ESPECTáCULOS › MARC, LA SUCIA RATA, DE LEONARDO CALDERON
El mundillo de la autodestrucción
Por Horacio Bernades
“Filmar una película perfecta, matar a un policía y morir de sobredosis”: a eso aspira el protagonista de Marc, la sucia rata, y habrá que ver si no termina fracasando en todos sus empeños. Obsesionado con la idea (o el cliché) de la muerte joven, tanto deseo tanático parece haber traído funestas consecuencias para varios de los involucrados en esta película, cuya esforzada concreción persiguió, a lo largo de más de un lustro, su realizador y guionista, el debutante Leonardo Calderón. Basada en una novela del escritor José Sbarra, coproducida por Nicolás Sarquis y protagonizada por Diego Mackenzie (uno de los tres actores principales de 76 89 03), todos ellos fallecieron, desde 1996 para acá. Y la película resultante no fue perfecta.
Marc, la sucia rata se basa en una novela de Sbarra, cuya versión teatral (Los pro y los contra de hacer dedo) fue todo un éxito de trasnoche en una sala de la calle Corrientes, donde se mantuvo en cartel durante varias temporadas. Suerte de versión de segunda mano de las novelas de Charles Bukowsky y con música de Las Pelotas –tanto como para invocar el fantasma de Luca Prodan–, Marc, la sucia rata gira enteramente alrededor del protagonista. Emulo nativo del Mickey Rourke de Barfly, Marc pasa del pico de la botella al de la aguja, haciendo escalas entre porros y líneas. Perseguido por un policía que funciona como su propio Coyote (el calvo Daniel Ritto), en los ratos libres Marc sale de paseo por lo que él llama “el mundo inmostrable”, siempre munido de una camarita de video.
En la camcorder Marc registra –entre bamboleos que no garantizan encuadres muy estables– “historias ruines trazadas en el mapa de la existencia”, como él mismo pregona, sin el menor temor por el kitsch. Con tantas pretensiones de manifiesto como esta clase de producciones suelen (o solían) tener, Leonardo Calderón utiliza cada una de las escenas como soporte de una serie de tiradas declamatorias. En ellas y como es de rigor, se pone en tela de juicio el mundo de los “caretas”, exaltándose la presunta libertad que una “sucia rata” como Marc vendría a representar. La pequeñez del mundo tal como Marc lo imagina se ve reforzada por una repetitiva estructura dramática y narrativa.
Marc, la sucia rata consiste básicamente en dos series de diálogos, que se intercalan incesantemente. Por un lado, los que sostienen perseguido y perseguidor (en los que uno aparece siempre como perfecto imbécil y el otro como filósofo rante). Por otro, los que el protagonista tiene con un tachero (encarnado por Geniol, icono del under porteño de los ‘80), suerte de aporteñado gurú del reviente. De resultas de ello, la película de Calderón puede ser vista como puesta en escena de una visión del mundo que (tal como lo expresa algún plano en el que el protagonista se filma a sí mismo) gira infinitamente sobre su propio eje. Así suele ocurrir con esa forma de la puerilidad a la que, para dotarla de un aura heroica, algunos llaman autodestrucción.