EL PAíS › KIRCHNER Y LAGOS RECORDARON JUNTOS EL BOMBARDEO A LA MONEDA
El día que Allende se coló por la ventana
Como Lula, el chileno Ricardo Lagos también puso su voto por Kirchner para el ballottage contra Carlos Menem. Y ayer aprovechó la visita del candidato argentino para explicarle cómo fue el ataque de Pinochet contra Salvador Allende en 1973.
Por Martín Granovsky
Página/12
en Chile
Desde Santiago
Néstor Kirchner conquistó su segundo voto calificado en dos días. El presidente chileno Ricardo Lagos le prometió que vendrá a su asunción el 25 de mayo. Lagos lo dijo así, con cierta diplomacia, sin la efusividad de Lula el día anterior, lo cual fue una forma de asegurar que prefiere venir a la posesión del mando de Kirchner y no a la de Carlos Menem. Con los dos votos en mano (y el voto asegurado de José Manuel de la Sota), Kirchner pudo terminar su mañana de ayer en Santiago de Chile recibiendo una sorpresa que lo hizo llorar: una visita guiada por el Palacio de La Moneda exactamente en el sector donde hace 30 años los aviones de Augusto Pinochet bombardearon al presidente socialista Salvador Allende.
Según pudo establecer Página/12 por boca de kirchneristas y funcionarios chilenos, el propio Lagos fue quien comenzó con la historia. Sin tutear a Kirchner, pero llamándolo “Néstor”, le agradeció lo que había hecho el peronismo de Santa Cruz con los exiliados de Chile. En 1988, cuando Pinochet convocó al plebiscito para perpetuarse y la alianza entre democristianos y socialistas formó el Comando del No coordinado por Genaro Arriagada, el entonces intendente de Río Gallegos consiguió dinero y fletó micros para que los exiliados pudieran volver a Chile y votar en masa. El intendente era Kirchner.
El recuerdo le puso el tono a la reunión del candidato con Lagos. Por eso fue que al final el presidente chileno dejó los sillones en los que estaban sentados, en el medio del Palacio de La Moneda, y llevó a Kirchner hacia el ala que da a la actual plaza de la Constitución. Se acercaron solos a una ventana donde los cortinados estaban corridos y Lagos señaló hacia el cielo. Desde allí habían venido los aviones que ametrallaron el palacio de gobierno el 11 de septiembre de 1973, en respuesta a la negativa de Allende a rendirse. Según contaron después Lagos y Kirchner a hombres de su confianza, ante la explicación de Lagos el gobernador de Santa Cruz dijo qué habían significado el gobierno de Allende y el golpe de Pinochet para su generación, la de los nacidos en los años ‘50.
–Nosotros vivíamos todo eso como algo propio –dijo Kirchner, que nunca antes había entrado al Palacio de La Moneda.
Y no dijo más porque las lágrimas se lo impidieron.
El ala que Lagos le mostró era en 1973 la principal. Allende tenía su despacho allí, en el área que hoy ocupa Luis Durán, la esposa de presidente. Muy cerca fue que Allende, viendo que no tenía ninguna chance de resistir, pronunció su último discurso por radio, aquel en que prometía que más temprano que tarde se abrirían las grandes alamedas para que pase el hombre libre, y se quitó la vida disparándose en la boca con el arma que le había regalado Fidel Castro. Pinochet trató de quitar todo vestigio de Allende en La Moneda, al punto que tapió la puerta y convirtió en ventana la salida de la calle Morandé 80 por donde, en la clandestinidad, los militares sacaron el cuerpo de Allende.
El presidente chileno no fue, así, emotivo como Lula (“Tiene trato de intelectual, aunque de intelectual en serio, ¿eh?”, diría luego a un miembro de su comitiva), pero supo imprimir una emoción implícita a la conversación de fondo sobre el Mercosur.
A Chile, que tiene impuestos a la importación menores que los de la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, le resulta imposible fijar los mismos aranceles que sus vecinos del Mercosur. Además, negocia su relación comercial con los Estados Unidos. Pero sí le interesa la coordinación política para aumentar su poder de discusión frente a Washington.
–La integración no es sólo una cuestión de aranceles –dijo Lagos, aunque no se privó de señalar que el comercio entre los dos países favorece ampliamente a la Argentina. –La integración es política y social, y Chile tiene que jugar un papel importante –completó Kirchner, que si gana tendrá que afrontar una negociación futura para equilibrar la balanza.
Con Lavagna presente –al lado del jefe de campaña Alberto Fernández–, el presidente chileno dijo estar bien impresionado por la gestión de Duhalde. En su opinión, según contaron los participantes del encuentro, “hace un año nadie hubiera podido pensar que la Argentina estaría como hoy”. También dijo que Lavagna era una de las figuras de la economía en la región, y rescató para esta zona del mundo “una forma de hacer política sin mentir y más racional, donde es mejor un no a tiempo”. Rodríguez Grossi, el ministro de Economía chileno, aprovechó para meter un bocadillo contra el lobbing de las empresas.
–Cada vez que se dice no a una corporación, se le dice sí a mucha gente –definió.
Lagos comentó en un momento de la charla que le parecían útiles las notas que estaban saliendo en la prensa sobre los familiares chilenos de Kirchner. Dijo que eso sirve para disipar la idea de un clima de pelea que revuelva la disputa de los Hielos Continentales.
Kirchner dijo a Lagos lo mismo que luego afirmaría al salir de la entrevista:
–Somos hombres de la democracia, y ese problema ya lo resolvieron democráticamente y por mecanismos institucionales los parlamentos de los dos países.
En 1991, Kirchner y su esposa Cristina Fernández hicieron campaña activa contra el trazado de una línea poligonal para terminar con el último litigio de límites entre la Argentina y Chile.
Lagos dijo que entendía aquella postura (la Concertación de democristianos y socialistas, sin embargo, fue artífice del acuerdo, preocupada por eliminar excusas armamentistas para los militares chilenos) y dio por cerrada la etapa.
–No hay más problemas de límites, y entonces tenemos una buena oportunidad para discutir otras formas de integración –fue su mensaje publicitario.
La desdramatización de Lagos siguió la línea que inauguró en Santiago el embajador en la Argentina, Jorge Arrate. Consultado por aquella oposición de Kirchner al tratado, Arrate dijo dos cosas. Una, que era comprensible en un dirigente político de la Patagonia. La otra, que en Chile la oposición fue mucho más salvaje y partió de la derecha pinochetista. Fue una forma de señalar, sin decirlo, que la prensa ultraconservadora, con simpatías entre Carlos Menem y Ricardo López Murphy, achacaba a Kirchner un problema que perdonaba en sus ídolos del pinochetismo político.