EL PAíS › KISSINGER PIDIO QUE LA MASACRE FUERA RAPIDA
Luz verde
En octubre de 1976, Kissinger pidió a la dictadura argentina que la masacre fuera rápida, para impedir la condena del Congreso por violaciones a los derechos humanos.
Por Horacio Verbitsky
Nuevos documentos desclasificados por el Departamento de Estado norteamericano demuestran que el ex canciller Henry Kissinger comunicó al canciller Cesar Guzzetti el decidido apoyo del gobierno del presidente Gerald Ford a la política de exterminio de disidentes emprendida por la dictadura militar y lo asesoró sobre cómo eludir los cuestionamientos del Congreso de los Estados Unidos. Al mes siguiente, el demócrata James Carter derrotó a Ford en las elecciones presidenciales y se convirtió en un duro crítico de la dictadura argentina. Kissinger habló en forma irónica de Carter durante su encuentro con Guzzetti, que tuvo lugar en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York el 7 de octubre de 1976. Guzzetti ya había obtenido la luz verde de Kissinger durante la reunión de cancilleres de la OEA celebrada en Santiago de Chile en junio de ese año y en términos similares: sólo se trataba de que lo hicieran rápido.
Guzzetti le dijo a Kissinger que la guerrilla ya había sido desmantelada y que todo terminaría antes de fines de 1976. Los nuevos documentos fueron presentados ayer en Washington por la principal organización no gubernamental especializada en la desclasificación de documentos secretos norteamericanos sobre la represión en Latinoamérica, National Security Archives. Su investigador Carlos Osorio está en Buenos Aires, y hoy se referirá el tema en la Facultad de Derecho de Buenos Aires durante unas jornadas sobre Relaciones Bilaterales entre Argentina y Estados Unidos que organizan el Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson Center y el Centro de Estudios Legales y Sociales.
Guzzetti viajó a Estados Unidos preocupado por las críticas en la prensa y el Congreso de ese país a las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en la Argentina y la posibilidad de que el Congreso obligara al Ejecutivo a vetar créditos del BID para la dictadura. El 6 de octubre se reunió en Washington con el subsecretario de Estado para asuntos Económicos y Agrícolas Charles W. Robinson quien, por ausencia de Kissinger, que había viajado a Nueva York para un debate sobre Medio Oriente en las Naciones Unidas, estaba a cargo de la Cancillería. Guzzetti le dijo que “en tres o cuatro meses” su gobierno calculaba “terminar con las organizaciones subversivas”. Robinson le contestó que entendía que la Argentina enfrentaba “una guerra civil subversiva” en cuyo “período inicial podían requerirse medidas que no eran aceptables en el largo plazo” y dijo que la clave era determinar cuánto tiempo más llevarían “esas duras medidas”. Guzzetti reiteró que sólo dos o tres meses más. Para Robinson era comprensible “la necesidad de ser duro al principio” pero había que avanzar luego hacia una “posición más moderada”. Agregó que el pueblo norteamericano, “justo o no, tiene la percepción de que hoy existen en la Argentina violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos”. Para Robinson el problema consistía en saber “por cuánto tiempo más es necesario mantener una posición dura, muy firme” ya que el Congreso estaba en receso hasta enero. Si para entonces había una “clara reducción en la intensidad de las medidas” de la dictadura, el Congreso podría “considerar inválida” la acusación acerca de las violaciones graves y sistemáticas. Robinson demostró un conocimiento acabado de la situación argentina, que comparó con la de su Estado, California, en la década de 1850, cuando “las fuerzas del orden no eran apropiadas y el pueblo organizó grupos vigilantes. Pero los Estados Unidos han olvidado ese tramo de su historia y olvidan que circunstancias similares se producen hoy en otros países”. También reclamó acceso consular a los ciudadanos norteamericanos detenidos en la Argentina, tema que había movilizado a la opinión pública norteamericana, a raíz de la detención del sacerdote James Weeks. También participó de la reunión el funcionario del Banco Mundial Edwin M. Martin, quien dijo que en caso de que “miembros de grupos religiosos violaran la ley es esencial que no los hagan desaparecer. Debería bastar con arrestarlos y llevarlos a juicio”. Robinson aconsejó a Guzzetti repetir sus argumentos a Kissinger, ya que “los Estados Unidos están ansiosos por cooperar con la Argentina, dentro de los límites impuestos por nuestro Congreso”.
El 7 de octubre, Guzzetti visitó a Kissinger en su suite del Waldorf Astoria de Nueva York. El clima fue de abierta camaradería y el embajador argentino ante las Naciones Unidas, Carlos Ortiz de Rosas, opinó incluso sobre el proceso electoral estadounidense, en favor de Ford y en contra de Carter. Kissinger criticó la posición de Carter, quien en un debate con Ford había objetado la ayuda de Estados Unidos a Arabia Saudita e Irán y se dirigió a Guzzetti en forma jocosa: “Tienen suerte que no mencionó a la Argentina. Ya los va a agarrar en el próximo debate. El consuelo es que sólo faltan tres semanas” (para las elecciones del 2 de noviembre). La transcripción del Departamento de Estado acota “Risas”. Guzzetti aprovechó para pasar su mensaje: “Recordará usted nuestra reunión en Santiago. En los últimos cuatro meses nuestra lucha ha tenido muy buenos resultados . Las organizaciones terroristas han sido desarticuladas. Si las cosas siguen en el mismo sentido, antes de fin de año habrá pasado el peligro. Siempre habrá intentos aislados, por supuesto”. Kissinger preguntó si para la próxima primavera boreal, que empieza a fin de marzo, todo habría terminado. Guzzetti le respondió que ello ocurriría “antes de fin de año”. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas estableció que la mitad de los detenidos-desaparecidos fueron secuestrados después de esa fecha. Esto ratifica que la represión clandestina se abatió sobre un alto número de personas que no participaban en las organizaciones armadas, de acuerdo con la consigna del general Ibérico Saint Jean: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, luego a los indiferentes y por último a los tímidos”.
El marino argentino se quejó de que “grupos de izquierda” estaban creando una “imagen distorsionada” acerca de “una supuesta campaña antisemita” de la dictadura, que tan supuesta no debía ser desde que Guzzetti agregó que su gobierno “estaba haciendo todo lo posible por impedir que se produjera”. Kissinger (quien antes había bromeado que el 90 por ciento de la población de Nueva York era judía) preguntó a sus funcionarios si esas acusaciones tenían algún fundamento. El subsecretario Harry Schlaudeman dijo que “los dirigentes judíos de la Argentina nos aseguraron que no han sido amenazados”.
Kissinger tranquilizó a Guzzetti: “Nuestra actitud básica es que queremos que tengan éxito. Yo soy de convicciones chapadas a la antigua: creo que a los amigos hay que apoyarlos. Lo que no se entiende en Estados Unidos es que ustedes están pasando una guerra civil. Se lee acerca de los problemas de derechos humanos, pero no sobre el contexto. Cuánto antes tengan éxito, mejor. El problema de los derechos humanos es cada vez mayor. Su embajador puede ilustrarlo. Queremos una situación estable. No queremos causarles dificultades innecesarias. Si pueden terminar antes de que se reanuden las sesiones del Congreso, mejor”. Kissinger dijo que la Enmienda Harkin sólo condicionaba a la situación de los derechos humanos los créditos del BID, pero que el Ejecutivo votaría en favor de la Argentina en el Banco Mundial, donde bastaba con aprobar la política económica del gobierno. Sin modificar el tono afectuoso, Kissinger preguntó si el nuevo embajador sería “tan bueno” como el saliente, Arnaldo Musich, y prometió que “será tratado como un amigo”. Antes de despedirse, tuvo tiempo para otra broma. Dijo que le había llevado un año entender las cuestiones relativas al Derecho del Mar y que si Carter ganaba las elecciones se dedicaría a fastidiar a todo el mundo explicando en los cócteles de qué se ocupaba el Comité I.