ESPECTáCULOS
Haga cultura, vea un reality show
“El barco” y “La Phil” abren un inesperado campo: el voyeurismo televisivo ahora puede aplicarse a la música clásica o la historia.
Por Julián Gorodischer
Lo que faltaba: ahora el reality show se metió con la “alta cultura” para mostrar la intimidad de la Orquesta Filarmónica (en “La Phil”, por Film & Arts, desde hoy a las 23), o introducir la cámara en “El Barco” del siglo XVIII (por History Channel) y su travesía a lo pirata. El género de masas es culposo, y ahora puso de moda la vida privada del artista o el historiador, para que no todo sea “perder el tiempo”. Nace una nueva vocación didáctica: husmee, desate su placer de voyeur, pero siéntase orgulloso porque usted es, en el fondo, un hombre culto. El National Geographic armó el documental “El hundimiento del Belgrano” como si fuera un reality de la tensión entre argentinos y británicos conviviendo en el mismo barco. La idea era recrear la tragedia de Malvinas, pero de paso entregar algo de convivencia y encierro. Fue un cambio de pronombre: si el documental clásico se apoyó en la tercera persona para mostrar la vida de otros, ahora la crónica es el vívido relato del “yo”.
Todo es un poco aburrido: los músicos nunca pierden solemnidad. La postura es erguida hasta para dormir, el diálogo es sentencioso y el tonito, victoriano. La troupe no se permite ni un comentario por lo bajo ante el divismo del nuevo conductor y, siempre, manifiesta como en el deporte el deseo de “ser la mejor de todas”. Quedan, apenas, unas pocas sorpresas para amenizar: el músico herido en el hombro que se hace mecánico o el presidente de la cooperadora que es encarcelado por abuso sexual. Pero como si la vida respetara el protocolo del teatro lírico, del cóctel, los músicos se limitan al descargo: “Es un hombre de bien”, repiten en defensa corporativa del magnate en prisión, porque “La Phil” es, ante todo, un gran manifiesto promocional. Si pudiera elegirse un slogan de presentación, nunca sería “Vea el lado secreto...”, sino todo lo contrario: “Dése cuenta de qué parecidos a nosotros mismos son...”. El prodigio sólo se comprende por cercanía: los músicos son como el vecino, llevan a sus hijos al colegio y hasta se lamentan por el tiempo afuera del hogar, pero después deslumbran. El negocio de “La Phil” es familiarizar.
Lo que cuenta, después de “Gran Hermano” y compañía, es abonar la desmitificación: ellos (marineros, expedicionarios, músicos) también se bañan, duermen, pelean y reclaman un poco de privacidad. “Acá no”, reclama un violinista entrando al baño. “La Phil” es confianzuda desde el título y apela a un cierto estereotipo del músico clásico, pintado como un divo o un obsesivo del trabajo. Lo que aparece después es el factor competitivo: ellos están luchando para ser la mejor Sinfónica de Europa, y enfrentan contratiempos a diario: la enfermedad del director de orquesta, la rebeldía de un violinista, el capricho de Luciano Pavarotti que se baja en el último minuto. Para acercar a la orquesta-héroe, todo importa: el frotado de la axila con agua y jabón, la rutina aburridísima en la oficina de Londres o el hobby de uno de los administrativos (en sus ratos libres, pinta). Que todo sea para abonar esa voracidad de la tele por destruir cualquier mito: ya cayó la alfombra roja, ahora va por más.
En “El Barco” (History Channel, jueves a las 21), como en “El hundimiento del Belgrano”, se ven tripulantes filmados noche y día, las pequeñas broncas y las formas de sobrevivir. Con “El barco” la escena de lo doméstico llegó al extremo, porque hubo que reproducir la vida en un barco a vela, el mismo que usó el capitán Cook para navegar el Pacífico Sur. El casting eligió cuerpos de gimnasio: la camarita enfoca el bíceps arriando, con el morbo de verlos enjuagarse con agua de mar y trabajar todo el día como esclavos. Y que todo sea para contar la Historia de un modo más ameno, para convencer al niño de que el pasado tiene interés. El mártir se asa al sol, y alguien se pregunta por qué firmó el contrato que lo condenó a seis semanas de altamar. Eso sí, queda el consuelo de “estar haciendo Historia”, consigna que les enrostran para diferenciarlos del rehén porque sí. Un psicólogo a bordo comenta qué difícil es volver atrásen el tiempo, y un novato se queja del dolor. Ya falta poco, pero la tele irá por más: están comprometidas excursiones a la montaña y al espacio exterior, en lo que aparenta ser el reemplazo ideal del documental: la biografía de personas comunes. Los nuevos rehenes sufren, comen, duermen y se bañan igual que uno, y no se avergüenzan con el resultado final. A fin de cuentas, su vida privada sale por TV, sí, pero se ven en Film & Arts.