ESPECTáCULOS › “SANGRE”, UNA HISTORIA DE FAMILIA, POR PABLO CESAR

Un Edipo en clave confesional

 Por Horacio Bernades

Desde hace tres lustros, el cine argentino conoce un ritual peculiar y obstinado, que se reitera a intervalos de tres años. El ritual es sencillo: Pablo César estrena un nuevo largometraje y no va nadie a verlo. Los únicos que van (los críticos de cine) salen furiosos, irritados o enervados. Nada de eso es producto de alguna cualidad provocativa por parte de un cineasta que combina alegorías obvias con imágenes presuntamente poéticas, y esquematismos dramáticos con diálogos se supone que existenciales. Autor de varios clásicos del piantapublismo nacional (La sagrada familia, Fuego gris, Afrodita, el jardín de los perfumes), con Sangre Pablo César completa su primera media docena fílmica, confirmándose tan fiel a sí mismo como sólo pueden serlo Jorge Polaco o Eliseo Subiela.
Con una duración de 2 horas y 4 minutos, Sangre es una historia de familia con fuertes acentos autobiográficos. Escrita por los hermanos Pablo y Mike César (que a pesar de su nombre de compositor de salsa, es coproductor y coguionista), el hijo mayor, Martín (Emiliano Alonso, de llamativo parecido físico con el realizador) es un cineasta en cierne. A su turno, Nicolás (Guillermo Pfening, libre del almidón que lo rodea) se dedica a diseñar sites de Internet. Mientras la muerte del padre en un accidente pende sobre la familia como ominoso secreto a develar, si hay una protagonista de Sangre, ésa es la mamá (Ivonne Fournery, premiada hace unos días en el festival de Amiens).
En efecto, Sangre puede ser vista como una suerte de incómoda confesión edípica, con los dos muchachos ya bien creciditos, viviendo en casa de mamá y organizándole fiestitas. “¿Por qué no salís con algún amigo, así te enseña a bailar?”, le dice mamá a Martín, manejando el subtexto con bastante más picardía que el hijo, que se pasa la película entera amagando salir del closet y jamás lo hace. En lugar de eso, Martín anda muy preocupado con el guión de una película que incluye el asesinato, en plena calle Florida, de una de esas estatuas vivientes todas pintadas de blanco. Buscando cierto encuentro con la identidad que se supone el desierto proporcionaría, Martín se va a filmar a Tilcara, llevándose consigo a un morocho, al que desviste sólo hasta la cintura. Después vuelve a enfrascarse en un incurable ombliguismo, que lo lleva a hartar con su bendito guión a cada uno con quien se cruza. Y se cruza mucho, porque el realizador ha ideado, a modo de aquellos números vivos de antes, un desfile de cameos y números musicales. Este incluye desde el propio realizador al conductor radial Bobby Flores, pasando por Juan Carlos Calabró, una de sus hijas y Bahiano, de Los Pericos. “Te presento a Melingo”, le larga de pronto El Contra al protagonista, y el ex Twist se manda con uno de esos tangos de avería que cultiva desde hace algunos años, cuestión de ir matando tiempos que ya están muertos.

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