ESPECTáCULOS › “QUASIMODO, EL JOROBADO DE NOTRE DAME”
Las campanas de la catedral
Con una puesta minimalista y la notable labor de Renata Lozupone, el grupo Eikasía brilla en esta versión del clásico de Victor Hugo.
Por Silvina Friera
“La libertad en el arte, la libertad en la sociedad.” Esta convicción apasionada del escritor francés Victor Hugo (1802-1885) se filtra en la novela Nuestra Señora de París, escrita en 1831, donde narra las penurias de un jorobado, encargado de tocar las campanas de la catedral, que es sistemáticamente excluido por su condición de “anormal” y oprimido por quien asegura ser su protector. La adaptación teatral de Jorge Bernal, Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, interpretada por el grupo Eikasía, aunque apele a un tono de comedia bufonesca, demuestra un axioma universal: cómo toda estructura social tiende a excluir a cualquier persona que sea diferente y que, a causa de esa distinción (de clase, raza, sexo o religión), pueda resultar una amenaza. El extranjero, el forastero, el intruso o el marginado social perturban las convenciones sociales porque son identificados como fuerzas demoníacas que deben ser expurgadas. La gitana Esmeralda, una criatura dicharachera, lleva el ritmo y la libertad en sus caderas, pero los gitanos cargan con el estigma de la discriminación, y su presencia en los festejos del carnaval alterará la, hasta entonces, previsible vida en la ciudad de París.
“No hacemos nada malo y mi pueblo tiene hambre, tenemos que ganarnos el dinero de algún modo”, le dice a Frolo, que la considera una mujer vulgar, que tendría que estar presa y no suelta en las calles, bailando con tanta sensualidad y pidiendo monedas a la gente decente. Frolo, el gobernador del pueblo, no disimula el odio que siente por los gitanos y, aprovechándose de la ingenuidad y mansedumbre de Quasimodo, le pide que secuestre a la molesta gitana de la que se ha enamorado, pese a que le cueste admitirlo. Cuando el asustadizo deforme fracasa y es atrapado por un capitán del ejército, Frolo decide que lo sometan a juicio en presencia de la víctima, Esmeralda. La parodia del funcionamiento de la Justicia divierte a los chicos por la sordera del juez, pero en los adultos genera esa carcajada nerviosa a causa de la incomodidad que despierta la debilidad del jorobado, también sordo, que nunca consigue hacerse entender ni comprende lo que le dice el magistrado. Ante la sentencia (veinte azotes para el reo), Esmeralda, consciente de que no se puede castigar al que ni siquiera pudo defenderse, cubre con su cuerpo al jorobado y lo deja escapar.
El gobernador, un perverso que va creciendo a medida que se le cae la máscara y muestra las hilachas de sus prepotentes intenciones, no le perdonará a la gitana la osadía de ese gesto. Herido en su orgullo, enamorado no correspondido que anhela vengarse, se entera de que “su” gitana está enamorada del capitán Febo, el mismo joven que evitó que fuera llevada a la fuerza por Quasimodo. El minimalismo de la puesta, apenas tres estructuras desmontables que sirven para ambientar la catedral y la cárcel, entre otros de los espacios en donde transcurren las escenas, desafía a aquellos espectáculos que dilapidan escenografía y efectos especiales para captar la atención de los espectadores. La dirección deMaría Inés Azzarri no descuida lo visual, pero lo despoja adecuadamente de una excesiva suntuosidad, para subrayar los contrastes y matices mediante la música en vivo (ejecutada por Federico Marrale) y las actuaciones. Renata Lozupone, ganadora del premio revelación Estrella de Mar 2003, compone un jorobado excepcional. La forma en la que va modificando las posturas de su cuerpo, la aceitada gestualidad y su manera de transitar por el escenario le permiten desnudar los sentimientos y emociones de un hombre lastimado por el maltrato recibido, de un ser embrutecido y animalizado por sus prejuiciosos semejantes.
El supuesto asesinato del enamorado de Esmeralda le sirve a Frolo para tratar de extorsionar a la tozuda gitana, incapaz de obrar contra su voluntad. Si ella no acepta convertirse en su esposa será ahorcada, acusada de haber matado a Febo. La salvación llega de la mano de Quasimodo, pero la cólera por el rechazo de la gitana trastorna a Frolo, que seguirá tramando contra su esquiva enamorada. Los chicos, testigos incorruptibles, no paran de gritar en contra de Frolo, que finalmente será condenado unánimemente –por el juez y el público– al destierro y la pobreza en la isla de los presos.