Jueves, 25 de enero de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › BREVISIMA HISTORIA DE LA ANTICONCEPCION
Por D. F.
La historia de las prácticas de contracepción puede revisarse a partir de aportes como los de Jean-Louis Flandrin (Orígenes de la familia moderna y La moral sexual en Occidente). Durante mucho tiempo se vino considerando que, en el Occidente cristiano, la misma idea de contracepción era impensable. Esta imagen ha comenzado a revisarse desde que ciertos trabajos mostraron la larga historia de condenas medievales que –al igual que los debates teológicos y morales respecto de esta cuestión– debían necesariamente responder a cierta realidad; concretamente, había diversas técnicas conocidas en el ámbito de la prostitución. Según observa Flandrin, no hay por qué suponer que, en la Edad Media, las prescripciones religiosas hayan sido absolutamente eficaces para modelar la conducta de las poblaciones; en sociedades donde la ilegitimidad de los nacimientos no era muy elevada y en las que solían transcurrir varios años entre la pubertad y el casamiento, difícilmente pueda pensarse que los hombres y las mujeres hayan conservado la castidad durante un lapso tan prologando.
Ya desde los primeros siglos de la era cristiana, los teólogos, siguiendo la doctrina de los Padres de la Iglesia, englobaban en el concepto de “pecado contra naturaleza” todos los actos sexuales que no culminaban en la inseminación de la mujer; los consideraban faltas de mayor gravedad que el incesto o el rapto de una religiosa. Toda búsqueda de placer carnal es condenada: el sexo entre los cónyuges se justifica en tanto obra de creación querida por Dios y la naturaleza. En este sentido, y siendo que el fin de las relaciones extraconyugales es exclusivamente el placer, el uso de métodos contraceptivos en estas relaciones no agrega nada al pecado de fornicación. Para Flandrin, la Iglesia, si bien condena la anticoncepción tanto fuera como dentro del matrimonio, es particularmente severa con esta última.
Este orden de valoración puede verificarse, ya en el siglo XV y XVI, entre los pensadores laicos como Pierre de Brantôme (Les dames galantes, citado por Flandrin), quien, al referirse al coito interrumpido, señala que “hay muchas mujeres que obtienen un gran placer por tenerlo de sus amantes, las cuales no quieren permitir que se les deje nada dentro, tanto para no suponer hijos a sus maridos que no son de ellos, como por parecerles no actuar erradamente ni hacerlos cornudos si el rocío no les ha entrado”.
Pero también en Thoma Sánchez (De sancto matrimonii sacramento, 1625) el más importante especialista en el tema del matrimonio de la Compañía de Jesús, puede leerse “la no seminación no es tan intrínsecamente mala (...). Y el fornicador no será acusado de falta si, retirándose de la mujer, eyacula involuntariamente fuera de la cavidad. Porque la polución involuntaria salida de una justa causa es necesaria y absolutamente inocente. Asimismo está exenta de falta la mujer que fornica cuando, guiada por la penitencia del crimen cometido, escurre su cuerpo para no recibir el semen viril y no consumar la fornicación comenzada, y no se le atribuirá culpa si el hombre dispersa su semen fuera. Porque ésa no es su intención, y se consagra a una cosa lícita la que se arranca al crimen comenzado”.
A partir de textos como los anteriores, Flandrin sugiere que el coito interrumpido no sólo estaba generalizado, por lo menos en los medios cortesanos, sino que, fuera del matrimonio, se practicaba por razones morales. La idea de relaciones ilegítimas siempre había conllevado la de esterilidad. La contracepción sólo podía intentarse fuera del matrimonio y para evitar el escándalo. Más tarde, durante el siglo XIX, el coito interrumpido sería uno de los principales métodos anticonceptivos utilizados en la mayoría de los países de Europa occidental, pero desde mucho antes era conocido en las relaciones ilegítimas donde el hombre está dispuesto a sacrificarse por complacer a la mujer y proteger su reputación, tal como ocurría en la antigua tradición del amor cortés.
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