EL PAíS
Alderete: Cómo empezó todo luchando por la tierra
Por Laura Vales
Cuando cumplió doce años, Juan Carlos Alderete se escapó de la casa de sus padres, en Salta, con un amigo del barrio. Querían llegar a Cuba, para pelear junto al Che. Hicieron dedo durante tres días, al cuarto llegaron a Tucumán, al quinto la policía los detuvo. Los mandaron de vuelta a casa. Dos meses más tarde, Alderete se volvió a escapar y esa vez lo descubrieron antes de llegar al pueblo más cercano. Pero cuando cumplió los trece, estaba de nuevo en la ruta: había molestado tanto con reclamos, fugas y cuestionamientos que al final consiguió que su padre se sentara a negociar con él y le firmara un permiso para viajar solo.
–Ahora hace algo parecido. No mejoró demasiado.
–Es que tenía rebeldía con la escuela, no quería ir. Yo terminé la primaria hace cinco años, en un colegio de adultos, porque de chico sólo llegué a tercer grado.
–¿Por qué no le gustaba la escuela?
–No quería estudiar. Ya no me acuerdo. Mis viejos me llevaban y apenas podía, yo me escapaba.
–¿Qué hacía cuando se escapaba?
–Me iba a jugar a la pelota. A mí me encanta jugar al fútbol.
Alderete nació en Salta, en 1952, el penúltimo de once hermanos. Su madre era cocinera y su padre albañil, peronista y dirigente sindical. No pasó mucho tiempo con ellos: vivió una parte de su infancia con una abuela, en el campo (“porque a mis padres no les alcanzaba para mantenernos a todos”), y al entrar en la primera adolescencia ya estaba en Buenos Aires, permiso paterno en el bolsillo, trabajando de mozo y lavacopas.
En la vida hizo algunas cosas insólitas, como casarse por interés, a los 17 años, a cambio de un Renault 4L y una moto.
–¿Se casó por un 4L?
–Pero la moto era grande. Además, a los cuatro meses me divorcié y me fui a una villa a hacer trabajo social.
La mudanza ocurrió en el ‘71, y el lugar fue una de las cinco villas del barrio de Colegiales, Villa Matienzo, que la dictadura barrería años después. Ahí formó su primer matrimonio “de verdad” y tuvo a sus dos primeros hijos: Sandra y Enrique.
–¿Así empezó a militar?
–En la villa, donde armamos una lista con varios vecinos y ganamos las elecciones. Y en mi trabajo, en la cooperativa láctea Argenlac, la que inventó el sachet.
–¿Cómo se hacía entonces el trabajo gremial?
–Teníamos un cuerpo de delegados muy traidor. Yo me dediqué a unir a los compañeros, porque había mucha desunión. ¿Cómo hacía para unir? Era el encargado del festejo de los cumpleaños, todos los meses, de todos los compañeros. Hacíamos asados en el camping del sindicato. Si nacía una criatura, yo me encargaba de hacer la colecta para comprarle el moisés, los regalos. Hacía campeonatos de fútbol, por sección. Eso nos fue uniendo. Y en unas elecciones, que fueron anticipadas porque hicimos renunciar a los delegados, votamos un nuevo cuerpo gremial. Me eligieron secretario de la comisión interna.
–Después vino el golpe.
–Y nunca más pude entrar a la fábrica.
–¿Se acuerda de ese día?
–Me acuerdo de que la villa estaba rodeada. Y a la fábrica no volví. Tenía pedido de captura, me escapé a Salta, estuve escondido un tiempo. Ahí se me desarmó la familia. En el ‘78 me detuvieron y me trasladaron a Caseros.
En la cárcel, dice, aprendió a jugar al ajedrez. Estuvo preso hasta el ‘81. Fue a buscar a su hijos y no los encontró.
–Fui a la villa, pero la villa había dejado de existir. Ahí vivían 25 mil familias, eran cinco villas juntas, no existía nada más.
–¿No encontró ningún dato?
–Ninguno. Me fui a trabajar con los volquetes, después en una fábrica textil; también he sido delegado ahí, en esa empresa. Así transcurrió el tiempo, no los encontré. Después me volví a juntar, me fui a vivir a San Justo, armé mi segundo matrimonio, la dictadura cayó.
–En esa época tomaron las tierras del barrio María Elena.
–Nosotros alquilábamos, pero empezaron a pedir alquileres en dólares, se había triplicado el costo. Y nos enteramos de que iban a ocupar terrenos en Laferrère.
–¿Cómo se enteró?
–A través de un amigo, que conocía a la secretaria de Acción Social de la municipalidad. El intendente era Federico Russo, peronista. El quería hacer una villa, pero ella no. Ella nos dijo: “Esta es una tierra ociosa,pero es privada, por lo tanto hay que luchar para que el día de mañana sea de ustedes”. En eso acordamos, yo había vivido en villas y sabía que si hacíamos una, jamás íbamos a poder regularizar la propiedad dominial, porque hay un reglamento, una cantidad mínima de metros cuadrados que tenés que tener. Así me fui a vivir al barrio, fui uno de los primeros.
–¿Cuál era el interés de la municipalidad en que se creara el barrio?
–En ese momento venía una interna del Partido Justicialista, y a Russo le convenía que se hiciera una villa.
–Así que, una vez ahí, tuvo que darse una organización.
–Claro, los que veníamos con prácticas sindicales, sociales, políticas, fuimos armando un tipo de organización que es similar a la de los desocupados. Cada manzana elige un delegado y un subdelegado, que hacen la actualización del padrón de su manzana. En nuestro barrio, la única institución que existe es la nuestra, la Junta Vecinal, aparte de la iglesia.
–¿La Junta Vecinal fue el núcleo de la organización piquetera?
–Muchos nos conocemos desde entonces. Hicimos muchos piquetes por la lucha por las tierras, y tomamos edificios. Hemos tomado el Parlamento por el tema de la tierra, el barrio completo. Me acuerdo de que, cuando tomamos el Congreso, fuimos todos a La Plata. Justo era el último día de sesión del año y si no se aprobaba la ley de expropiación, que era la salida que teníamos para impedir el desalojo, si no se transformaba en ley, había que esperar dos años más porque se caía el proyecto. Así que fue todo el barrio, fuimos con los chicos, con las mujeres... Tomamos las dos Cámaras. La cosa más sentida que teníamos era la tierra y la salud. Por eso es que lo primero que enfocamos fueron esos dos problemas centrales. ¿Sabe por qué existe una sola organización?
–No.
–Porque en la Junta Vecinal todos pueden votar y ser elegidos con sólo acreditar que viven en el barrio. Nosotros dejamos de lado el reglamento que dice que si alguien no es socio de la institución o no tiene la cuota paga, no puede votar.
–¿Cada cuánto hacen elecciones?
–Cada dos años. Es como en las elecciones nacionales, todo el mundo yendo con su documento a votar. En la penúltima elección se presentaron dos listas, en la otra tres. Fue la época en que todas las elecciones básicas del barrio, que eran once, se unieron e hicieron su propia lista.
–¿Usted es presidente de la Junta Vecinal desde el comienzo?
–Soy peor que Menem, reelección tras reelección.
–¿Organizar a los desocupados fue una decisión política o un proceso que se fue dando naturalmente?
–Hubo mucha discusión dentro de las CCC. Yo me quedé sin trabajo en el ‘95, y desde antes lo veníamos discutiendo.
–¿Cuántos desocupados hay organizados en las CCC de La Matanza?
–Somos 9 mil en la Matanza, y calculo que 100 mil a nivel nacional. Y a raíz de eso, de varias luchas que tuvimos en el barrio, me he vuelto a encontrar con mis hijos, con mis primeros dos hijos. Me vieron en un programa de televisión, en Canal 7 a la mañana, en el programa de Mauro Viale. Cortamos la ruta porque nos estaban cortando la luz en casi toda La Matanza. Hubo muchas negociaciones con Edenor por los cortes de luz, y uno de los que negociaba por el barrio era yo. Entonces me llevaron al programa de televisión junto con el gerente de Edenor. Y mis hijos más grandes me vieron: ahí ellos me empezaron a buscar.
–¿Cuántos años tenían sus chicos?
–Sandra, 23 y Enrique, 21.
–Fue hace poco.
–Hace cinco años, cuatro. Estuvieron dos meses para encontrar el lugar donde vivía yo. Encontraron varios Juan Carlos Alderete antes de llegar a mi casa.
–¿Usted estaba en su casa ese día?
–Sí, de casualidad. La vi llegar con una carpeta.
–¿Usted qué pensó?
–Que era de la municipalidad, con esa carpeta debajo del brazo. Ella quería saber mi número de documento y yo le decía: “¿Para qué tanta pregunta? ¿Quién te manda, de dónde sos vos?”. “Para mí es muy importante saber”, insistía ella. Y yo: “¿Quién te manda, la municipalidad, la cana, quién te manda a vos?”. Hasta que le di mi número de documento. Ella lo tenía anotado en su partida de nacimiento. Fue un momento... frío me quedé, helado. Entonces me contó que habían creído que yo estaba desaparecido. Después, Sandra vino a vivir con nosotros un tiempo, porque me quería conocer. Luego apareció Enrique.
–¿Cuántos de sus hijos viven con usted?
–Tengo seis, de tres matrimonios. Por suerte, cinco viven conmigo.
–No se le escaparon.
–Yo hablo mucho con ellos. Por lo menos dos veces a la semana me reúno con todos. Ellos están orgullosos de lo que estoy haciendo.