ESPECTáCULOS › UN HOMENAJE AL ESCRITOR PEDRO ORGAMBIDE
Los recuerdos de un hombre de bien
Por Silvina Friera
La voz de Pedro Orgambide, contando anécdotas, sigue provocando un efecto de singular encantamiento. Escucharlo es como navegar por las aguas en las que convergen la ficción y la realidad, mundos que en la oralidad de sus relatos atrapan porque nunca se puede precisar si son verosímiles o si responden a la prodigiosa imaginación del escritor. Tal vez por eso, sus amigos, en muchas ocasiones le pedían que volviera a narrar una historia que ya conocían casi de memoria, tan sólo por el misterioso influjo que generaba su manera de incorporar nuevos gestos y tonalidades, ese modo tan actoral para resignifica lo que contaba. Boxeador aficionado, bailarín de tango y de folklore, Orgambide, que murió el pasado 19 de enero, fue un notable narrador, dramaturgo y ensayista, autor de Buenos Aires, la novela, Memorias de un hombre de bien, Hacer la América, El escriba y el libro póstumo Un tango para Gardel, por mencionar algunos de los más de cuarenta libros que publicó. En la sala Julio Cortázar, la periodista Betty Elizalde y el escritor Horacio Salas lo recordaron con humor, la mejor manera de homenajear a un hombre que cultivaba la risa como antídoto en la vida y en la literatura.
“Iba a bailar tangos al Palacio de las flores, vestido de conscripto. Parecía un japonés con la gorra y los anteojos. En eso veo a una mujer bellísima de pelo rojo, y el movimiento de las manos era tan extraordinario que parecía que estaba en el aire. Era Ana Itelman que estaba bailando. Ella venía de estudiar con Marta Graham y me acuerdo que me puse la gorra debajo del brazo, y le dije: ‘Señora, quiero bailar con usted’. Y así empecé mi breve y apasionada carrera de bailarín de danza moderna, entre la burla y el escarnio de mis amigos, los compadritos del barrio, que no quiero decirte lo que me dijeron cuando salí una vez con malla”. Este fragmento, que se escuchó en la sala, pertenece a una de las últimas entrevistas que compartió con Elizalde en su programa radial. Pero sus incursiones en el mundo del boxeo, sin lugar a dudas, lograron que el público estallara en carcajadas, como si lo estuviera viendo ahí, en el medio de Elizalde y Salas, revoleando las manos, frunciendo la nariz, agazapado como si estuviera a punto de empezar la pelea, cuando sólo era su voz la que narraba las peripecias, entre ellas una que protagonizó con el escritor Dalmiro Sáenz, otro aficionado al mundo del boxeo.
“Salía con Dalmiro de una votación en la SADE y en eso un tipo que llevaba un carrito de fruta nos atropelló. No sé si lo hizo a propósito o nosotros salíamos medio distraídos. Dalmiro le dio un golpe de karate tan genial que le rompió el carrito. Le dije que peleaba muy bien y él me dio la dirección de un lugar donde enseñaban artes marciales. Fui recomendado por Dalmiro. Una señora me comentó que todos eran muy jovencitos, chicos que estaban aprendiendo. Cuando voy a la semana, me encontré con un tipo gigante, con una mano que... por primera vez sentí una cobardía total y me escapé.” Salas, que compartió 40 años de amistad con el escritor, agregó nuevas anécdotas y reflexionó acerca de su obra. “Estábamos junto con Pedro, con Héctor Yánover, con Antonio Requeni y un montón de gente que armamos una lista para divertirnos e incordiar un poco en la SADE. El era nuestro candidato a presidente. Era como un chiste presentarse y, naturalmente, salimos últimos: sacamos 222 votos”. Pedro dijo: “Nos han votado todos los escritores verdaderos. ¿O ustedes creen que hay más de 222 escritores verdaderos en la Argentina?”, recordó Salas, quien se quejó de las atrocidades que se cometen en el mundo editorial.
“Hay algunos libros de Pedro que son imposibles de conseguir, incluso en librerías de viejo, como Memorias de un hombre de bien, un libro maravilloso, al cual Mujica Lainez lo entroncó en la mejor tradición de la picaresca argentina. Ese libro tendría que estar en las antologías de la literatura argentina. Es una lástima que Pedro haya tenido que publicar endistintas editoriales, a veces muy chiquitas y con poca distribución”, protestó. Orgambide solía ironizar sobre este tema: “No tengo agente literario. Negocio mis libros como un jugador de truco”.