SOCIEDAD › HASTA DONDE PARTICIPAN LOS HOMBRES EN LAS TAREAS DEL HOGAR
Igualdad, pero no tanto
Una investigación revela que los hombres no comparten realmente la responsabilidad por la casa y la familia. Ellas se adaptaron al doble rol de trabajadoras y madres ellos se resisten y sólo hubo un cambio notable en la relación con los hijos. Aun así, ni hablar de cambiar pañales.
Por Mariana Carbajal
Se supo la verdad. No es cierto que los varones estén compartiendo codo a codo las tareas domésticas con sus esposas cuando los dos cónyuges salen a trabajar. La revolución femenina está estancada. Más y más mujeres han adoptado el doble rol (añadiendo el productivo al reproductivo) sin que ellos hayan hecho cambios equivalentes en lo doméstico. Así lo demuestran dos investigaciones del Centro de Estudios de Población (CENEP) a las que tuvo acceso Página/12. Son las primeras que se realizan en el país para medir la real participación de los esposos a la hora de lavar platos, planchar, pasar el trapo y poner la mesa, entre tantos ingratos deberes hogareños. El cuidado de los hijos es otra cuestión: en ese terreno es notable el creciente involucramiento de los padres. Aunque hay una tarea que se resisten férreamente a asumir: el cambio de pañales. Sólo en el 8 por ciento de los hogares relevados de sectores bajos y en el 15 por ciento de los de sectores medios, ellos hacen la mitad de esta tarea. “Es una provincia irreductible, les da mucho asco, su religión se lo prohíbe, dicen”, señala la socióloga Catalina Wainerman, autora de los estudios.
“Incluso, son más las mujeres que han invadido actividades típicamente masculinas, como contratar a un pintor o llevar el auto a cambiar el aceite, que viceversa. La única actividad que verdaderamente lidera el cambio de la participación de los varones en las tareas domésticas es hacer las compras: cada vez son más los que comparten esta tarea con sus esposas”, precisa Wainerman, reconocida investigadora especializada en el estudio de la familia. La socióloga del CENEP realizó un primer estudio exploratorio de los comportamientos de los varones como esposos y como padres que será publicado en los próximos días dentro del libro Familia, trabajo y género. Un mundo de nuevas relaciones, que editará el Fondo de Cultura Económica en conjunto con Unicef y que incluye una serie de trabajos compilados por Wainerman. En ese caso, entrevistó separadamente a esposas y esposos de 35 parejas donde ambos trabajaban y tenían hijos pequeños, de sectores medios, residentes en el área metropolitana.
Como continuación del relevamiento, Wainerman encaró otra investigación –cuyos datos está terminando de analizar y este diario publica como adelanto– sobre 200 hogares de Capital Federal y Gran Buenos Aires, la mitad de sectores medios con alto nivel de educación y la otra de sectores bajos con muy baja instrucción, todos con hijos pequeños y de uno o dos proveedores. “Los datos que estamos terminando de ver siguen las tendencias de lo que encontramos en las primeras 35 familias y de lo que se ve en otras sociedades donde ya se han hecho investigaciones serias, como Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Canadá y España: los varones no han incorporado el doble rol en la proporción en que las mujeres se incorporaron al mercado de trabajo, lo que significa para ellas extenuantes jornadas de trabajo doméstico que se suman al extradoméstico”, destaca Wainerman.
Falsas excusas
En comparación con la generación de sus padres, los varones incrementaron su participación en las actividades hogareñas, pero de manera no pareja: asumieron más actividades ligadas a la paternidad, no así a la domesticidad, según surge de las investigaciones a cargo de Wainerman. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares procesados por la investigadora muestran hasta qué punto las mujeres se mantienen trabajando a tiempo completo aun con hijos muy pequeños, es decir, hasta qué punto han adquirido un comportamiento que se está asemejando al
de sus cónyuges masculinos. Para
la socióloga norteamericana A. R. Hochschild esta situación muestra que la revolución femenina ha quedado “estancada”.
Según la EPH, en los hogares en los que los dos trabajan, son mayoría (algo más del 50 por ciento) las parejas en las que este tiempo se reparte por igual. “El hallazgo es particularmente interesante por su relación con un argumento esgrimido con frecuencia por los hombres para justificar suescasa participación en las actividades del hogar: la disponibilidad de tiempo. Apoyándose en el argumento de que trabajan muchas más horas en actividades extradomésticas que sus esposas, encuentran equitativo que ellas dediquen mucho más tiempo que ellos a las actividades domésticas. A juzgar por los datos mencionados, el argumento no es válido para al menos la mitad de las parejas de los hogares nucleares completos en los que ambos cónyuges están ocupados”, observa Wainerman.
Cueritos
Wainerman quiso saber en qué medida los señores son sensibles al cambio experimentado por las señoras. Preguntó en los 200 hogares del ámbito metropolitano que formaron su segunda muestra quién se hace cargo y en qué proporción de una serie de actividades domésticas cotidianas y ocasionales vinculadas al cuidado de los hijos. Y encontró que hay “muy pocas tareas domésticas que son verdaderamente compartidas por varones y mujeres”. Tal es el caso de la planificación de la vida social de la pareja, hacer las compras y poner la mesa. Las dos primeras son compartidas por alrededor de la mitad o más de los esposos y esposas. “Estas –destaca Wainerman– son las que lideran el cambio hacia la participación de los varones.”
En cambio, no son masculinas “porque ellos hacen nada o parte”, cocinar, lavar los platos, hacer las camas, poner la mesa, limpiar la casa, organizar la limpieza, poner la ropa a lavar y planchar, todas ellas tareas diarias. Mientras que en los sectores medios ellas delegan parte de la ejecución en el servicio doméstico, y mantienen la responsabilidad sobre la tarea, en los bajos se concentran ambas funciones en la misma mujer, o la delega en sus hijos mayores. Sí, en cambio, son patrimonio de los esposos mantener el auto cuando existe, que es ocasional.
Es curioso, observa la investigadora, que en las actividades no cotidianas que involucran tecnología (como cambiar cueritos y realizar otro tipo de arreglos de la casa), el poder y el manejo de decisiones (como contratar un pintor) o el manejo de dinero (como pagar cuentas), en las que podría haber más marca genérica masculina, no la hay. “Ni masculina ni femenina. En este caso hay dos situaciones: mayor frecuencia de hogares en los que los hombres hacen la mitad de las actividades; y por otro lado, más diversidad de modelos”, detalla Wainerman. Por ejemplo, en relación con cambiar cueritos, en el 70 por ciento de los hogares la tarea está marcada en masculino, pero en 25 por ciento de los hogares en femenino. Más clara es la situación en cuanto a detectar cuándo hay que cambiar los cueritos: aquí aparecen tres modelos: en 41 por ciento de los hogares es una tarea masculina; en 43 por ciento no es masculina, y en 17 por ciento es compartida por uno y otro género. La misma pauta aparece en relación a contratar un pintor o a pagar las cuentas. “Esto indica un proceso de cambio social que está en camino”, aclara la especialista.
Pañales
Afortunadamente para ellas, las cosas son bastantes diferentes en relación al cuidado de los niños. Son muchas menos las parejas en las que prevalece una nítida segregación por género, en tanto que el número de parejas que comparten la paternidad es mayor. El problema es que aun cuando participen, los padres a menudo no asumen la responsabilidad total por la tarea, sino sólo por su ejecución. Actúan como asistentes o como complementos de sus esposas. “Cuando la segregación existe, toma la forma de padres que no hacen nada, o sólo un poco, y madres que hacen todo, como ocurre con el trabajo doméstico. Pero a diferencia del trabajo doméstico, en este caso las madres casi no tienen ayuda de otros en el hogar, sea de un servicio pago o de familiares”, revela Wainerman.
El cambio de pañales es paradigmático. “Figura entre las actividades del cuidado de los niños más rechazadas por los padres, dicen que les da asco, que su religión se lo prohíbe”, señala la investigadora. Cuando los dos trabajan, los hombres hacen la mitad de esta tarea sólo en el 8 por cientode los hogares pobres. Esa proporción casi se duplica en las familias de sectores medios estudiadas, donde llega al 15 por ciento. En la otra mitad, en esos casos, puede hacerla la esposa, una abuela, un hijo mayor o el personal doméstico, ya que en dos tercios de los hogares de sectores bajos ellas hacen todo o la mayor parte y en los medios la tarea recae completamente sobre las esposas en un 44 por ciento de los casos.
El relevamiento confirmó que son cada vez más los hombres que bañan a sus hijos: en los sectores bajos, en 8 por ciento de hogares se hacen cargo ellos de la mitad de la tarea, en los medios, en 22 por ciento de las familias. También son más los que concurren a las reuniones escolares: se trata de una tarea compartida en uno de cada 5 matrimonios con poca instrucción y en uno de cada 3 más educados. Pero hay otros territorios que siguen siendo mayoritariamente femeninos. Adivine quién se queda en la casa cuando los hijos se enferman: en alrededor del 80 por ciento son ellas las que faltan al trabajo y apenas en un 3 son los padres.
Wainerman preguntó también quién en la pareja se encarga de detectar que a los chicos hay que cortarles las uñas –que no es lo mismo que cortárselas–, ya que implica una preocupación y en ese sentido ocupa lugar en la cabeza. Aquí sucede prácticamente lo mismo en sectores medios y bajos: en un 70 por ciento es responsabilidad de ellas y apenas en alrededor de un 10 por ciento de ellos. Y es compartida en 17 por ciento de las familias pobres y en 24 por ciento de las medias. Para Wainerman, hay una actividad muy reveladora del avance femenino en territorio tradicionalmente masculino: retarlos, que históricamente estuvo a cargo de ellos, hoy en la mitad de los hogares se comparte.
“La paternidad –concluye Wainerman– parece haber adquirido un valor social que no tenía antes y uno que el trabajo doméstico no ha alcanzado y que es poco probable que alcance en el corto plazo.”