ESPECTáCULOS

“Frankenstein es sólo un ser humano desamparado”

Hernán Kuttel, director del musical “Frankenstein”, inspirado en la novela de Mary Shelley, quiere destacar la “humanidad” de la célebre criatura, desligándola de su condición de “monstruo”.

 Por Silvina Friera

Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, se publicó por primera vez el 11 de marzo de 1818. La autora intentó demostrar a la humanidad el rostro de un nuevo Prometeo, que si bien es capaz de infundir vida en la materia inerte, no puede prever las consecuencias funestas que acarrearán sus buenas intenciones. Las imágenes de ese titán que moldeaba ídolos de barro que se animaban y se convertían en hombres o la del gran escultor, paradigma del artista que profetizaba el poder liberador del arte, en la novela de Shelley están condensadas en la figura de Víctor, un científico obsesionado con vencer a la muerte creando vida humana, un hombre “nuevo” –amalgama de parches y fragmentos corporales–, con trozos de cadáveres. Pero la criatura resulta imperfecta y Víctor apartará su mirada, avergonzado y horrorizado por el monstruo que engendró. Frankenstein no es culpable de su deformación, pero de nada le servirá esgrimir la inocencia del recién nacido. “Aunque no pidió existir, él se encuentra solo, percibe el rechazo y el asco que los otros sienten al mirarlo. El hecho de que no lo reconozca su progenitor es una manera brutal de ejercer la violencia. Justifico los actos violentos de Frankenstein porque es la consecuencia de una violencia previa. Por eso, no es un monstruo sino un ser humano desamparado”, subraya Hernán Kuttel, director del musical Frankenstein, inspirado en la novela de Shelley, que se puede ver de jueves a domingo en el teatro Coliseo (M.T. de Alvear 1125).
Adaptada por Tiki Lovera y Gustavo Arduini, y con música original compuesta por Gabriel Goldmann, Frankenstein, según cuenta Kuttel en la entrevista con Página/12, fue concebido como “un musical de suspenso”. “Quiero que la gente, cuando ingrese a la sala, pueda observar una película en vivo”, comenta el director, discípulo de Pepe Cibrián Campoy, que debuta en la dirección y puesta en escena de un musical. Kuttel señala que Frankenstein, hombre sin patria, porque no dispone de ningún ámbito en el que poder mirar cara a cara al otro sin sentirse humillado, es un recién nacido. “Lo primero que necesita es el calor de un abrazo, la señal del reconocimiento, el afecto. Pero es rechazado por quien, habiéndole dado la vida, le niega el disfrute de la felicidad. Cuando siente hambre y busca comida, lo agreden. Es una especie de bebé, por eso nunca es violento sino que se está defendiendo todo el tiempo de la hostilidad de los demás”, advierte el director. La rebelión del “hijo” contra su padre no puede ser más humana. Pero su legítima reivindicación de justicia lo empuja progresivamente hacia una huida sin fin. Cada vez que se le presenta una mínima posibilidad de aceptación, el odio y la ira acaban tiñendo su esperanza con sangre ajena.
“¿Qué hubiera pasado si Frankenstein hubiera recibido afecto?”, se pregunta Kuttel. “A veces fantaseamos con esta situación y con el elenco pensamos que si hubiera sido aceptado, habría sido el primer hombre clonado de la humanidad”, sugiere el director. El rol de Víctor, que en las versiones cinematográficas es desplazado hacia un segundo plano, en este musical es esencial. El afán del científico por superar las limitaciones antropológicas, sin medir los resultados de sus experimentos, está a la vista: Víctor es un Prometeo sin escrúpulos que no puede asumir el equívoco de su obra. “El mundo de la ciencia y la tecnología están vinculados con la pasión por dejar una huella en la historia de la humanidad. Esa pasión de los científicos no es cuestionable, pero las consecuencias de sus actos y experimentos son los desencadenantes de muchas tragedias”, añade Kuttel. “Mi forma –se burla desesperado el monstruo– no es más que una inmunda copia de la tuya, más horrible aún por su parecido.” Por eso, el director deja flotando un interrogante: “¿Cuál de los dos es el monstruo?”. Con 38 actores-bailarines y cantantes en escena (Pablo Toyos y Sebastián Holz, en los roles del monstruo y Víctor, respectivamente), Frankenstein no tiene la fastuosidad tan propia del género musical. “Desde lo visual, las imágenes aparecen recortadas con sombras. Es una puesta que tiene pocas luces de frente, inspirada en la estética cinematográfica de La leyenda del jinete sin cabeza, de Tim Burton. Trabajamos mucho con los colores fríos, y en cuanto a la escenografía es bastante conceptual y despojada”, precisa Kuttel. La estética con la que articularon la cara de Frankenstein prescinde de los clavos que tenía en su cabeza, imagen difundida por la película de James Whale, que protagonizó magistralmente Boris Karloff. “La cara de la criatura y su cuerpo están cosidos con hilo, gracias a un minucioso y delicado trabajo de maquillaje que lleva más de una hora de preparación. Es como si estuviera unido por partes –señala Kuttel–. La ropa nunca tiene un color liso, pleno, porque transmite una sensación de envejecimiento, oscuridad y decadencia.”
La perplejidad y el dolor de la criatura responden al carácter de su soledad: Frankenstein no encaja ni en la naturaleza ni en la sociedad. Kuttel sostiene que amortiguaron el final tan trágico, para darle un matiz esperanzador. “Además incorporamos el personaje de Igor, el asistente de Víctor, encargado de brindar los toques de humor indispensables para relajar un poco la obra”, agrega el director. Albert Camus, en Prometeo en los infiernos, advirtió que la misión de este mito es recordar que toda mutilación esclaviza al hombre. “Es muy peligroso creerse Dios”, cantan los actores al comienzo de este musical, tal vez anticipando uno de los problemas más acuciantes de estos tiempos, revitalizado por el debate que ha desatado la clonación humana. De las páginas de Esquilo y Shelley, el mito de Prometeo saltó al laboratorio.

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Kuttel dice que concibió su puesta como un “musical de suspenso”.
 
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