ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PUBLICA DESDE MAÑANA TRES DISCOS DE ALFREDO ZITARROSA

El verdadero Gardel del Uruguay

La colección propone un recorrido por su discografía esencial. El mítico “Guitarra negra”, “La ley es tela de araña”/”Melodía larga” (en un solo cd) y “Zitarrosa en Argentina” permiten volver a disfrutar de un artista único.

 Por Fernando D´addario

Alfredo Zitarrosa arrastraba su figura desgarbada a contramano de las urgencias de su época. Su peinado gardeliano enfatizaba el anacronismo, y entonces tenían que salir las canciones, afirmadas en esa voz grave y perentoria, para salvar el desfasaje temporal. Hoy, muchos años después de la creación de sus mejores temas, la mayoría de esas historias, que parecían remitir a tiempos y lugares muy específicos, se proyectan en una suerte de extraña atemporalidad. El milagro le pertenece enteramente a Zitarrosa, aunque hay todo un soporte logístico (reediciones de discos, homenajes varios, la posta que toman los cantautores más jóvenes) que lo vehiculiza. Página/12 editará, a partir de mañana, una colección de tres discos imprescindibles del notable músico uruguayo: Guitarra negra, La ley es tela de araña/Melodía larga (dos CD en uno) y Zitarrosa en Argentina. En Zitarrosa, los vaivenes de su música y de sus estados de ánimo son inseparables. Ambos planos –el artístico y el personal– parecen atravesados por un mismo recorrido nostálgico, y ni su vida ni su arte reflejan oscilaciones en lo referente a la severidad de su estilo. Sin embargo, su trayectoria de más de veinticinco años permite trazar un paralelo que encadena sus búsquedas musicales con la realidad política y social que le tocó vivir. Zitarrosa jamás pudo (seguramente jamás quiso) atravesar inmune las variables que le fue imponiendo la vida. Era periodista, locutor, escribía como los dioses, se odiaba a sí mismo como cantor, era (es) ídolo “en un país sin ídolos ni dioses”, sufría (más que nadie, por su fragilidad emotiva) el exilio y el desexilio, se flagelaba en autocríticas interminables, vivía aquí y allá pero había perdido para siempre su paisito del Barrio Sur montevideano. El escritor Enrique Estrázulas definió en su momento su personalidad con gran precisión y ternura: “A medio camino entre el gaucho y el orillero, el estudiante rebelde, el puntero izquierdo, y el pobre poeta del tímido cuaderno inédito”. En definitiva, un uruguayo elevado a la enésima potencia.
Los discos que reeditará Página/12 reflejan estas fluctuaciones estilísticas y retratan distintas épocas de Zitarrosa. Guitarra negra es la biblia de su desencanto. Empezó a escribirla en Montevideo, en los tristes tiempos de la bordaberrización que alteró la institucionalidad democrática del Uruguay. En esos primeros años de los ‘70, Zitarrosa sufrió persecución, censura, y hasta fue detenido. Lo demonizaban por frenteamplista, pero su itinerario político, siempre dentro de los márgenes de la izquierda, había conocido diversas expresiones: fue batllista, fluctuó entre el anarquismo, el socialismo, el comunismo y el más negro escepticismo, pero en aquella época estaba entusiasmado con el incipiente movimiento del Frente Amplio. El golpe encubierto de Bordaberry lo sumió en una profunda depresión, que canalizó escribiendo y tomando alcohol.
Guitarra negra, brillante y desgarrador “poema por milonga”, representa la traducción artística de su exilio. La grabó recién en 1978, en México (la regrabó en 1985 en Buenos Aires), pero para entonces ya era un experto en viajes precipitados y despedidas no queridas: de Uruguay se había ido primero a Chile, entusiasmado con la experiencia socialista de Salvador Allende. Pero estando ocasionalmente en Perú se enteró del golpe de Pinochet; volvió a Montevideo, donde vivió poco más de dos años de terror. Eligió entonces la inestable Argentina, pero en mal momento: febrero de 1976. Hizo nuevamente las valijas, esta vez rumbo a España, un país que no supo valorarlo. Los españoles estaban saliendo del franquismo, empezaban a sentirse otra vez “europeos”, y no se mostraban muy predispuestos a escuchar a un sudamericano melancólico. En México rearmó su carrera artística, hasta el retorno de la democracia en la Argentina, pero ya no era el mismo. De todo eso habla Guitarra negra. En esta colección, La ley es tela de araña y Melodía larga irán en un solo disco, aunque son muy distintos entre sí. El primero es una compilación que reúne, en su mayoría, canciones de sus primeros años. Puede escucharse, entonces, un predominio notorio de la temática folklórica, en sus diversas variantes campestres: zambas, estilos, cifras, milongas camperas (en el libro Cantares del alma, del periodista Guillermo Pellegrino, Mario Benedetti dice que Zitarrosa veía a las milongas como “operaciones dialécticas”). Es un disco –en los términos relativos que establece el pesimismo de Zitarrosa– “optimista”. Incluye varios temas de su sexto álbum, Coplas del canto (1971): “Coplas del canto”, el épico “De la lucha” (poema de José Alonso y Trelles), “La ley es tela de araña” (de Bartolomé Hidalgo) y “Milonga de las patriadas” (de Washington Benavides y Numa Moraes). Se destacan su sentida versión de la “Milonga del solitario” (de su admirado Atahualpa Yupanqui, un hombre con el que, muy a su pesar, nunca llegó a congeniar del todo) y la romántica y bellísima zamba “Recordándote”, de su primer disco.
Melodía larga, en cambio, corresponde a su etapa de desexilio, como él la llamaba. Editó este disco en 1984. La mayoría de los temas le corresponden en autoría y muestran mayor riqueza y variedad en los arreglos pero, también, exponen las heridas de un pasado que se hacía demasiado presente. Una de las perlas es “Esta canción”, de Silvio Rodríguez. “Me he dado cuenta de que miento/siempre he mentido”, canta allí, y no es casual que haya elegido ese tema del cantautor cubano, a la vuelta de tantas batallas desiguales.
Por último, el CD Zitarrosa en Argentina recuerda una esperanzada celebración colectiva. Es el disco del regreso, en su primera escala, previa a su reencuentro con los compatriotas en su tierra. En 1983, todavía estaba prohibido en Uruguay, pero pudo actuar en Buenos Aires. Los shows del 1º, 2 y 3 de julio (todavía con dictadura, aunque en retirada), en el estadio Obras resultaron inolvidables. El “¡Uruguay, Uruguay...!” multitudinario que abre el disco, testimonia la euforia de un público (conformado por uruguayos y argentinos, juventudes políticas y viejos militantes de izquierda) que auguraba años mejores. “Queridos hermanos uruguayos, argentinos, muchísimas gracias, la ausencia ha sido larga, el exilio es duro, mi canción tiene una sola razón de ser, son ustedes...”, dijo Zitarrosa, transmitiendo emociones que, en él, eran menos lineales. Este disco es una suerte de “grandes éxitos”, con temas que ya no necesitan presentación: “El violín de Becho”, “Si te vas”, “Stefanie”, “Pa’l que se va”, “Adagio en mi país”, “Zamba por vos”, “Milonga para una niña”, entre otros. Después de esos conciertos se repitieron los festejos, de este y del otro lado del Río de la Plata, pero algo se había roto. En 1989 murió. Dicen que de tristeza. Algunos años atrás, en una entrevista, le habían preguntado: “¿Cuál debe ser la misión del cantor?”. Zitarrosa contestó: “Un cantor popular ha de ser necesario para su pueblo”. Zitarrosa, evidentemente, es de otro tiempo. Sus canciones, no.

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Zitarrosa escribió temas que se transmiten de generación en generación.
“Adagio en mi país”, “El violín de Becho” y “Si te vas”, entre otros.
 
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