Jueves, 25 de enero de 2007 | Hoy
El periodismo de investigación antes y después del asesinato. Los desafíos de la profesión en la actualidad. La búsqueda de nuevos géneros y temas que reemplacen las narraciones que fueron emblemáticas en los noventa. Y la ausencia de temas que inquieten, seduzcan y apasionen.
Por Luis Alberto Quevedo *
Hace 10 años el periodismo de investigación ocupaba un lugar muy importante en la Argentina. Se publicaban libros, informes y artículos en revistas de circulación masiva y se programaban ciclos televisivos dedicados a mostrar cómo operaba el poder. Muchas de estas “denuncias” formaron parte del clima de época del gobierno menemista y no lo dañaron. Otras (pocas) se ventilaron en la Justicia pero casi sin resultados. El caso del asesinato de José Luis Cabezas fue un punto de inflexión. Fue el hecho más dramático de aquellos años y mostró los límites de la visibilidad de los poderosos. Las notas pactadas en la revista Caras no podían confundirse con las fotos no deseadas que mostraban a los nuevos ricos de la Argentina.
No sabemos hoy con exactitud por qué mataron a Cabezas pero sí sabemos que José Luis era un reportero gráfico que no siempre enfocaba su cámara para consagrar las escenas glamorosas de Pinamar y Punta del Este. El gobierno de Carlos Menem no solamente propició un retiro del Estado en todos los niveles, sino que puso en funcionamiento una fenomenal máquina de corrupción que posibilitó una articulación perfecta entre el Estado ausente y el mercado que operaba con máxima libertad. Y pretendió instalar una nueva cultura política en Argentina donde el periodismo tenía su lugar.
En este contexto hubo un periodismo que celebró tanto la estabilidad, el endeudamiento externo y la transnacionalización de la economía como el retroceso de todas las políticas de protección a las industrias locales como el fin de muchos derechos de los trabajadores. No solo no reparaban en la pobreza y la exclusión que el modelo producía sino que se encargaban de explicar que estos “daños colaterales” eran transitorios. Este periodismo celebratorio de la fiesta de unos pocos consideró que la corrupción era el costo que imponía el gobierno de Menem a la modernización del país. Y estaban dispuestos a pagarlo.
Otra parte del periodismo utilizó este clima de época para mostrar la trastienda del poder desde dentro del poder. Nacieron periodistas que, bajo la idea de la “denuncia” de los nuevos dueños de la Argentina, se hicieron famosos y ganaron, ellos también, mucho dinero con la industria de la frivolidad. Permitían espiar la vida de los nuevos ricos (con gran complicidad de quienes eran “denunciados”) y nos contaban la manera en que hicieron sus negocios, las alianzas con el gobierno, así como la formación de los nuevos grupos económicos. Fueron los que encendieron las luces de una farándula económico-televisiva que no ocultaba sus vidas privadas. Ninguna “investigación” de este tipo derivó en acciones de la Justicia ni llegó a inquietar a los ganadores del modelo.
Otra parte del periodismo (los menos, seguramente) fueron incómodos al poder. O sea, simplemente hicieron periodismo. No sólo no compartían las fiestas de los ganadores sino que fueron muy molestos a la hora de contar sus historias o de enfocar las cámaras para transparentar escenas no deseadas. Fue el verdadero periodismo de investigación que conocimos en los noventa y que desnudó una compleja máquina de corrupción montada por el menemismo. Sin embargo, era una época donde investigar, sacar una foto molesta o simplemente contar una verdad podía tener consecuencias graves para quien ejercía esta profesión. Fue un periodismo que asumió los riesgos de la profesión. Era el periodismo que, usando palabras de M. Foucault, oponía una verdad sin poder a un poder sin verdad. Seguramente José Luis Cabezas estaba, casi sin saberlo, en esta lista.
Diez años después, el periodismo tiene los mismos desafíos pero dentro de una complejidad mayor. Sin embargo, no contamos hoy en la Argentina con un periodismo de investigación capaz de transparentar las nuevas escenas del poder. Es cierto que en los años de gobierno de Néstor Kirchner, las principales críticas no se vinculan con la corrupción. Más bien el acento crítico se ha puesto en el personalismo del Presidente, en su falta de espíritu republicano o en el mantenimiento de viejas estructuras políticas cuasi feudales (en algunas provincias o intendencias del conurbano bonaerense) mientras que predica el nacimiento de una “nueva política”. Esto no quiere decir que no existan hechos que merezcan investigación, aunque la corrupción no sea el tema central de la agenda pública.
Pero cierta complejidad también se origina en el modo en que el periodismo se posicionó ante el gobierno de Kirchner. Mientras que en los años 90 el periodismo (aun el que tenía fuertes conexiones con el gobierno de Menem) mantuvo algún espíritu crítico y encontró en las historias de ese gobierno un negocio periodístico posible, hoy se ha reconfigurado de una forma muy diferente. En un extremo hay un periodismo que aparece como tolerante con el gobierno y en el otro un periodismo muy crítico pero que no logra producir impacto en la opinión pública porque lejos de investigar solamente editorializa y se refugia en un discurso de opinión sin sustento en los hechos. Tan es así que el mismo posicionamiento del periodismo ante este gobierno ha sido un tema central del periodismo en estos tres últimos años. Nunca el periodismo se ocupó tanto de sí mismo y de producir acusaciones mutuas por su posición ante el gobierno de Kirchner como hoy.
Pero, ¿por qué no hay hoy en el campo periodístico investigaciones que interroguen al poder? No creo que sea por falta de temas, ni por falta de espíritu crítico de los periodistas. Es cierto que el menemismo ofreció escándalos, historias y personajes que no se encuentran hoy a la vuelta de la esquina. Los ganadores de los noventa fueron obscenos a la hora de exhibir sus joyas, pero ¿no hay hoy historias de la nueva concentración económica y de sus alianzas con el poder político que merezcan ser contadas? ¿Ya no hay fotos que inquieten a los poderosos? Probablemente el periodismo argentino esté en busca de nuevos géneros y temas que reemplacen las narraciones que fueron emblemáticas en los noventa. Pero lo cierto es que, 10 años después, estamos a la espera de ese efecto maravilloso que produce el buen periodismo: una rara mezcla de inteligencia que nos inquieta, seduce y apasiona a la vez.
* Sociólogo, profesor de Flacso y la UBA.
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