ESPECTáCULOS › COMENZO EL FESTIVAL DE TORONTO, UNA CITA CINEFILA INELUDIBLE
Cuando el cine vence a la “vaca loca”
A pesar de no ser competitiva, la muestra canadiense fue ganando cada vez más prestigio. La apertura permitió asomarse a lo nuevo de Gus Van Sant, la notable “Elephant”, y a la primera comedia de Ridley Scott, Los tramposos. Alejandro González Iñárritu, en cambio, decepciona con “21 Grams”, su primer film para Hollywood.
Por Luciano Monteagudo
Los más agoreros apuntaban un annus horribilis para esta nueva edición -la número 28– del Toronto International Film Festival. Al fin y al cabo, hasta hace apenas un par de meses la ciudad estaba en la lista negra de la epidemia del SARS, con 44 víctimas fatales sobre una población de 2 millones y medio de habitantes. Como si eso fuera poco, en la provincia de Ontario apareció un alerta por el mal de la “vaca loca”. Y los más paranoicos se perseguían pensando que, si esas calamidades no eran suficientes para espantar a los centenares de acreditados que se dan cita en Toronto, los ejecutivos y las estrellas de Hollywood quizás decidieran hacer suyas las represalias del gobierno de George Bush por la negativa canadiense a alinearse detrás de EE.UU. en su invasión a Irak.
Pues bien, afortunadamente ninguna de esas negras fantasías se hizo realidad. “It’s business as usual”, declaró Gabrielle Free, la directora de Comunicaciones del festival, que está alcanzando un impensado record de visitantes. Desde el 2 de julio, la ciudad dejó de estar en la cuarentena que había ordenado la Organización Mundial de la Salud, no hay “vacas locas” a la vista y la pasarela del Roy Thompson Hall, una de las principales salas de concierto de Toronto, que durante el festival alberga las funciones de gala, ya vio transitar una colección de caras famosas, empezando por Nicole Kidman y Nicolas Cage. Ella vino para presentar The Human Stain, una versión de la novela de Philip Roth dirigida por Robert Benton, y él se ocupó de promocionar Matchstick Men, la primera comedia en la carrera del director Ridley Alien Scott, que en pocas semanas más se conocerá en Buenos Aires bajo el título de Los tramposos.
Todos esos fuegos fatuos del marketing y la publicidad, sin embargo, no logran opacar lo que verdaderamente importa en el festival, que son las películas. Elephant, de Gus Van Sant, por ejemplo, que en mayo ganó la Palma de Oro de Cannes y que ahora tiene un lugar de privilegio en la programación de Toronto. El propio Van Sant estuvo en uno de los teatros más antiguos y suntuosos de la ciudad, el Elgin, no sólo presentando su película sino recordando también que fue en este festival que comenzó su carrera internacional, cuando en 1989 se dio a conocer con Drugstore Cowboy. Desde entonces, su obra, que en un comienzo fue original y desafiante –basta con recordar la magnífica Mi mundo privado–, pareció que iba perdiendo su rumbo, con una errática incursión del director por las grandes productoras de Hollywood, en un recorrido que tuvo también algo de experimental, en el sentido de poner a prueba sus posibilidades como cineasta en el codificado campo estético que impone la industria. Pues bien, esa etapa da la impresión de haber quedado atrás, en un giro que le devuelve la libertad de sus comienzos. Una primera evidencia fue Gerry, su film inmediatamente anterior, rodado de manera casi improvisada en distintos escenarios naturales (algunos de la Argentina, incluso) y que llegó a verse en abril pasado en el Festival de Buenos Aires. Y ahora Elephant viene a confirmar que Van Sant sigue siendo, como hace diez años, uno de los cineastas más singulares y perturbadores del cine estadounidense.
Inspirado –es un decir– por las diversas masacres de adolescentes, por adolescentes, que entre 1997 y 1999 se produjeron en diversos colegios secundarios de los Estados Unidos (la más famosa de las cuales fue la de Columbine, que dio lugar a su vez al documental de Michael Moore ganador del Oscar), Van Sant, que siempre tuvo una sensibilidad muy particular para retratar esa conflictiva etapa de la vida, se lanzó a hacer un film sin red, una película que va en el sentido contrario a casi todo el cine de su país (incluido el del propio Moore), en la medida en que no tiene respuestas sino preguntas, a cual más acuciante. Con una luminosidadclínica, casi de quirófano, Van Sant disecciona la que parece una mañana cualquiera en uno de esos colegios, pero una mañana que va a terminar en tragedia. Lo notable de su film es la manera en que está narrado, apelando a una estructura que parece un puzzle, en la medida en que una decena de acciones simultáneas, con múltiples personajes, van encajando angustiosamente hasta desembocar en ese momento brutal, que puede obedecer a un sinnúmero de razones, pero que permanece hermético, inexplicable.
Explicaciones, en cambio, sobran en 21 Grams, la nueva película de Alejandro González Iñárritu, el celebrado mexicano de Amores perros, en su primera incursión en el cine estadounidense. Con un rompecabezas narrativo similar al que propone Van Sant, su film sin embargo no podría ser más diferente. Como en Elephant (y como en Amores perros), distintas historias se cruzanentre sí, pero todas parecen apuntar a dar una “respuesta”, al punto que hacia el final González Iñárritu parece un predicador religioso antes que un cineasta. Se habla de enfermedades terminales, de muertes infantiles, de matrimonios descarriados, de la tentación del alcohol y la droga (con Sean Penn y Benicio del Toro como los sumos sacerdotes en Hollywood del vicio y la desesperación), para terminar evangelizando y señalando con el dedo bien alto que cada pecado tiene su expiación. “Dicen que 21 gramos es el peso que perdemos cuando morimos, el peso de cinco monedas, de un gorrión, de una barra de chocolate, y quizás del alma humana”, pontifica el film en su sermón final. Ante tanta vacua altisonancia y solemnidad, la inmensa oferta del Festival de Toronto (con más de 300 films en vidriera) afortunadamente ofrece su propia posibilidad de redención. Basta con asomarse a Zatoichi, el nuevo, espectacular Kitano, o internarse en las regiones más inexploradas de China como lo hace el impresionante documental West of the Tracks, de Wang Bing, para reencontrarse con el verdadero culto del cine. Pero ésas ya son otras historias...