Anillaco parece el pueblo del final. El lugar donde todo parece poblarse de otra gente, donde las huellas de Menem hay que buscarlas con esfuerzo, detrás del nombre imperceptible de una escuela o entre los objetos muertos de la casa de artesanías.

“Hablar de Menem en el ’89 era una cosa”, dice Armando, un técnico agropecuario, parado frente a la única escuela del pueblo luego de ir a votar. “Ahora decir que uno es de Anillaco, le juega a uno en contra.”

Anillaco empezó a votar quince minutos antes de las nueve con los votantes que esperaban que terminaran de acomodarse los fiscales. Desde hacía días, y ante los números de las encuestas, el menemismo decía que a sus fiscales los estaban comprando. El viernes tenían contactados hasta fiscales suplentes que finalmente alcanzaron a cubrir todos los puestos, incluso en Anillaco, donde la calma no dejó de lado denuncias solapadas hasta de votos comprados.

Frente a la escuela, se extienden las tierras de uva y nogales del ex ministro Granillo Ocampo, parte de las cosas de los caídos que se comentan en el entretiempo. A unas cuadras la Rosadita está tapada por grandes muros de piedras, la casa de Víctor Alderete también. Y alrededor de la plaza las viejas bodegas Menem ahora llevan el nombre San Huberto. Queda la Iglesia y un jardín de infantes que construyó Carlos Menem durante uno de sus mandatos. El jardín se llama Carlos Menem hijo, aquel joven reemplazado de algún modo por Carlos Nair, una presencia pura que no alcanza.

“¡Caracúlico!”, le gritó una de las señoras de aquí. Carlos Nair pasó la semana pasada sumado de último momento a la campaña del padre. Las adolescentes riojanas deliraron por esta versión superstar del menemismo pero en los pagos de Anillaco no le fue bien. Sobre un afiche ajeado del padre puede verse una leyenda de amor para él pero a aquella mujer no le gusta. “Volvé a la tele”, le dijo.

Menem sacó 108 votos, detrás de Ricardo Quintela con 502 y Luis Beder Herrera con 257. Perdió.