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“Con amor, Liza” debería llamarse “Bidón de nafta, mi buen amigo”
El notable Philip S. Hoffman (“Magnolia”, “Casi famosos”) tiene su primer protagónico en una típica comedia indie del cine de EE.UU.
Por Horacio Bernades
Tarde o temprano tenía que suceder. Desde hace rato que Philip Seymour Hoffman, ese actor rubio y gordito que desde mediados de los ‘90 viene bordando algunos de los más memorables personajes secundarios del cine contemporáneo (desde Boogie Nights hasta la recién estrenada La hora 25, pasando por Felicidad, Casi famosos, Embriagado de amor y un montón más) estaba pidiendo a gritos su primer protagónico. El papel llegó por vía familiar. Su hermano Gordy Hoffman lo escribió, y a cargo de la dirección quedó Todd Louiso, más conocido hasta ahora como actor (de los dos enfermos del vinilo que ladeaban a John Cusack en Alta fidelidad, era el flaco y peladito). La película en cuestión, típico exponente del cine independiente estadounidense, se llama Love Liza, y en su país tuvo un estreno comercial bastante acotado, a fines del año pasado. En la Argentina, el sello LK-Tel la editará en video en los próximos días, con el título Con amor, Liza.
Nacido en 1967 en el estado de Nueva York, Hoffman está en el cine desde comienzos de la década pasada. Aunque había llamado la atención en películas como Perfume de mujer, fue en Boogie Nights –donde componía al ayudante de cámara, homosexual reprimido, que chorreaba de transpiración por Mark Wahlberg– donde quedó claro que ahí había un actor distinto. Después vinieron los papeles de Felicidad, Magnolia, El talentoso Mr. Ripley, Casi famosos, convirtiendo al gordito rubio de tez rosada en uno de los casos paradigmáticos de actor secundario-que-todo-el-mundo-conoce-pero-nadie-sabe-cómo-se-llama. El otro es John C. Reilly, que últimamente aparece en una de cada tres películas y que, curiosamente, es uno de sus mejores amigos (razón por la cual es muy frecuente que actúen juntos, sobre todo cuando los dirige Paul Thomas Anderson).
Hay un canon Hoffman, y ciertos desvíos con respecto al canon. El canon son los personajes acomplejados, retraídos e implosivos, establecido en Boogie Nights y prolongado más tarde en el masturbador de hot-line de Felicidad, el enfermero a domicilio de Magnolia o el profesor al borde de un ataque de pederastia de La hora 25. Los desvíos son particularmente festejables, porque allí, cuando lo dejan, Hoffman demuestra que puede convertirse en su propio antípoda, componiendo tipos exuberantes, bravucones y explosivos, como el crítico de rock Lester Bangs de Casi famosos, el Freddie Miles de El talentoso Mr. Ripley o el siniestro colchonero mafioso de Embriagado de amor. En su primer protagónico, Hoffman o quienes lo rodeaban prefirieron apostar a lo seguro: Wilson –el protagonista de Con amor, Liza– es la elevación a la enésima potencia del canon Hoffman.
Cuando la película empieza, su esposa viene de suicidarse. El hecho lo tiene completamente traumado: casi no habla, está hecho un zombie, se pasa la mayor parte del día tirado en el piso, duerme sobre un colchón para no tener que acostarse en la cama matrimonial, tiene problemas en el trabajo y finalmente su jefa le sugiere que se tome unas vacaciones. Todavía no descubrió los usos de la nafta, cuando no se la emplea como combustible. Un día, casi por casualidad, embebe un trapo en gasolina y se lo lleva a la nariz, comprobando que lo que le sube al cerebro es una insuperable sensación de atontamiento general. A partir de ese momento, sus visitas hasta la estación de servicio más cercana se volverán rutina, trayéndose de cada viaje un bidoncito de 5 litros.
Oil Man pudo haberse llamado Love Liza, por la insistencia con que el hombre ahoga las penas en combustible. Jugada de cabeza al minimalismo y con el protagonismo excluyente de Hoffman, la asordinada, apagada película de Louiso consiste básicamente en una serie de rituales repetidos. A la aspiración de nafta pronto se le suma la incursión de Wilson en el aeromodelismo, que nace en una excusa ridícula y luego sigue por inercia. Y porque remontar avioncitos de madera le permite olvidar la carta queLiza le dejó sobre la cama, y que él se niega a abrir. Otro ritual son las visitas de la suegra (Kathy Bates está notable, componiendo a una mujer dura y vulnerable) y los frecuentes esfuerzos de Wilson por parecer idiota ante los ojos de los demás (y del espectador, también). Como cuando guarda los bidones de nafta en la heladera, sin tener idea de por qué lo hace, o cuando se tira al agua en medio de una carrera de lanchitas a motor.
Parecería que además de viudo le tocó hacer de tonto. Pero todavía falta la increíble mala suerte que está por ensañarse con él. Lo dicho: Con amor, Liza es un típico exponente del cine independiente estadounidense.