ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA DESDE MAÑANA DOS DISCOS DE HUGO DEL CARRIL
Guiños de un romántico del arrabal
La colección expresa la diversidad estilística del cantor, actor y director, que marcó una época después de la muerte de Gardel. “Malevaje”, “Desde el alma”, “Madame Ivonne” y “Caminito”, entre otros, dan cuenta de un artista notable.
Por Julio Nudler
Para Piero Bruno Hugo Fontana, cantar tango lo acercó como a ningún otro al sueño de ser Gardel, aunque no fue el único en intentarlo. En septiembre de 1935, apenas tres meses después de la tragedia de Medellín, Príncipe Azul –es decir, Herberto Costa– murió durante una travesía en barco a Nueva York, donde se lo esperaba como sucesor vocal y cinematográfico de El Zorzal Criollo. Es obvio que no hubiera conseguido serlo. También otros cantores, como Roberto Quiroga, quisieron verse o ser vistos como herederos, sin excluir a los descollantes Jorge Casal y Horacio Deval. Pero fue Fontana, convertido prontamente en Hugo del Carril, quien más avanzó, logrando que tango y cine contribuyeran simbióticamente a forjarle una enorme fama, que llegó a abarcar toda América Latina.
Pero, lejos de recortarse sobre la figura de Carlitos, Hugo desarrollaría la suya propia, basada en su estampa de galán criollo, con su voz abaritonada que modulaba entre un romanticismo por momentos dramático y hasta desgarrado, dentro de una cuidada mesura, y la reciedumbre que armonizaba con su pinta y su imagen viril, modelo de prolijidad. Seguramente Charlo era quien estaba vocal y musicalmente más habilitado que nadie para disimular la ausencia de Gardel, pero se resentía en la pantalla. De modo que ningún cantor acumuló en los finales de los ‘30 tantas películas tangueras como Del Carril, éxito que se multiplicaba en las numerosas actuaciones radiales y en los quebradizos discos de 78 rpm.
Nacido en el barrio de Flores en 1912, pasó su niñez en Francia y ya en 1929 se inició como locutor en la popularísima Radio del Pueblo, donde paralelamente fue integrando diversos conjuntos vocales y trabajó de estribillista de cuanta orquesta u orquestita pasara por esos micrófonos. Con una se presentaba como Pierrot, con otra como Hugo Font, con alguna más como Carlos Cáceres. Hugo era él solo todo un elenco de cantantes, lo cual resultaba muy económico, aun dentro de la ínfima paga que recibían los artistas sin renombre. Lo suyo, como era habitual en esos tiempos, se limitaba a entonar el estribillo o refrán, parte central o segunda, generalmente breve, de cada tango, para que luego los músicos reiteraran el motivo inicial y remataran la versión.
Su debut como solista con guitarras ocurrió en 1934 por LR 6 Radio Nación (luego Mitre), y dos años más tarde grabaría su primer disco, contratado por la Víctor y con el excelente acompañamiento musical de una orquesta conducida por el sublime pianista y bandoneonista negro Joaquín Mauricio Mora, quien también escribía los arreglos. Registra en esa placa “Yo soy aquel muchacho” y “Me besó y se fue”. También en 1936 graba “Nostalgias” y el vals “Luna de arrabal”, siempre con la orquesta concebida por Mora, con Cayetano Puglisi como primer violín y Ciriaco Ortiz como primer bandoneón.
Como bonus tracks del primero de los dos compactos que presenta a partir de mañana Página/12, están incluidas las dos piezas del disco que en 1937 marcó el estreno de Hugo en el sello Odeón. Se trata del muy romántico “Como aquella princesa”, de Mora y José María Contursi, y del vals “Te vi partir”, firmado por Fidel Pintos y Luis Rubistein. Este último poseía, junto con sus hermanos Oscar, Mauricio y Elías, una academia de interpretación llamada Paadi, en Callao y Corrientes, donde Fidel se inició como casero, ordenanza y barman o mozo, para emerger como un consumado actor cómico. Lo que puede dudarse es que la música del mencionado vals realmente le perteneciera. Hugo estaba ligado a Paadi, donde amenizaba reuniones de amigos cantando las versiones paródicas y obscenas que el pantagruélico Luis Rubistein escribía de tangos célebres. Mora fue reemplazado definitivamente por el pianista y compositor Amado Alberto “Tito” Ribero como acompañante orquestal de Del Carril, quien en 1938 grabó cuatro discos de estupendo repertorio, con tangos como “El adiós”, “Indiferencia”, “Nada más”, “Vieja amiga” o “Desaliento”. También registró con guitarras “Yo no tengo suerte” y lanzó en Colombia dos discos nunca editados en la Argentina. Su popularidad hizo posible que estrenara en 1939 la revista teatral “Y aquí está Hugo del Carril, el cantor más varonil”, cuyo modesto nivel estaba muy lejos de satisfacer las crecientes inquietudes artísticas de quien en 1953 filmaría Las aguas bajan turbias. Hugo se sentiría cada vez más cansado de films cuyo argumento era un simple pretexto para sus canciones.
Pero su debut en el celuloide había estado estrechamente ligado al tango. Fue en 1937 y con la película escrita y dirigida por Manuel Romero Los muchachos de antes no usaban gomina, donde Hugo cantaba “Tiempos viejos”, de Francisco Canaro y Romero. Doce años después se iniciaría como realizador con Historia del 900. Dentro de su actuación radial, un apunte interesante fueron sus presentaciones de 1939 en Radio Prieto, en programas que eran una excusa para el contrapunto de cantantes populares. En uno Hugo rivalizaba con Oscar Alonso; en otro, con Azucena Maizani; en otro, con Amanda Ledesma y Alberto Vila.
En 1946, mientras Juan Perón tomaba directamente el poder, Del Carril volvía al país tras dos años de residencia en México, donde filmó y grabó con el acompañamiento de Atilio Bruni. Inversamente, Libertad Lamarque tomaba el camino del exilio mexicano, señalado por su confrontación con Evita. Aunque identificado con el Justicialismo (en 1948 grabó “Los muchachos peronistas”, que se incluye como bonus track en el segundo CD), sufrió como cineasta el acoso de la censura y supo ayudar hasta donde pudo a otros artistas perseguidos, consiguiendo en ocasiones que músicos comunistas pudiesen actuar por radio. Pero a la caída de Perón se vio obligado a poner distancia, yéndose temporariamente del país.