Lunes, 28 de agosto de 2006 | Hoy
Por José Natanson
Ellos son jóvenes, exitosos (en el prólogo dicen que todos tuvieron la posibilidad de realizar estudios de posgrado y mandan a sus hijos a colegios privados) y están dispuestos a trasladar sus triunfos personales a la Argentina. Se trata de Horacio Rodríguez Larreta, ex interventor del PAMI durante el gobierno de Fernando de la Rúa y actual número dos de Mauricio Macri; Federico Sturzenegger, prometedor economista que acompañó a Ricardo López Murphy durante su fugaz paso por Economía y se mantuvo allí durante la última gestión de Domingo Cavallo, y Sergio Berenztein, politólogo de la Universidad Di Tella y habitual columnista del diario La Nación.
Este trío se ocupó de compilar los trabajos de “un grupo fantástico de especialistas”, quienes definen en un libro y un CD El país que queremos. El libro, editado por Temas, no está mal escrito, y probablemente no tenga malas intenciones. Hay mucha jerga de la economía y la ciencia política norteamericanas –mucho “bienes públicos”, “incentivos” y “reglas del juego”– y se nota un esfuerzo, típico de las fundaciones de impronta estadounidense, por buscar “soluciones creativas” y aportar “ideas nuevas” para los viejos problemas. Y no es que se esté en contra de eso, sino que a veces las cosas no son tan sencillas y al libro le falta una identificación más clara de adversarios, relaciones de fuerza, obstáculos institucionales o corporativos, es decir un análisis político que funcione como soporte real de estos proyectos.
El otro problema es el de los emisores. Que el número dos de Macri –el empresario que estuvo procesado por contrabando y cuyo grupo es un icono de la patria contratista– diga que “la debilidad o incapacidad del Estado es un enorme recurso político para grupos o individuos que buscan ventajas, subsidios u otros esquemas discriminatorios”, es realmente llamativo. Lo mismo puede decirse de Sturzenegger, que con su presencia en un alto cargo –secretario de Política Económica– avaló el superajuste de López Murphy y todos los desvaríos posteriores de Cavallo y que ahora, lo más campante, afirma: “Un programa efectivo de políticas tiene que basarse en cambios relativamente marginales, graduales y progresivos (...) Creemos que la ciudadanía debe desconfiar de cualquier persona o institución que sostenga que tiene soluciones fulminantes y totalizadoras para los principales problemas de la sociedad”.
Las propuestas son previsibles. Por ejemplo, para mejorar la educación, el joven estrella de Recrear, Esteban Bullrich, propone las famosas escuelas autogestionadas (ya no les dicen más “escuelas charter”) y elevar los salarios de los docentes, es decir exactamente lo contrario a lo que intentó López Murphy durante su breve gestión en Economía. Así sigue la lista de programas y proyectos del seleccionado de cavallistas, lopezmurphystas y macristas, integrantes de las fundaciones tipo Sophia y Cippec, entre quienes se encuentran Eugenio Burzaco, Osvaldo Giordano y María Eugenia Vidal. Así pasan los capítulos, sin que el lector se asombre mucho ni encuentre demasiados motivos para oponerse o indignarse. Y es que el libro no es un panfleto, pero tampoco avanza en definiciones consistentes, más allá de los buenos deseos de un grupo de chicos ricos que quizá no tengan tanta tristeza.
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