Jueves, 24 de marzo de 2011 | Hoy
Por Martín Granovsky
El golpe de 1976 vino después de un año maldito: el ’75.
El ’75 fue el año de los grandes ensayos.
Las Fuerzas Armadas consiguieron del gobierno constitucional de Isabel Perón el encargo de articular la represión.
Por influencia de uno de sus hombres en el gobierno, Italo Argentino Luder, lograron combatir con medios desproporcionadamente militares a la pequeña guerrilla foquista organizada por el Ejército Revolucionario del Pueblo en Tucumán.
Igual que en Campo de Mayo antes del golpe, el Ejército montó en Tucumán un campo de tortura y muerte, la Escuelita de Famaillá.
El ’75 homogeneizó a los altos mandos. Jorge Rafael Videla se hizo cargo del Ejército, Emilio Massera consolidó su poder en la Armada y juntos cambiaron la plana mayor de la Fuerza Aérea para remover a los dubitativos e instalar al golpista Orlando Ramón Agosti.
Dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica ganó espacio el Vicariato castrense, núcleo del integrismo en expansión.
La afirmación de Massera representó la inserción aún mayor de la organización fascista Propaganda Dos, con origen en Italia y ramificaciones en la Argentina y Brasil. Integraban la P-2, por ejemplo, el secretario privado de Isabel, José López Rega; el jefe del Primer Cuerpo de Ejército, Carlos Suárez Mason; y el diplomático experto en limpieza interna y operaciones sucias, Federico Barttfeld.
El puente entre Italia y la Argentina fue Licio Gelli, condecorado por Juan Perón en 1973. Designado funcionario en la embajada argentina en Italia, conservó el puesto con la dictadura.
El ministro de Economía, Celestino Rodrigo, ensayó el capitalismo salvaje, que llamaba “sinceramiento”, con un gobierno peronista. Devaluó la moneda un 160 por ciento. A fin del ’75 la inflación llegaría al 183 por ciento. Su mano derecha fue Ricardo Zinn, luego funcionario de la dictadura y, con Carlos Menem, diseñador de las privatizaciones iniciales.
Entre marzo y mayo de 1975, las Fuerzas Armadas, las de seguridad y los grupos parapoliciales se ejercitaron primero en un operativo conjunto contra los obreros clasistas del polo metalúrgico asentado en Villa Constitución, al sur de Santa Fe, y luego contra el pueblo que tomó como propia la lucha de los trabajadores.
El entronizamiento de Rodrigo como prolongación de López Rega cambió la naturaleza del enfrentamiento principal. Desde 1973, un polo era la izquierda peronista de la Tendencia Revolucionaria y otro, la ortodoxia sindical aliada al lopezreguismo. En 1975, ya liquidado el primer polo incluso como opción minoritaria de poder, fue la ortodoxia sindical de Lorenzo Miguel la que presionó, con miles de obreros en las calles, hasta lograr que López Rega dejara el gobierno y el país. Pero ya era tarde. El peronismo, decantado sobre una alfombra de sangre y fracturado, no podía derrotar al golpe en marcha. El partido militar se había rearmado y se disponía a transformar la Argentina mediante niveles inéditos de concentración económica y un plan científico de asesinatos masivos.
El poder militar pasó a controlar la jefatura de la Policía Federal con Albano Harguindeguy, futuro ministro del Interior.
Sin necesidad ya de la Triple A, que había cumplido su papel de represión selectiva y herramienta para sembrar el terror y generar la necesidad de orden, las Fuerzas Armadas disciplinaron y subordinaron a los grupos de choque de la extrema derecha, como la Concentración Nacional Universitaria.
En términos sudamericanos, el ’75 marcó la superioridad de la interpretación internacional realizada por el bloque que tomaría el poder el 24 de marzo de 1976. La paz en Vietnam de enero de 1973 no había inaugurado una era de decadencia de los Estados Unidos en la región, como pensaba la izquierda, sino, al contrario, una etapa de mayor virulencia. Esa etapa, claro, suponía el control de todo el continente.
La duda es si marcar el ’75 como un año maldito no puede ser una dispensa para la maldición mayor, la que comenzó en 1976. Alguno podrá preguntarse si la regresión sin vueltas no habrá empezado en el enfrentamiento de Ezeiza del 20 de junio de 1973. Dejando de lado los planteos deshonestos –los que están armados para disculpar, efectivamente, a la dictadura militar al quitarle su carácter novedoso–, cualquier hipótesis merece ser discutida. Incluso la que se ofrece aquí: el gran ensayo fue, a veces con intención manifiesta de serlo y a menudo de hecho, como suele ocurrir en la historia, aquel tremendo año de 1975.
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