ESPECTáCULOS › “MENTIRAS”, UN FILM TRANSGRESOR DEL COREANO JANG SUN-WOO
El placer como principio excluyente
Como en su momento lo hizo El imperio de los sentidos, Mentiras propone un mundo cerrado, al margen de las imposiciones de la sociedad.
Por Luciano Monteagudo
Hace aproximadamente una década que el cine coreano viene pisando fuerte, en todos los campos, en primer lugar en su propio mercado interno, donde compite de igual a igual por el favor del público con las superproducciones de Hollywood, a las que generalmente relega a un segundo lugar. Paralelamente a este cine popular, de excelente factura técnica y que fusiona simultáneamente diversos géneros (como Old Boy, de Park Chan-wook, ganador del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, con su mezcla de acción, intriga y melodrama), hay también en Corea una fuerte corriente de cine de autor, con films muy personales y de gran riesgo estético. Es el caso de Mentiras, que finalmente llega a su estreno en Buenos Aires, luego de haber pasado en el 2000 por la segunda edición del Festival de Cine Independiente y un año después por una muestra de cine coreano en la Sala Leopoldo Lugones. Y si se habla de riesgos, pocos films de los últimos años toman tantos, y de todo tipo, como esta realización de Jang Sun-woo (Seúl, 1952), quizás el más iconoclasta de los directores de su país.
Basada en una novela que ya en 1996 había sido prohibida en Corea (su autor, Jang Jung-il, sufrió incluso dos meses de prisión bajo cargos de pornografía), Mentiras fue concebida no sólo como un desafío a la censura de su país sino, en todo caso, y más aún, como una provocación a la concepción coreana –y no sólo coreana– de la vida como deber, trabajo y sacrificio. Por el contrario, todo el film de Jang Sun-woo gira alrededor de una única idea rectora, que es la del placer. Que ese principio del placer que mueve a los personajes de Mentiras esté asociado al sexo puro y duro y a prácticas sadomasoquistas no hace sino reforzar el carácter transgresor del film, que –como en su momento lo hizo El imperio de los sentidos (1976), de Nagisa Oshima– propone un mundo cerrado y autosuficiente, al margen de los mandatos e imposiciones de la sociedad.
La película de Jang Sun-woo (realizada en video digital, con un presupuesto mínimo) no anda con rodeos y tiene apenas dos personajes, a quienes se llama solamente por sus iniciales. “Y” es una estudiante de 18 años, decidida a perder su virginidad con “J”, un escultor de 38 a quien apenas conoce por teléfono. Se citan en un hotel cualquiera y ya en ese primer encuentro –dividido en tres capítulos, titulados “Primer agujero”, “Segundo agujero”, “Tercer agujero”– J desflora a Y de diversas maneras. “Quería elegir a mi primer compañero sexual antes que ser violada, como les sucedió a mis hermanas”, le explica la chica al escultor, aludiendo a un machismo llevado al extremo, que se sugiere imperante en la sociedad coreana.
A partir de ese momento, J y Y no podrán sino pensar el uno en el otro, obsesivamente, a la manera del amour fou que proclamaban los surrealistas. Poco a poco, el mundo circundante parece dejar de existir y en su búsqueda de placer la pareja va deslizándose hacia la flagelación. Primero es el escultor quien lleva las riendas y quien elige amorosamente, con ternura, los elementos necesarios: una vara de madera, un cable metálico, un tubo plástico, una soga, una rama de árbol. “J no es un sádico, los verdaderos sádicos odian el coito; J ve los azotes como una estimulación erótica previa”, informa un narrador ocasional en off, en tercera persona, como si estuviera leyendo el libro. Pero, paulatinamente, la chica será quien asuma el papel dominante y quien le proporcione al escultor “un dolor extremo, pero también placer, como los recuerdos de infancia”. Desde el primer comienzo, Mentiras –un título por demás ambiguo, que parece aludir al material con que se construye la ficción– se preocupa precisamente por borrar las fronteras entre construcción ficcional y registro documental. Los dos personajes están a cargo de actores no profesionales, en su primera experiencia frente a cámara, y no sólo se entregan a ella como J y como Y sino también como ellos mismos, intentando definir el porqué de la película y de su participación en ella. “Tu guión –le dice el actor al director– trata sobre estar poseído, le brinda fantasía a la gente, y la fantasía hace bien, mental y físicamente.” Por oposición, una escena de Mentiras es particularmente brutal y no tiene que ver con la flagelación: una amiga de Y, muerta de celos, la ataca histéricamente, hasta que el director grita “corte”. Pero la cámara sigue rodando y se ve a los técnicos acercarse a Y, que continúa llorando. Esa cisura, ese quiebre, esa irrupción de un mundo en otro parece tener más violencia que cualquier azote.