ESPECTáCULOS › PINK Y AVRIL LAVIGNE, LAS CHICAS BRAVAS QUE DESCUBRIERON EL NEGOCIO DE LA MUSICA EN EL SIGLO XXI
El poder de la nueva generación
La imagen que cultivan prueba hasta qué punto la estética de la transgresión entre las cantantes mujeres se transforma a medida que pasa el tiempo. Quieren lucir sin artificios, invitando a los jóvenes adolescentes que las siguen a mostrarse “tal cual son”.
Por Verónica Abdala
Si las palabras tuvieran dueño en el mundo del negocio musical, a Madonna le hubiese correspondido la propiedad de la palabra “transgresión” durante buena parte de los ‘80 y los ‘90. Hace poco más de diez años costaba imaginar que la escena del pop y del rock liderada por mujeres deparara en el futuro imágenes más impactantes que las que emanaban de la rubia material. Más allá del talento comercial que la catapultó a la cima como un icono indiscutido del pop y la mantuvo al tope de los rankings durante buena parte de la década pasada, lo cierto es que frente al entusiasmo con que simulaba masturbarse sobre inmensas cruces de madera, o ante la audacia con que lideraba coreografías que parecían auténticas orgías, ninguna otra artista hubiera podido postularse siquiera como su competidora.
A la distancia, sin embargo, y frente a algunas de las actuales cantantes mujeres que se han ganado un merecido lugar en el negocio de la música, como Avril Lavigne o Pink por mencionar sólo dos, los patrones estéticos a los que respondía la chica material –variados si los hubo, pero siempre pensados en función de la mirada masculina– parecen arcaicos, definitivamente pasados de moda. Las chicas bravas de hoy destilan sobre los escenarios tanta rebeldía como su antecesora, pero cultivan un perfil bastante más andrógino, agresivo aunque de modo diferente, decididamente alejado de ciertas normativas estéticas que implícitamente pesaban sobre el género.
Ni Pink ni Avril Lavigne, por nombrar dos exponentes de la nueva generación, parecen desveladas por mostrar un cuerpo trabajado en el gimnasio, ni por calzarse medias de red o corsets ajustados de pechos puntiagudos, como los que vestía Madonna o los que siguen calzándose dos décadas después otras figuras pop como Cristina Aguilera, Shakira o Breatney Spears, que artística e ideológicamente se ubican en las antípodas. “Yo no podría caminar por las calles ahogada por un maldito corpiño”, acusa Lavigne en relación con Britney Spears. “No estoy tratando de disuadir a nadie, pero la ropa que llevo en el escenario es la misma con la que me retiro a mi casa, con la que voy de compras por mi barrio”. “De todos modos no se puede tomar en serio a una chica que, de forma absolutamente ilógica, se pasea por el mundo jurando que es virgen, cuando todo en ella la contradice”, dice Avril, utilizando la lógica de su espontaneidad.
Pink y Lavigne, definitivamente, cultivan otro perfil. Al punto de que se toman a la ligera inclusive los malos modales que suelen exhibir en las entrevistas o sobre los escenarios, y hasta son capaces de trompearse con alguno de sus compañeros varones en medio de un show –como ha ocurrido en una oportunidad con Lavigne– si lo consideran necesario. El hecho de que las nuevas chicas se relacionen con sus compañeros varones en términos de igualdad –ellas no parecen querer únicamente seducir a los hombres, sino simplemente interactúan en un plano de equidad–, es una de las características que las definen, y de la que presumen. Aunque determinadas actitudes puedan alcanzar ribetes grotescos. “Es como tu hermanita menor”, definió a Avril uno de los músicos que la acompaña en escena. “En el fondo sabés que no te va a lastimar, pero por las dudas tenés que tener cuidado, porque la cosa se puede poner brava.”
Lavigne –canadiense, de 18 años– es una de las estrellas de rock surgidas en los últimos años que mejor parece cultivar ese perfil guarro y varonil que se ha puesto de moda. Mientras Breatney Spears insiste en jurar que nunca tuvo relaciones sexuales mientras ensaya poses muy sugerentes frente a las cámaras de televisión, Avril (más de dos millones de copias vendidas de su disco debut, Let Go, ganadora en el rubro Revelación Nueva Artista de MTV el año pasado) es capaz de levantarle en escena el dedo mayor a su guitarrista y “apurarlo”, sólo porque la chocó en forma accidental. Inclusive, en una ocasión maldijo a un colega que hacía playback en la radio, y puteó a la locutora de la emisora, cuando ésta le advirtió que la sacarían finalmente del aire. La leyenda de Avril dice que han llegado a echarla de boliches en los que estaba contratada para tocar, e incluso de varios hoteles, tras haber protagonizado escándalos de todo calibre. “No soy una mala persona, simplemente no me gusta que me molesten, y me defiendo”, es el tipo de respuestas escuetas que esgrime.
Avril es frecuentemente comparada con Alanis Morissette, otra canadiense exitosa que se destapó en los ‘90 y que de algún modo también contribuyó a la destrucción de ciertos estereotipos vetustos que arrastraban las artistas mujeres. Es por eso que a su sucesora, al parecer, no le molestan las comparaciones. “Adoro a Alanis”, asegura.
Cuando a mediados de la década pasada, Morissette presentó un videoclip en el que se mostraba completamente desnuda viajando en subte, muchos sintieron que heredaba con justicia el mote de la cantante más transgresora del momento. Sobre todo porque su imagen despojada no remitía en lo más mínimo a la sugestión que habitualmente –otra vez Madonna– pretendían las mujeres puestas a desnudarse en público. La imagen de su cuerpo –que en su momento se vio hasta el cansancio en la pantalla de MTV– ponía en evidencia toda clase de imperfecciones. Ella no tiene ni las pantorrillas de futbolista de Madonna (a la que se vio en una serie de desnudos frontales en el controvertido libro de fotografías Sex), ni sus pechos turgentes, ni su cintura de avispa, y su peinado seguramente hacía años que no caía en manos de un peluquero. Sus piernas demasiado cortas en proporción al largo del torso, su larga y oscura cabellera ondulada y sus pies descalzos parecían marcar, en este sentido, un punto de inflexión. La imagen de Morissette sugería indefensión, antes que significados asociados al imaginario erótico; espontaneidad antes que superproducción. Como si su dueña estuviese queriendo decir a través de esa imagen: “Esta soy yo, acéptenme sin artificios. Eso es lo más difícil”. Avril dice, en la misma línea de pensamiento: “Me preocupa poco y nada lo que se diga de mí. Recién empiezo, y claramente voy a ser yo misma, les guste o no a las demás personas”.
Sacados del contexto habitual del mundillo del rock, las declaraciones y actitudes de Pink también pueden llegar a resultar chocantes y hasta escandalosas a oídos más conservadores. Su vida cambió poco después de haber cumplido los 16 –ahora tiene 22–, cuando firmó un contrato solista con una importante compañía discográfica de Nueva York, tras ser hallada por un descubridor de talentos en la estación de servicio en que trabajaba. Hacía un año que se había emancipado de su madre y poco después también abandonaría el secundario (“No soportaba pasar mis días en un lugar en el que lo más importante es la marca de tus zapatos”).
A Cant’me home (2000), su disco debut, doble platino en los Estados Unidos, le siguió Missundaztood, su segundo álbum, con millones de copias vendidas alrededor del mundo. “Eso me sirvió, entre otras cosas –dijo en una oportunidad y con el cinismo que a veces saca a la luz– para que mi madre, que antes me corría a palos, se jactara frente a sus amigos de que tiene una hija famosa, y me pidiera autógrafos. Lo acepto de todos modos. Lo que a mí me llena es que haya muchos como yo que no enganchan con la basura adolescente y puedan tener una opción alternativa. Para eso es que estoy trabajando. Yo soy parte de una generación que nunca tuvo que luchar por nada, y eso se traduce en que haya demasiada música superficial. Yo quiero salirme de eso, abrir caminos, abrir las mentes, romper estereotipos, en la música, en el sexo. Creo que el mundo está listo para crecer. ¿Van a condenarme por eso?”.
¿Que si la imagen que muestran estas dos chicas podría ser un producto fríamente diseñado por algún cerebro de marketing de las respectivas compañías discográficas? Es una de las posibilidades, pero en definitiva eso no sería lo más importante. Como fuera, ellas reflejan de un modo u otro, y mucho más marcadamente que otras cantantes mujeres, las variaciones de eso que podría llamarse la estética de la transgresión. Incluso si fueran producto del marketing estarían poniendo sobre el tapete cierto estado de cosas, la ruptura con ciertos códigos estéticos que hasta acá pesaron sobre el género por parte de una generación. En definitiva, la de ellas es una bandera que levantan otros millones de chicas alrededor del planeta.
“No me interesa si gusta o no, yo soy así”, se defiende Pink. “Si la gente cree que el mundo es una maldita caja de lápices de colores, al menos pretendo que me dejen escoger el mío”, señala. Ella –hija de un veterano de Vietnam, y fanática del skate, que con su nombre se propuso homenajear a Mr. Pink, el personaje que encarna Harvey Keitel en Tiempos violentos, de Quentin Tarantino–, como Avril, se muestra decidida a deshacerse de innecesarios artificios, y jura que le preocupa poco y nada que su espíritu indómito pueda causarle problemas: prefiere diferenciarse, como invitando a los jóvenes adolescentes que la siguen a mostrarse “tal cual son”, incluso si eso supone sacar de debajo de la alfombra dramas familiares de alto calibre, como hizo ella en uno de los temas de su último disco (Family Portrait), exhibir impulsos destructivos que a menudo se vuelven incontrolables, o plantarse frente a la autoridad con gesto desafiante. Ella probó en reiteradas oportunidades que es capaz de hacerlo. Para la grabación de su segundo disco, por ejemplo, convocó a una de las chicas con las que tocaba en la calle cuando no era famosa, y con la que más de una vez le tocó ir presa. “Era buena y eso era todo lo que importaba” argumentó. “Después de oírla la policía y los vecinos buchones que nos perseguían deberán explicar por qué nos detuvieron tantas veces argumentando que juntas atentábamos contra la tranquilidad de la calle”.