EL PAíS › ROBERTO FELETTI, PRESIDENTE DEL CIUDAD
“Me gustaría acompañar a Ibarra en la fórmula”
Desde un puesto discreto, hizo notar al Banco de la Ciudad en la crisis del corralito. Ahora quiere competir por primera vez en un cargo electivo. Las razones de no elegir uno legislativo. La crisis y cómo la manejó el gobierno de Ibarra. Los problemas y las oportunidades del progresismo.
Por Fernando Cibeira
Desde un puesto que a veces no dice mucho, como es la presidencia del Banco de la Ciudad, Roberto Feletti consiguió hacerse notar. Primero, cuando hizo punta con la devolución de los depósitos a los ahorristas acorralados. Luego, al mantener, aunque más no sea, una limitada política crediticia para Pymes en medio de la crisis financiera. Pese a que no le alcanzó para salvarse de los habituales escraches a bancos, Feletti considera que están dadas las condiciones para pegar el salto y lanzarse como candidato. “Me gustaría acompañar a Aníbal Ibarra en la fórmula”, anuncia en este reportaje a Página/12.
Feletti, de 44 años, es economista. Trabajó diez años en el Banco Central, luego fue durante seis años investigador y asesor de ATE hasta que comenzó a asesorar en temas financieros a Ibarra, luego de haber militado mucho tiempo junto a Carlos “Chacho” Alvarez. Ahora explica que este año quiere presentarse por primera vez a un cargo electivo para encargarse de la modernización del Estado en la ciudad y, de paso, impedir la llegada de Mauricio Macri o Daniel Scioli a la Jefatura de Gobierno. “Sería como si volviera a gobernar Menem”, sostiene.
–¿Por qué quiere dejar el Banco de la Ciudad?
–Uno nunca fue un burócrata. Uno tiene necesidad de hacer política y asegurar el rol del Estado en lo público. También están dadas las condiciones para que se produzca una renovación de la política y se comprenda la necesidad de una reforma del Estado. La gente tendría que percibir que el Estado le sirve. A veces pienso “qué suerte tienen los políticos que la gente no hace política”. Para quienes creemos en lo público, para quienes creemos que el Estado debe intervenir en la asignación de los recursos de la economía desde formas de instrumentación moderna, y notamos que hay intereses facciosos, partidocráticos y corporativos que alejan a ese Estado de la gente, bueno, ahí vemos un lugar para intervenir. Frente al vacío de grandes proyectos colectivos, la gestión del Estado de cara a la gente es muy importante. Así la política se empezaría a valorar de otro modo.
–¿Desde qué lugar quiere ocuparse de la reforma del Estado en la ciudad?
–Sin que suponga una valoración negativa, no me entusiasmaría hacerlo desde un lugar legislativo. Los cuerpos legislativos van a funcionar bien cuando haya homogeneidad política. Un cuerpo de sesenta atomizado, como sucede en la ciudad, es todo un tema. A mí me gustaría acompañar a Ibarra en la fórmula para la reelección. Si tuviera que someterme a la compulsa de la gente, me sentiría muy orgulloso de hacerlo acompañando a Ibarra.
–Va a tener que prepararse para una campaña en la que Macri o Scioli le van a decir que hace cuatro años que están en el Gobierno y no hicieron nada. ¿Cómo lo defiende a Ibarra?
–Primero, no es cierto que no se hizo nada. Después, en un contexto de crisis, esta ciudad estuvo funcionando, ofertó servicios, se mantuvo la totalidad de los programas sociales y educativos, se mantuvo la oferta sanitaria de los hospitales aun cuando estuvo sobrecargada, no se sobreendeudó a la ciudad, no se emitieron bonos, no se atrasó el pago de los sueldos, se logró resolver problemas de la pobreza urbana sin graves tensiones sociales y además se sostuvieron estrategias de desarrollo económico que impidieron, al menos, que la crisis fuera peor. Igual, nos tocó una crisis que marcó un techo para la gestión.
–¿Cree que el gobierno de Ibarra pudo disipar las dudas que existen sobre la capacidad de gestión de las fuerzas progresistas?
–Lo que uno ve de la gestión de Ibarra son dos cuestiones: por un lado, un énfasis en lo público. Ibarra ha puesto al frente de áreas claves gente comprometida con la política pública. En educación, en salud y en economíacolocó a funcionarios que impulsan políticas activas para el desarrollo. Ahora, también se ven debilidades que resulta necesario superar, que no se sabe si son culpa de la crisis o de una coalición que está muy atenazada entre el establishment político, sindical y económico de la ciudad. Básicamente, la debilidad que veo es que la participación de la gente en el gobierno debería ser más activa. Recién este último año se ensayaron algunas políticas de descentralización y de presupuesto participativo, pero realmente el proceso de lo público muchas veces se ve perjudicado porque las viejas burocracias tratan que el Estado siga siendo opaco y cerrado. Los ensayos están, pero no están profundizados.
–¿Y no cree que hay déficit en cuanto al estado en que se encuentra la ciudad o la falta de obra pública?
–Producto de la crisis de la convertibilidad hay un parate en todos los procesos de inversión pública. Hay una conjunción de crisis y de imposibilidad de costos que yo también sufrí en el banco. Efectivamente, por ahí el gobierno debió haber desarrollado con más energía la inversión pública. Lo que sucedió es que atravesó como todos una crisis presupuestaria y, sin embargo, no aumentó su endeudamiento. Priorizó el equilibrio presupuestario y relanza recién ahora la obra pública. No se puede pensar que la ciudad quede al margen de la crisis general que atraviesa el país.
–¿Por qué Macri anda tan bien en las encuestas?
–Veo un escenario electoral de baja competitividad, nacional y local. Hoy no tenemos un liderazgo sólido en ningún distrito. Evidentemente, Macri se instala en un voto sesgado hacia la derecha que lo visualiza como un posible referente. No nos olvidemos que aquí Cavallo sacó un tercio de los votos. Habría que revisar la cuestión de Macri como empresario exitoso, no creo que podamos considerarlo como el ejemplo de una burguesía nacional emprendedora y dinámica.
–¿Cómo imagina Buenos Aires gobernada por Macri o por Scioli?
–Sería una ciudad que profundizaría los desequilibrios regionales que existen. Ya tuvimos una ciudad administrada por Grosso que se corrió hacia el río y hacia el norte. Con desgravaciones a la venta de tierra, exenciones mal hechas al código de planeamiento urbano, una ciudad en la que se fomentó el desequilibrio regional y social. Se fomentó el desarrollo privado a expensas de la calidad ambiental y del deterioro del patrimonio urbano. Esto es lo que vuelve pero de una forma más degradada, porque que estén Macri o Scioli sería como si Menem volviera a gobernar pero sin los beneficios de la década del ‘90. Creo que a la hora de la elección va a primar una mezcla de definición ideológica –es decir, progresismo versus liberalismo– y una cuestión de gestión. Y es ahí donde la figura de Ibarra crece.
–¿El resultado de la elección nacional va a influir en la ciudad?
–Sí, una elección nacional tiene influencia en la ciudad. El porteño tiende a nacionalizar su realidad aunque también mira la gestión.
–¿Entonces Ibarra debería apoyar alguna candidatura presidencial?
–En este proceso del peronismo en el que surgen vertientes que quieren seguir en línea con lo que sucede en el continente, con experiencias que cuestionan la década del neoliberalismo, hay más posibilidades de abrir la discusión. Se puede discutir la creación de un frente de centroizquierda que debe contener al peronismo. Esa visión hay que explorarla.
–¿Habla de formar un frente con Néstor Kirchner?
–El error es pensar que en esta realidad argentina la clase política se renueva por colapso. Y me parece que en ese proceso de renovación escalonada un peronismo de transición con un candidato como Kirchner, que ha expresado algunas visiones del manejo del Estado como asignador de recursos, es una alternativa no sé si para apoyar definitivamente, para sí para explorar en el armado de un frente progresista. Este frente, a la luzde los acontecimientos, necesariamente lo tiene que integrar el peronismo. El error de la Alianza fue pensar que era posible una reproducción simétrica de la Concertación chilena. Y el error del progresismo por fuera del peronismo es pensar que es una construcción social como la del PT brasileño.
–El Frente Grande quedó reducido a casi un partido local. ¿Debería diluirse en este frente progresista del que habla?
–Tiene que redefinir su identidad. Rescatar lo que es una experiencia de gestión sobre la base de implementar políticas públicas y desde ahí integrarse en esta transición que está teniendo el peronismo.
–¿No analiza la posibilidad de una alianza con el ARI?
–Lo que pasa es que el progresismo es muy ancho, ¿no? El ARI ensayó la construcción que hizo el Frepaso hace seis años: un referente fuerte, cuestionador del bipartidismo, con no muchas definiciones políticas y económicas. Sí, en cambio, con algunas definiciones sobre las nuevas formas de hacer política, pero ese tipo de construcción llevaba inserta una debilidad para poder aplicarlas. Me acuerdo de Chacho Alvarez intentando reformar el Senado para mejorar la calidad institucional –no era que se estaba planteando un impuesto progresivo a la renta ni nada de eso– y la crisis que debió enfrentar. Es una sensación que no puedo separarla del ARI: una construcción mediática, un aglomerado.
–Una de las discusiones que seguramente se abrirán durante la campaña tendrá que ver con los piqueteros y los cartoneros como parte de la nueva realidad urbana, ¿usted cómo ve la relación de esos grupos con los partidos políticos?
–Las reformas de los ‘90 que generaron la pauperización y un altísimo desempleo se expresan de modo mucho más brutal en las ciudades debido a que la mayoría de la población argentina es urbana. El progresismo se demuestra en el trato con estos nuevos actores urbanos. Ibarra buscó mecanismos de integración que evitaran el conflicto con los habitantes de la ciudad. En todo momento la preocupación del Gobierno fue mediar, para crear un mecanismo que ayudara a que el proceso de pauperización se desarrollara sin graves tensiones sociales y sin enfrentamientos, que a la postre sería de sectores medios con sectores sumergidos. Seguramente, a algunos se les habrán ocurrido cosas como cercar la ciudad o armar un lugar especial adonde mandarlos, pero la forma en que un gobierno progresista abordó esto fue sin un conflicto en las calles. Lo mismo pasó hace poco con el caso de los vendedores ambulantes: apareció el Estado y medió.