ESPECTáCULOS
Un estilo hecho de citas y recorridos eclécticos
El pianista Jacky Terrasson debutó en Buenos Aires junto a Sean Smith en contrabajo y Eric Harland en batería. Con gran nivel técnico, mostró una concepción extrovertida del jazz.
Por Diego Fischerman
Para un intérprete de jazz formado en los ‘80, con el posmodernismo como idea de época dominante, la historia del género se despliega de una manera extraña. La explosión de la industria del CD, sumada a los movimientos de reciclaje de viejos repertorios y viejos músicos encarados por las compañías discográficas, sacó a la tradición del terreno temporal y la ubicó espacialmente. Todo estuvo disponible al mismo tiempo, desde las improvisaciones colectivas de los Hot Five de Louis Armstrong hasta el soul, el free jazz, el hard bop y el cool; desde Jarrett a Fletcher Henderson y desde Jelly Roll Morton a Weather Report, Miles Davis o Chick Corea, con la referencia inevitable de las músicas de alrededor: el rock, el pop, el punk, el tango y los descubrimientos étnicos, entre muchos otros estímulos posibles.
Ya no se trataba de adherir a un estilo en particular. Cualquiera estaba allí, preparado como si se tratara de un color en una paleta, para ser usado, amado, citado o descartado. Y el pianista Jacky Terrasson, que suma a su condicionante generacional ese gusto tan francés por apropiarse de lo exótico, es tal vez el mejor exponente posible de esta suerte de vampirismo cultural que, a falta de otra definición bien podría considerarse jazz posmoderno. Este ex integrante de los grupos de la genial cantante Betty Carter, del baterista Art Taylor y del trompetista Terence Blanchard, a partir de un notable control instrumental, transita con libertad por casi cualquier estilo del jazz pero, lejos de no tener una voz identificable, construye la suya precisamente sobre esta modalidad de eclecticismo estético. Las características del lenguaje de Terrasson, sin embargo, no se agotan allí. Por un lado está su toque, absolutamente definido, preciso y cristalino. Por otro, una especie de pasión por subvertir temas clásicos (del jazz o de otros géneros) y de ir siempre en contra de lo más previsible.
Las maneras en que Terrasson rompe con la tradición de una obra musical son dos. Una, que utilizó al tocar “La Marsellesa” o la bellísima “Smile”, de Charlie Chaplin (con la que abrió la segunda parte del concierto), es la de ir totalmente en contra de esa tradición. Tocar una marcha como si fuera un vals de Erik Satie (o de Bill Evans) o suporponer un acompañamiento con un alto grado de independencia en relación con la melodía principal (en “Smile” o en “Isn’t She Lovely”, de Stevie Winder. También, tocar lo más suave y sutilmente posible cuando la marcación es más funk y, por el contrario, subir la intensidad cuando se está en territorios más asimilables al jazz tradicional. El otro camino seguido por Terrasson es el de tomar algo que está sugerido en el tema original y llevarlo hasta sus últimas consecuencias. El “Bolero” de Maurice Ravel contra un acompañamiento centroamericano en la mano izquierda que empezó en un territorio free, con el pianista tocando en el encordado y el contrabajista con arco y terminó en una cita al calipso “St. Thomas”, de Sonny Rollins, es un ejemplo. La versión absolutamente arabizada de “Caravan”, de Juan Tizol, con la que terminó el concierto, siguió la misma lógica. El virtuosismo del pianista y la sólida interacción que establece con Smith y Harland hacen el resto. Tanto el contrabajista como el baterista son capaces, también, de moverse por territorios estilísticos sumamente diferentes. Y los dos aportan un cuerpo distintivo a las improvisaciones del pianista. Con un show en que la característica saliente estuvo dada por la extroversión y el entusiasmo, tanto de quienestocaban como de quienes escuchaban, en un marco de gran variedad y de riqueza de contrastes, Terrasson mostró una concepción del jazz divertida y, también, algo epidérmica. En todo caso, los mismos ejes que construyen su estilo se convierten en potenciales peligros en tanto los distintos recorridos estéticos de las interpretaciones no parecen obedecer a razones mucho más profundas que el mero aprovechamiento de la posmoderna condición del todo vale. O, lo que es peor, del todo vale lo mismo.