ESPECTáCULOS
La pasión del tango y el barrio, según Julio Pane
El notable bandoneonista, a dúo con el investigador Gabriel Soria, presenta hoy y el jueves próximo “Mi último tango en París”, una obra en la que, además de tocar, relata con humor anécdotas e historias del género.
Por Cristian Vitale
Por varios motivos, Julio Pane es un notable del bandoneón: toca con una pasión capaz de emocionar al más frío de los oyentes; tiene un currículum que da cuenta de su sabiduría (tocó en las orquestas de Horacio Salgán, Armando Pontier, Leopoldo Federico, Miguel Caló, Osvaldo Tarantino y el sexteto de Astor Piazzolla, entre otros); la mayoría de los bandoneonistas destacados de la nueva generación son o fueron alumnos suyos; grabó un disco con Juanjo Domínguez (Un placer), que fue reconocido como uno de los mejores trabajos del 2002. “Dicen que soy como el eslabón que une a dos generaciones”, comenta sin mucho convencimiento. Más le interesa hablar de sus orígenes. En una hora, entre café y cigarrillos, repite por lo menos cuatro veces que nació –clase ‘48– en un conventillo del Abasto -Billinghurst entre Corrientes y Humahuaca– y que, de muy chico, trabajó en el mercado. “O cuidabas las verduras o manejabas el camión. Lo tenías que hacer sí o sí. No había discusión”, recuerda. El barrio mismo y las enseñanzas de su padre –también bandoneonista– encendieron un amor por el instrumento que ya recorrió cuatro décadas. “A los 6 años, jugando en el patio de casa, escuché en radio Splendid ‘La cautiva’, por la orquesta de Horacio Salgán, y quedé petrificado. Me cambió la vida”, agrega, con acento inequívocamente bohemio. Hoy el barrio cambió. No se siente particularmente molesto por la construcción del shopping en el lugar donde estaba el mercado, “porque se había tornado obsoleto. Pero se podría haber hecho algo más pensado, de otra índole”, dice.
La pasión de Pane por el tango y el barrio toma forma una vez más en Mi último tango en París, una obra que está presentando a dúo con el periodista e investigador Gabriel Soria, en Clásica y Moderna. El ciclo, que empezó a principios de mes, seguirá esta noche y concluirá el jueves próximo. “Es una especie de racconto tipo parábola del tango del siglo XX, destinada a captar la dimensión afectiva de las personas. No es un libro ni un compendio, pero sirve para informar y sensibilizar”, define.
–¿En qué consiste el espectáculo?
–Soria y yo somos dos amigos que se encuentran en un hotel de París y comienzan a hablar de la historia del tango, pero mechando situaciones bastante cómicas. El, por ejemplo, está esperando a un bandoneonista húngaro que nunca aparece. ¿Dónde viste a un bandoneonista húngaro? Yo tengo alumnos de todas las latitudes, menos de Hungría.
–¿Y cómo sería la parte más artística?
–Empieza con una versión de Eduardo Arolas que, a mi entender, es el tipo que proyectó la dimensión que el tango iba a adquirir años después, pese a pertenecer a la guardia vieja. En 1913, el tipo era un señorito que pintaba para mucho. Y su llegada a París en 1922 marcó una etapa de oro que llegó a la cumbre con el arribo de Piazzolla a Francia, en 1952. Entre ambos aparece una serie de compositores grandiosos de los cuales toco algunas cosas, como Julio De Caro, Pedro Maffia y otros. ¿Qué hubiese sido del tango sin bandoneón, pibe?
–Sin embargo, el dúo Salgán-De Lío prescinde de él y nadie puede negar que hace muy buen tango.
–Formalmente sí. Es piano y guitarra. Pero muchos dicen que Salgán es un bandoneonista que toca piano. Tiene el mismo fraseo.
–¿Le gusta el tango con guitarras?
–Repito lo que dice el maestro Horacio Ferrer. El tango tiene de todo, hasta lo que no tiene que tener porque es la vida misma... hasta Pappo es tanguero. En los ‘60, cuando empecé a tocar profesionalmente, muchos quisieron hacer que el género quedara como el patito feo del cuento. Esta gente quería hacer notar que el tango era lo que había dicho un español... “el lamento del cabrón”. Un irrespetuoso.
–¿Cómo evalúa hoy el disco Un placer?
–Cuando el productor de la compañía –Epsa Music– me vino con la idea de grabar sin ensayar, pensé: “Este tipo está loco”. Yo soy muy puntilloso, muy hincha pelotas con la música. Pero uno no se las sabe todas. Me llevó una semana entender y convencerme de lo que había hecho. La verdad es que tocamos como si estuviésemos en el patio de mi casa.