ESPECTáCULOS
Spinetta, el Coliseo y un paseo por el jardín de los presentes
En la serie “Electroacustik”, que culmina el próximo viernes, el “Flaco” dio nuevo testimonio de una obra sin edad, en la que el pasado se reactualiza en un paquete de canciones siempre vigentes. El público que llenó la sala en el arranque agradeció el banquete.
Por Eduardo Fabregat
La ecuación Luis Alberto Spinetta-Teatro Coliseo no es precisamente nueva. Fueron muchas las veces que esa flaquísima anatomía se paseó por uno de los teatros mejor acustizados de esta ciudad, y los memoriosos recuerdan con especial amor las citas de hace casi veinte años, cuando la sala de Marcelo T. de Alvear fue escenario de una presentación que combinaba a Los niños que escriben en el cielo con Bajo Belgrano (ambos de Spinetta Jade), y alguna canción de uno de los discos más bellos del artista en cuestión, como Kamikaze. Los años fueron acumulándose, pero curiosamente a ambas partes de la ecuación, artista y lugar, les cabe lo mismo: hoy, como entonces, lucen espléndidos.
¿Qué es lo que hace tan vital a Spinetta, un hombre que ha recorrido más de tres décadas de historia musical argentina entregando obras mayores en una infinidad de estilos y variantes? Ante todo, su delicada y apasionada entrega al arte de la música y la lírica. Luis Alberto ha tocado solo, con dúos, power tríos y tríos de fusión, agrupaciones que experimentaron con lo jazzero, latidos acústicos y electroshocks violentos. El respeto hacia sí mismo, sus músicos y su público –un público que, por añadidura, a veces se vuelve irritante en sus expresiones de devoción– es seguramente lo que lo mantiene íntegro. Pero aun así resulta asombroso que desempolve un diamante de Almendra como “Para ir” y su voz luzca intacta, y siga erizando la piel. Spinetta está entero cuando canta eso y cuando canta “Su amor allí”, un estreno con el que abrió esta serie Electroacustik, y eso lo define: el pasado y el futuro se dan la mano, y todo brilla bajo la media sonrisa de ese artista que nunca quiso saber nada con el bronce, pero se empeña en seguir escribiendo páginas que lo ameritan.
El espectáculo con el que el “Flaco” está cerrando este año tormentoso tuvo un debut para la historia. Fue en septiembre y nada menos que en el Teatro Colón, una tarde-noche mágica en la que comenzaron a descubrirse las sutilezas de la nueva formación instrumental. Apoyándose en la artillería de teclas de Cardone y el Mono Fontana, con el “Bebote” Malosetti dibujando casi en las sombras, en esta etapa Spinetta saca a la luz canciones de lugares y momentos diferentes. En el final de la noche del jueves, antes de un estreno sin título, mostró su enojo porque se hablara de “retrospectiva”, pero al cabo es una cuestión menor. Es que lo exhibido en el Coliseo es un pack tan valioso como atemporal, una cadena que une 1969 con 2002 de manera armoniosa. Los eslabones, además, tienen una fortaleza que no se funda en su relevancia histórica, sino en el valor de su interpretación actual. ¿Qué importa en qué disco aparece “Leves instrucciones”, si la versión que suena ahora sigue siendo emotiva, desgarradora y bella?
Así, la lista de este show produjo un arrobamiento que consiguió el milagro: hasta bien entrada la noche, los habituales pedidores de cada ceremonia spinetteana se quedaron en sus trece, abiertas las orejas y cerrada la boca. Una tras otra, “A Starosta, el idiota”, “Tonta luz”, “Al ver verás”, “La pelicana y el androide”, “Cielo invertido” (precedida por una soberbia intro a cargo de Malosetti), fueron creando un clima de recogimiento, preámbulo de ovaciones sin afectación. Sin manierismos, Spinetta dejó fluir la evidente comunicación con sus músicos, intérpretesde una idea que permite que una canción pueda ser lo que afuera es imposible, un mundo perfecto.
Respecto de aquella velada paqueta del Colón, hubo dos ingresos, ambos inspirados y ambos respondiendo a un espíritu que busca las canciones antes que el greatest hits tribunero. Uno fue “Alcanfor”, rara pieza oculta hacia el final de Tester de violencia, que encajó a la perfección entre la orquestada (vía Fontana) relectura de “Maribel se durmió” y “Vera”. El otro, “Asilo en tu corazón” (del La La La registrado junto a Fito Páez), se ubicó después de la urgencia rítmica de “Ludmila”, como respondiendo a un deseo oculto de la gente que nadie hubiera podido expresar de antemano. Revisando lo que Spinetta volvió a cantar en ese momento en que la comunión llegó a un punto culminante, no parece casual. “Y me veo partir, soy un barco que se hace a la mar/ y en todo retorno, un cambio nacerá”, susurró. Podría decirse que es como una declaración de principios, pero es sabido que Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade, todo Luis y su obra, no “declaran” principios. El simplemente toca y canta, ahí está todo, y el que quiera que escuche.
Alguna vez acusó: “Vos nunca me oíste en tiempo, siempre tuviste un poco de miedo”. Hoy el tiempo sencillamente no importa. Bajo las tenues luces del Coliseo, ese lugar que es también parte de su historia, Luis Alberto Spinetta sigue entregando canciones necesarias, sin edad, sin excusas ni discursos. Habrá que seguir y seguir, entonces, pidiendo un asilo en su corazón artístico.
Músicos: Luis Alberto Spinetta (guitarra acústica y eléctrica), Juan Carlos Fontana (piano, teclados), Claudio Cardone (piano, teclados), Javier Malosetti (bajo acústico y eléctrico).
Duración: 95 minutos.
Público: 1200 personas.
Teatro Coliseo, jueves 21 de noviembre. Repitió anoche y sigue el próximo viernes 29.