la avenida Vélez Sarsfield al 4100, en pleno centro de Munro. En el lugar, además de los dueños había cinco personas, también chinas, limpiando los pisos y preparando góndolas y marquesinas. Hasta que a las 14.30 tres hombres bajaron de un auto, entraron al local, amenazaron a todos y dispararon con armas con silenciadores, a sangre fría, contra los dueños. A Hua lo mataron de un balazo en el pecho y otro en el cuello. A Pao lo hirieron en la clavícula. Según los testigos, los cinco chinos que trabajaban en el local, los sicarios eran connacionales, pero sospechosamente desconocidos.

Por otro lado, fuentes policiales aseguran que las tríadas cobran 40 mil dólares a cada chino que traen a la Argentina, le consiguen documentos apócrifos y les venden “servicios” a cambio de una cuota mensual. Un supermercado promedio paga unos dos mil dólares mensuales, cifra astronómica si se piensa que sólo en el conurbano hay 2800 supermercados chinos. “Son sociedades en las que se mezcla religión, origen, política –explicó el criminalista privado Raúl Torre–. La base es el tráfico de personas, pero aquí hay una estructura muy grande de extorsión a los supermercados y a cualquier negocio que emprendan los connacionales. Hay una parte que se dedica a la explotación de trabajadores ilegales, a la trata de blancas y al tráfico de drogas.” Pero el apriete de mafiosos no sería posible sin protección policial. “Están flojos de papeles y pagan”, aseguró un hombre retirado de la Gendarmería, que conoce sobre la mecánica de las mafias, china y demás.