ESPECTáCULOS › UN EX PRESO CUYO LIBRO SE LEE EN LAS CARCELES

El best-seller tumbero

Estuvo preso 25 años por robos. Al salir, Carlos Frattini escribió un libro sobre su vida con la ayuda de un periodista de este diario. Hoy es best seller en las cárceles y Frattini da conferencias entre rejas.

 Por Horacio Cecchi

En otro tiempo lo conocían como “Pistola”, por una discusión con un pesado en los patios de la cárcel de Devoto. Lo primero que sorprende al conocerlo es su voz. O el silencio que la envuelve. Carlos Frattini habla o suelta las palabras de a poco, como cuidándolas mientras estudia a su interlocutor. Tal vez sea un reflejo adquirido tras 25 años de escuchar el silencio de los calabozos. Pero también sorprenden sus dedos, morrudos, regordetes y demasiado pequeños. Tanto que uno se pregunta cómo fue que vivió tanto tiempo de ellos. Porque “Pistola” trabajaba de escruchante y la única arma que usaba eran sus dedos y un manojo de Yales con las que iba probando las combinaciones ajenas. Se retiró hace casi dos décadas, aunque sigue dando trabajo a sus dedos como pintor y retratista. Ganó premios y es empleado del ex Patronato de Liberados de Neuquén. Lo conocí hace 10 años, cuando me pidió ayuda para volcar su vida en un libro. Ahora recorre las mismas cárceles que conoció por dentro, dando charlas a los presos, como personaje de culto carcelario, llevando bajo el brazo su vida ahora transformada en best-seller tumbero. Esta es su apasionante historia.
“Doy charlas, pero nada de bajar línea moral ni discursos solemnes –aclaró en una entrevista exclusiva a Página/12–. Lo que me interesa es que los presos sepan cómo es la lógica que te hace caer en el delito. Les cuento mis experiencias. Todo con la idea de que no reincidan.”
En realidad, la historia de Frattini se inicia el 20 de julio de 1931, cuando se cruzan tres hechos que lo dejarán grabado de por vida: ése es el día de su nacimiento, el mismo día en que murió su madre al darlo a luz, y el mismo día en que su padre lo regaló a una familia de Pompeya. Cuatro años más tarde, en un rapto de locura, su padre, obrero de Alpargatas, alcohólico y golpeador, lo volvió a recuperar, secuestrándolo (si es que el término es aplicable a un padre ausente respecto a su hijo) para llevarlo consigo a un conventillo de La Boca.
“Los presos me escuchan, se muestran muy interesados. Especialmente los más jóvenes. Los otros, los más viejos, ya están en ésa y no se interesan demasiado por salir del círculo vicioso.”
Fue su padre quien lo empezó a empujar del otro lado de la ley. Primero, regalándolo, después secuestrándolo. Y más tarde, utilizándolo como mula para sacar del puerto relojes de contrabando. “Me llenaba los brazos y las piernas con relojes pulsera. A un chico de 10 años nadie le iba a buscar nada.”
Tenía menos de diez años cuando por primera vez probó la miel del infierno. Fue una madrugada, después de dormir en una terraza huyendo de los cinturonazos de su padre, cuando empezó a robar. Vagando por Constitución, descubrió las puertas abiertas de un edificio de cinco pisos. “Subí hasta la última planta y me di cuenta de que en cada uno de los umbrales había botellas vacías de leche: debajo de las botellas, dormían sus sueños las monedas. Fui juntándolas en silencio, en puntas de pie y piso por piso. Al final, había logrado una miseria, pero lo suficiente como para comprar mi propio desayuno. Entré en un bar y pedí un café con leche, pan y manteca. Compré el diario que apenas podía leer y contemplé el lento amanecer. Los pies no me llegaban al suelo. Sentía una especie de pequeña felicidad. Acababa de descubrir el oficio.”
Los años pasaron, también el ex reformatorio, donde conoció por primera vez el otro lado de las rejas, la perversión de los guardias y la hipocresía del sistema. Apenas salió, ya rumbeaba su vida hacia lo ajeno.
Tuvo su momento de opulencia cuando aprendió las sutilezas de su oficio. Le dio para comprar un auto, buscar empleo como pantalla, descubrir que en verano era conveniente trasladarse a la costa, o a Uruguay y Brasil, para seguir sin descanso abriendo puertas. En Uruguay fue detenido y molido a palos. Conoció infinidad de cárceles y a las figuras más prominentes del hampa. Entre ellos, “el Pibe” Jorge Villarino, el famoso pistolero que le aplicó el mote de “Pistola” tras una discusión en Devoto. “El me decía que qué clase de chorro era que no usaba armas y yo le contestaba que con un arma cualquiera roba”.
También conoció al Pichón Laginestra, un pesado histórico. “Se había fugado resbalando por una soga como un columpio. Lo encontraron más tarde, escondido en el tanque de un camión cisterna que había transformado en su chalecito.” El Lacho Pardo, también conocido como “el pibe de la ametralladora”. “A él lo volteó el Negro Meneses”, recordó Frattini. O los famosos hermanos “Prieto”.
Frattini supo cómo algunos jueces arreglaban las sentencias según el pago de los acusados. También cómo la policía lo dejaba robar para después pasarlo “por la máquina” para que cantara el botín. Así perdió un departamento y otros menesteres.
Pero si algo lo marcó como diferente, además de su negación por las armas, fue su capacidad para el dibujo. Alojado en Devoto, sus grabados fueron seleccionados para una exposición en el Teatro San Martín y ganó el segundo premio en dibujo al lápiz en Río de Janeiro. A partir de esa muestra, Frattini fue apadrinado por el maestro Raúl Soldi. En 1984, indultado por la democracia, el ex “Pistola” se decidió a modificar su vida, pese a las presiones policiales para que reincidiera. Instalado en Cipolletti, se dedicó a la pintura y sus tareas en el ex Patronato de Liberados. “Ahora se llama Dirección General de Ejecución de la Pena, del Ministerio de Justicia de Neuquén. El director es Horacio Maitini. Es un organismo que no tiene apoyo. Y si vieran cómo se trabaja. Este año hicimos tres mil oficios, los informes que hace el gabinete criminológico, del que depende la libertad de un preso. Y desde que entré ya llevo 19 mil. El mío es el legajo número 2 del Patronato”, dijo con orgullo.
“En general, la sociedad recibe mal a un ex preso. Yo, por suerte, no tuve problemas con nadie, para la gente de Neuquén soy un plástico. Están orgullosos de mi forma de ser, de lo que yo hice para corregir mi vida”. Ahora, recibe infinidad de pedidos de su libro, transformado en un best seller tumbero, autor de culto carcelario. “Di charlas en todas las unidades de Neuquén, la 12, la 11, Plotier, la comisaría, la 16 de mujeres, la 9. Me invitan para que dé mi opinión. Yo voy sin problemas, calo a los que tienen interés y quiénes no, pongo una pava y mate, una mesa, y me siento a hablar. No voy a darles ningún consejo, no soy quién. Sólo mi opinión personal. El delito, de última, es todo a pérdida, podés tener millones de pesos ganados, pero siempre es un bumerán. Y eso que tuviste indefectiblemente lo perdés”.

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“En las cárceles sólo doy mi opinión personal. El delito, de última, es todo a pérdida.”
 
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