ESPECTáCULOS
San Nicolás, con una fe de acero
Mucho más que un documental, “Ciudad de María” relata minuciosamente cómo una ciudad devastada por la desaparición de Somisa se consagró a la Virgen.
Por Martín Pérez
Ante la mirada de la cámara, los rostros se vuelven hacia ella, las manos se extienden hacia el lente. Son las mismas manos que intentaron tocar el vidrio que protege a la Virgen, los mismos rostros suavizados por la fe ante su presencia divina. Pero, lejos de repetir su entrega ante la cámara, esos rostros lucen enojados y esas manos lo único que hacen es intentar impedir su paso y obstruir su visión. Es una escena que se repetirá una y otra vez durante Ciudad de María, cada vez que la cámara de Enrique Bellande se acerque al frente de la casa de Gladys Quiroga de Motta, una mujer cuyas visiones hicieron que San Nicolás, después de haber sido conocida durante años como “la ciudad del acero”, pasase a ser “la ciudad de María”.
Protagonista in absentia de la historia meticulosamente narrada por las imágenes y los testimonios hilados por Bellande, a Gladys no le gusta que la filmen. Y por eso es que, cada vez que la cámara del documental se acerca a su hogar, los fieles allí reunidos que esperan que ella aparezca se esfuerzan por ahuyentarla. Porque ella no se les aparecerá con esa cámara allí. Así es como precisamente comienza Ciudad de María: con un paneo por los fieles llenando de papeles y cartas el frente del hogar de Motta, hasta que alguien insulta a los camarógrafos por estar filmando. Desde que la virgen se le apareció en septiembre del ‘83, la vida cambió para Gladys, y –lentamente– también cambió el rostro del pueblo. A través del testimonio de su primer amiga en escuchar su relato, del párroco del pueblo, del médico llamado por el párroco y del periodista local que dio a conocer la noticia, es que el film de Bellande va contando su historia. La de Gladys y la de su ciudad.
“El acero es vida”, se escucha desde un institucional de Somisa, la mayor fábrica de acero del país, la razón de ser de San Nicolás hasta que la privatización menemista la hizo desaparecer. Y esa iniciática fe en la industria se transformará irremediablemente en la industria de una fe que necesita templos para albergar a los fieles pero también a los mercaderes, y también medios dispuestos a propagar su mensaje. Salvo el hogar de Motta, la cámara de Bellande no deja despacho ni desfile sin visitar. Los archivos de los noticieros descubren un verdadero show religioso, mientras que las voces oficiosas incluso proporcionan los números de ese show: 400 mil personas por celebración anual, gastando en el pueblo cada una de ellas 10 pesos por cabeza.
Sin tomar partido pero sin dejar de opinar en cada plano, Ciudad de María es un documental impecable y fascinante. Con una historia que contar, pero cuya narración terminará entregándose al protagonismo de las imágenes y los testimonios más diversos. Ocuparán la pantalla ese permanente desfile de fieles a pie o a caballo, de rostros sufrientes pero fieles, de grupos de personas dispuestas a creer, de impresionantesescenas de masas. El clímax del film llegará con la multitudinaria celebración del quincenario de la primera aparición de la virgen ante los ojos de Gladys, y semejante despliegue no hará más que recordar que en septiembre de este año ese San Nicolás presidido por el enorme santuario de su virgen volverá a vestirse de fiesta, esta vez para celebrar los veinte años de su primera aparición.
Nacido en Buenos Aires pero crecido en San Nicolás, Bellande se tomó cuatro años para completar su film. Egresado de la Universidad del Cine, sonidista de varios films, asistente de dirección de El descanso y musicalizador de “Okupas”, el director de Ciudad de María fue premiado en el último Festival de Cine Independiente porteño. Al igual que Balnearios, su exhibición casi al margen del circuito comercial cinematográfico es casi una declaración de principios. Un subrayado con respecto a la particularidad de un cine que no es ficción pero tampoco es simplemente un documental. Sucedió lo mismo con el film de Llinás, exhibido en el Malba durante cuatro meses a sala llena, un destino que espera reproducir Ciudad de María por mérito propio.