Jueves, 25 de enero de 2007 | Hoy
VERANO12 › SEGUNDA PARTE
20 años en el espejo: Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas
Por Tomas Eloy Martinez
Publicado el 9 de mayo de 1993
A. D. Q. –Yo no hablé de pureza, sino de autonomía ante el poder. Voy a tomar un ejemplo concreto: he observado en tu discurso público sobre la modernidad y en tus celebraciones del progreso una cierta intransigencia con los que no están de acuerdo y una cierta condena del multiculturalismo, mientras que en el conjunto de tu obra narrativa la modernidad se ve, en cambio, como algo muy problemático.
–La modernidad sólo es problemática para los que ya son modernos. Porque si eres moderno, puedes darte el lujo de desacreditar la modernidad y reivindicar en cambio lo primitivo, lo arcaico. Pero vista desde la perspectiva de un peruano, o de un paraguayo, o de un somalí, la modernidad es un problema de vida o muerte para inmensas masas que viven en el primitivismo, no como si fuera un juego intelectual de antropólogos y politólogos, sino como gente desamparada ante un mundo cada vez más hostil. Si eres un político y tienes un mínimo de responsabilidad, no puedes plantear la modernidad como un tema de debate académico. En el Perú, la modernidad significa trabajo para los que no trabajan, instrucción básica para los que no tienen instrucción, y un mínimo de oportunidades para que gentes condenadas a la marginalidad desde su nacimiento se puedan ganar su vida.
T. E. M. –Pero ganarse la vida puede significar, cuando la modernidad es algo impuesto o forzado, perder la vida que ya se tiene. En casos como los de los indios de la etnia quiché en Guatemala o la etnia yanomamí en Venezuela y Brasil, la modernidad (o cierto símil de modernidad) se consigue con el mismo lenguaje de tierra arrasada que esgrimieron nuestros modernizadores del siglo XIX. En la Argentina se consiguió acabar con el gaucho, con el indio y con el negro casi al mismo tiempo. Se alcanzó a costa del exterminio.
–Así es. Pero la modernidad a la que yo me refiero y a la que tú te puedes también referir en estos finales del siglo XX no es ya la de quienes creían que el único modo de ser moderno en América latina era matando indios e importando italianos. Lo extraordinario de esta época es que la modernidad puede ser alcanzada por cualquier sociedad o por cualquier cultura, a condición de que se pague el precio. Ese precio no es el exterminio, por supuesto. Al contrario. Ciertos indígenas de la selva peruana, por ejemplo, son diezmados por los narcotraficantes, por los terroristas y por las fuerzas contrainsurgentes. No tienen cómo defenderse porque no son modernos. Si se los hiciera acceder a la modernidad, se los ayudaría a que sobrevivan. Naturalmente, no todo lo que ellos han creado va a sobrevivir. Pero eso ocurre con todas las formas de cultura. La modernidad es la lucha por la civilización. Y en nombre de cierta pureza racial (porque ahora hasta la raza parece que se ha convertido en un valor) no puedes condenar al exterminio a sociedades enteras que viven al margen.
A. D. Q. –Hay, sin embargo, otras concepciones de la civilización y de la modernidad, que son más críticas...
–¿Cuáles son? A ver si me convences de que hay una forma alternativa de la modernidad a la que estamos aludiendo.
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