EL PAíS › MONICA MARTIN, SECRETARIA DE PIANA
“Cavallo decía ‘ganemos guita, pero no tanta’”
Cansada de amenazas, la testigo clave del caso del contrabando de oro habla por primera vez de lo que vio y viene testificando desde 1998. Cómo se armaba la maniobra. El rol del funcionario de Cancillería Jorge Campbell. Lo que sabía el ministro Cavallo. La ocasión en que su patrón le mostró “un palo verde” en efectivo.
Por Adriana Meyer
“¿Alguna vez viste un palo verde?”, le preguntó hace diez años Enrique Piana a Mónica Martín. Abrió el baúl de un BMW y le mostró los fajos de verdes billetes que estaban adentro de una valija metálica. Martín se convirtió en la testigo clave del caso de la mafia del oro porque vio cómo se desarrolló una parte de la maniobra con millonarios reintegros. Tras el procesamiento del ex funcionario de Cancillería Jorge Campbell, fue careada con él y ratificó sus dichos de 1998, cuando había afirmado que redactaron juntos un informe para Domingo Cavallo. El entonces ministro de Economía pedía explicaciones por las gigantescas cifras de exportación de Piana. En esta entrevista con Página/12, Martín aseguró que, según Campbell, Cavallo sabía todo pero “paraba la cosa”. La mujer le escuchó decir que el ministro mandaba un mensaje: “Muchachos, ganemos guita pero no tanto”. Siempre evitó la exposición pública pero decidió hablar porque antes del trámite judicial recibió llamadas intimidatorias. “Sabemos que tenés una hipoteca, debe ser muy feo quedarse sin casa”, le dijo una voz anónima que sólo mencionó ser un amigo en común con el ex funcionario. En su libro, el arrepentido Piana la definió como “una empleada que sabía demasiado”, a la que decidió despedir.
A diferencia de Piana, que confesó para tratar de mejorar su situación pero terminó preso y procesado por asociación ilícita, Mónica Martín no tiene ningún interés sobre el desarrollo del proceso. Divorciada, con dos hijos, ingresó a Casa Piana en 1992 y coordinaba las ventas a los clientes tradicionales: los tres poderes del Estado, las academias de historia, las universidades nacionales y privadas, masones, monjas y rabinos. “La definición de que era la Joyería de la República es mía. Hicimos la plumita de avestruz de los convencionales constituyentes y la medalla civil del almirante (Isaac) Rojas”, recordó Martí. “Algunos jueces federales y personas del Jockey Club venían a reclamar ellos mismos su medalla”, agregó. La contrataron para centralizar lo que Piana llamaba el “chiquitaje”, la parte de la empresa que había creado el abuelo orfebre e italiano. Y “el negocio de la exportación” pasó a las oficinas de la calle Libertador. “Los Seligmann hablaban en voz alta burlándose de las monjas y los rabinos, y cuando yo me quejé Piana me dio la razón. En definitiva, yo no era del riñón de ellos pero me tenían absoluta confianza”, evocó.
–¿Qué pasó en Casa Piana cuando el caso se hizo público?
–Cuando salió la investigación de Julio Nudler en Página/12, que descubrió el tema, sentí que era lo que había vivido. La fachada de Casa Piana, la galería de arte, tenía que seguir intacta. En varias oportunidades vinieron los norteamericanos (de Handy & Harman), estaban vestidos con botas y vaqueros, y tomaban whisky sin hielo. Esa trastienda se mostraba y yo era la cara visible. Recuerdo la visita de (Gustavo) Parino, el administrador de Aduana, que tenía que llevar una medalla a Francia. Piana me dijo “vos le vendés la medalla pero después lo quiero adentro porque lo tenemos que enganchar”. Cuando se fue escuché que Piana gritó “el boludo no picó”. Así fui sumando datos. Cuando ocurrió el robo del camión de Juncadella en Ezeiza con un cargamento de oro, Piana me dijo que aparentemente había sido un operativo de inteligencia para hacerles saber que sabían lo que estaban haciendo. No sentí miedo, pero me pareció raro. Empezaron a aparecer como socios los que antes eran proveedores. Y se empezaron a cuidar de no hablar ciertas cosas frente mío, empezaron los gritos de “llamalo a Schiaretti”, “tenemos que tener una reunión en la Aduana, no puede ser que nos tarden tanto en el tema del reintegro”. Al poco tiempo escuché que mencionaban a (Jorge) Campbell, que yo lo conocía del club CUBA y ya sonaba como futuro funcionario.
–¿Con él redactó el informe que exigía Domingo Cavallo?
–Sí, Piana me dijo que era urgente para el ministro y me indicó “vos hacé el speech, la historia de Casa Piana, nuestros clientes, y la partede exportación y de nuestras garantías financieras te las va a dictar Jorge Campbell, que a partir de ahora va a ser un colaborador nuestro”. Y así fue, se sentó al lado mío y dijo “ahora empezamos con el verso”. Piana me indicó que el informe tenía que ir en hojas bordó con tapas en dorado.
–¿Qué tenía que demostrar el informe?
–Cavallo exigía que le explicaran cómo un país que no tiene oro exporta oro. Obviamente, como dijo Campbell, Cavallo sabía pero las formalidades había que cumplirlas. Según Campbell, Cavallo actúa como el que para la cosa... “muchachos, ganemos guita pero no tanta”. Esa es un expresión de Campbell. Entonces el mensaje era “ojo porque se nota en los números, quiero una explicación porque este negocio no me pertenece”. Eso dice Campbell. Después me explicaron que hay dos líneas de investigación, una según la cual la mafia del oro es un negocio de (Alberto) Kohan y otra dice que es de Cavallo. Campbell me explicó para que yo entendiera lo que después me iba a dictar: “Nosotros le compramos oro al Banco Baires para hacer medallas escultóricas y las exportamos con un valor agregado, y además tenemos un reintegro por exportación. Pero a Cavallo no le cierra que ingresemos oro y que exportemos con un valor agregado importante”. Lo que Campbell no me termina de decir es que las medallas no eran medallas, que iban a sus propios socios en Estados Unidos y que el oro volvía a entrar. En el informe había que contar la expansión de Casa Piana, que había contratado mucho personal. Lo que no se dijo es que era en negro y sin experiencia para una tarea muy peligrosa. Hubo dos jóvenes que se quemaron porque no tenían el uniforme correspondiente, en el crisol se fundía de noche y una vez estalló.
–A quiénes enviaron el informe?
–Uno a la Aduana y el resto había que mandárselos a Campbell a Lanusse (consignataria de hacienda) que él iba a hacerlos llegar al ministro y a las demás autoridades. Yo empecé a sentir que Piana quería que me fuera. Tuve un episodio de estrés porque como el taller estaba sobrecargado por la exportación yo no podía obtener a tiempo una medalla para alguna señora del Jockey que había perdido su llavero. Claro, los lingotes llegaban y había que deshacerlos rápido. Era un clima tenso, Jorge Piana diciendo “vamos todos en cana”. Es la época en que Piana me hizo conocer las oficinas de Libertador y me dijo que una era la de Campbell. Las chicas estaban entusiasmadas porque iban todos a la asunción de Campbell. Empecé a sentir que no había retorno, que yo ya no pertenecía a ese grupo. Me ofrecieron una cena de despedida y un Rolex de oro que no acepté. Pero pedí la indemnización que me correspondía. Y para eso acudí a una persona que conocía de cuando trabajé en la Aduana en la época de Cámpora, el diputado Carlos Sueiro, que me contactó con un abogado laboralista que es su asesor. Yo no me consideraba vendedora pero él me dijo que tenía que reclamar la comisión por ventas que establece el estatuto de la UOM e incluso sugirió que las pidiera también por las exportaciones. Evidentemente sabían del negocio. Al final Piana me dio tres cheques diferidos, pero yo pedí además que pusieran por escrito que se comprometían a no hablar sobre mí en público ni en privado, para que no me ensuciaran a futuro si yo contaba algo de lo que había visto. Ahí saltó mi abogado y dijo que si había un solo comentario sobre mí todo el bloque peronista iba a salir en mi defensa porque sabían lo de los lingotes de oro. Sentí que era demasiado.
–¿Piana la nombra en su libro?
–Se refiere a mí sin nombrarme. Dice que una secretaria llegó hasta la extorsión en combinación con un dirigente de Aduana, y da a entender que tenemos una relación. Eso ni me va ni me viene. Pero luego cuenta que lo llamaba para encontrarnos en un club de tenis a conversar. Dice que habían decidido separarme de todos modos porque “sabía mucho”.
–¿Qué pasó antes del careo?
–Me llamó Sueiro para que le averiguara por qué yo aparecía en el libro conectada con él. Le contesté que no fue un secreto que el tipo que negoció mi indemnización es asesor de él. Después me pedía que le averiguara si iban a ser citados. Le dije que cómo se asombraban que los involucraran y le recordé que su asesor los había amenazado con mandarles el bloque peronista. Luego, dos días antes del careo me llamó una persona que dijo ser un amigo en común con Campbell, me pidió que no me presente y que tire la fecha para más adelante porque nos convenía a ambos. Se ofreció a tener una conversación personal y me dijo que estaban al tanto de la hipoteca de mi casa. Más tarde hubo otro llamado que me dijo que pensara bien lo que era quedarse sin casa. Yo pedí ampliar mi testimonio ante el juez Jorge Ballestero porque por ser testigo me terminan pidiendo explicaciones, me asustan. En el juzgado, Campbell se maneja con una gran familiaridad...
–¿Qué pasó durante el careo?
–No me dijeron quién lo había pedido. Campbell estaba con su abogado. Me leyeron párrafos de mi testimonio, que dijeron que para ellos era valioso. Yo ratifiqué todo lo que había dicho en el ‘98 pero Campbell siguió negando haber participado en la elaboración del informe. Se dirigió a la secretaria del juzgado tuteándola para hacerme preguntas, pero no lo dejaron. Insistió en que no habíamos hablado de reintegros, y le contesté que era obvio, porque si no hubiera descubierto la maniobra fraudulenta. También preguntó “si dicen que yo tenía 12 informes, ¿usted encontró alguno?” La secretaria del juzgado le recordó ofuscada que cuando llegaron a Casa Piana ya no había nada, y si él sostenía que el informe no existió que no hiciera ninguna pregunta más.