ESPECTáCULOS

Cómo apelar a las nostalgias sin golpear nunca debajo del cinturón

Narrada y filmada de un modo irreprochable, “Valentín” se ubica en los ingenuos ‘60 para contar una historia de iniciación infantil y conflictos familiares. Para ello cuenta con la notable labor del debutante Rodrigo Noya, y el conocido oficio de Agresti.

 Por Horacio Bernades

“Mi abuela está un poco loca. Pero, bueno, me parece que todo el mundo está un poco loco.” A los nueve años y viviendo con su abuela por culpa de un padre abandónico y una madre que tiempo atrás “desapareció” misteriosamente de la familia, el chico está en su derecho de pensar así. No tanto por el mundo en sí, del cual le llegan signos más bien escasos: apenas el réquiem que el cura del barrio reza por cierto médico idealista llamado Ernesto Guevara, a quien acaban de asesinar en Bolivia. Pero sí pueden llegar a estar un poco locos los representantes del mundo que rodean al chico: la abuela reprochona, el padre que viene de visita y se va, la madre ausente, el vecino que da clases de piano y es algo piantado. Hasta podría pensarse que el propio Valentín está un poco loco, si uno se guía por una vocación de astronauta que lo lleva a fabricarse su propio traje espacial, rematado con un par de sifones de soda que hacen las veces de tubos de oxígeno.
Retrato barrial que es también el de una Argentina de cabotaje de mediados de los ‘60, Valentín hunde sus raíces en la memoria. En la memoria de Alejandro Agresti, que reconstruye, con agridulce minuciosidad, su propia infancia entre los adoquines de San Cristóbal, cuando en la radio sonaba Violeta Rivas, Almendra en el Winco y en la tele a válvula aparecía Verdaguer. Todo eso, visto por un pibe con gruesos anteojos. Mientras estudia en el Instituto Bernasconi, el avispado niño intenta reunir a su familia. Y tal vez descubra, en el taburete del profesor de piano, lo que podría ser una vocación artística. Narrada en estricta primera persona, con un relato en off pletórico de los modismos y la clase de observaciones que podía hacer un chico en aquellos tiempos tanto más ingenuos, Valentín puede considerarse una historia de iniciación por partida doble.
Por un lado, la iniciación de Valentín, que junto con una primera fascinación por las mujeres descubrirá la distancia de la paternidad y el carácter indefectible de la ausencia y la muerte. Por otro, la película entraña la iniciación en el relato clásico por parte de Agresti, tras el fallido intento de la poco genuina Una noche con Sabrina Love. No es que le falte cálculo a una película basada en una causa tan simpática y querible como el intento de reunificación familiar encarada por un chico desaventajado, pero Valentín convence de la bondad de sus intenciones. Para ello, Agresti cuenta con un arma secreta: el debutante Rodrigo Noya, a quien el realizador de El amor es una mujer gorda descubrió en un casting y cuya mezcla de picardía, ingenuidad, timidez y caradurismo resultan desarmantes, tanto en presencia como a través del relato off.
En el camino de su formación, Valentín negociará con una mezcla de resignación e insolencia las difíciles relaciones con la abuela española (una apergaminada Carmen Maura) y descubrirá loscostados más oscuros del padre, quien a su escaso compromiso familiar e inconsecuencias amorosas le suma su abominación de hippies y judíos, y a quien interpreta el propio Agresti. El chico intentará que aquél se case con la linda rubia con la que sale (Julieta Cardinali) y le buscará un médico a la terca abuela (Carlos Roffé), hasta terminar enfrentando la inevitabilidad de la muerte. Finalmente y gracias a la intervención de un extraño (Lorenzo Quinteros), tendrá ocasión de asomarse a un oscuro secreto familiar.
El registro con que se narra este trayecto vital es el de la comedia dramática, evitando los golpes bajos que podían ensombrecer una película como Buenos Aires Viceversa, así como la perezosa deriva de La cruz o El viento se llevó lo que. Película para todo público, Valentín parece haberle abierto al realizador las puertas de Hollywood, convirtiéndolo en favorito de la superpoderosa productora Miramax. Claramente legible, irreprochablemente filmada y narrada, jugada a la ternura, la gracia, la evocación y la emoción, no es difícil entrever en Valentín las razones de ese noviazgo. Sería injusto que eso le restara valor a un film que logra lo que se propone con armas genuinas, sin golpear nunca debajo del cinturón.

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El pequeño Valentín, gruesos anteojos y voluntad de reunión familiar, es el centro de un film querible.
 
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