ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A VIVI TELLAS, DIRECTORA DEL TEATRO SARMIENTO
“Busco el mínimo umbral de teatralidad”
Lejos de su trabajo con las Baybiscuits en los ‘80, la actriz y directora, a cargo de una de las salas del Complejo Teatral Buenos Aires, analiza el modo en que lo experimental puede insertarse en las estructuras oficiales. “Cuando una está afianzada, corre el riesgo de no probar”, dice. Y agrega: “Para investigar hay que ser un poco insegura”.
Por Hilda Cabrera
Comenzó haciendo parodias con las Baybiscuits, creando un tipo de teatro que denominó “malo”, y organizando performances en el circuito off. Para entonces, Vivi Tellas había finalizado sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD). En esta última integró la “primera camada” de puesta en escena. “Lorenzo Quinteros era nuestro profesor central. La carrera se diseñaba cada año (tres en total), porque hasta entonces no existía”, cuenta esta actriz y directora que se inició en la década de 1980 en el circuito alternativo. Trabajó con personalidades míticas del off, como Batato Barea, en Actos de pasión, de 1986, entre otras creaciones. En diálogo con Página/12, y en una etapa totalmente diferente a la de aquellos años, Tellas califica a esa época de “muy divertida”.
Su trabajo –dice– adquirió otro carácter cuando optó por la dirección, a la que se dedica “con seriedad”. Ha sabido combinar elementos de aquel teatro alternativo con otros de carácter institucional. Fue directora del Centro de Experimentación Teatral de la UBA (en el Centro Cultural Ricardo Rojas) y asesora del Centro Cultural Recoleta. Coordinó y dirigió varios trabajos, entre muchos otros Los fracasados del mal, sobre el universo teatral y literario de Roberto Arlt, 29 poemas cantados, El escuchado (puesta en homenaje a Atahualpa Yupanqui); Conferencia sobre nada, de John Cage, una versión escénica de Europera V, ofrecida en el Teatro Colón en 1995; Proyecto Museos y, últimamente, una particular lectura de La casa de Bernarda Alba, en el Teatro San Martín. Desde marzo de 2001 se desempeña como directora de la Sala Sarmiento del Complejo Teatral Buenos Aires. En ese espacio de avenida Sarmiento 2715 (junto al Zoo) creó y coordinó a partir de 2002 los ciclos de Biodrama (biografías escénicas sobre una persona viva), programando además espectáculos experimentales, como la versión de Hamlet, de Luis Cano, que dirigió Emilio García Wehbi; y el que estrenará el próximo sábado el grupo El Descueve con el título de Patito feo. Esta inserción de lo experimental en estructuras oficiales forma parte de un métier que, cuando cree que domina, le confiere otro rumbo: “Cuando una está afianzada, corre el riesgo de no probar”, puntualiza. Y agrega: “Para investigar hay que ser un poco insegura.”
–¿Ese es su caso?
–En este momento conviven en mí muchos años de trabajo y un espíritu inquieto que me pide investigar, principalmente en lo que me pasa respecto de ciertas cosas.
–¿Cuáles?
–En lo personal me interesan aquellos materiales que están más cerca de mi historia o de mis obsesiones, pero también tengo en cuenta mi trabajo como directora de una sala oficial. Desde esa función me pregunto qué cosas ofrecer y me pongo a prueba discutiendo las propuestas. Eso mismo hice cuando elaboré el Proyecto Museos, en el Rojas.
–Se supone que no es fácil abrirse camino en las instituciones. ¿A qué se debe esta habilidad suya?
–Tengo dos aptitudes que pueden ser defectos y virtudes al mismo tiempo: soy caprichosa y tenaz.
–¿Es “insegura” al momento de crear y segura en lo administrativo?
–Digo insegura como “estado ideal” para favorecer la búsqueda. Me interesa mucho el papel que juegan el arte y la cultura dentro de las instituciones. Estas les sirven de apoyo, pero al mismo tiempo incitan a que uno “empuje” sus límites. Es una tarea complicada, porque al tratarse de estructuras organizadas, cualquier cosa nueva que se plantee, sea trabajo o producción, las desestabiliza.
–¿Los ciclos de Biodrama son ejemplo de esto?
–Cuando me invitaron a dirigir el Sarmiento, pensé convertirlo en centro de investigación. Era una decisión quizás algo rara y desconcertante. Ese fue un “estado de inseguridad”. Era una vuelta al lugar en el que me recibí: allí cursé clases de mi último año de estudios en la EMAD. Fue un cierre dentro de mi historia.
–¡Sentate! Un zoostituto, la propuesta del suizo Stefan Kaegi, fue, dentro del ciclo, el trabajo más atrevido?
–Había quedado fascinada con el Torero Portero que Stefan presentó en el Festival de Córdoba de 2001. A partir de una colaboración con el Goethe lo invité a participar de estas biografías escénicas, experimentales y de investigación sobre personajes vivos, donde cada autor y director resuelve el material de manera diferente. ¡Sentate!..., presentado por personas que no eran actores y subían al escenario con sus mascotas, se salía del marco del teatro. Me gusta recorrer un amplio espectro: Barrocos retratos de una papa, de Analía Couceyro, Temperley, de Luciano Suardi, Los 8 de julio, de Beatriz Catani, y El aire alrededor, de Mariana Obersztern, son obras distintas.
–¿En qué punto se relacionan estos ciclos con otra muestra suya: El precio de un brazo derecho?
–Quizás en un aspecto testimonial. Aquella era una obra casi periodística sobre las leyes laborales y la relación con el trabajo. Biodrama, en cambio, lo concebí pensando en la sala Sarmiento. Empezamos de cero, confiando en la persona elegida, en el autor y director.
–¿Continuará en esa línea?
–Este año decidimos dar lugar a otras experiencias, como Hamlet y Patito feo, siempre dentro de lo experimental. Por otro lado realizo trabajos cerrados al público, independientes de lo institucional. Los muestro en mi estudio. Uno de ellos es Mi mamá y mi tía, con mi mamá y mi tía reales. Es un biodrama de mi vida, donde ellas, que no son actrices, cuentan la historia de mi familia. El otro es Tres filósofos con bigotes, donde los “actores” son tres profesores de filosofía de la UBA.
–¿Otro biodrama?
–Estoy buscando fuera del teatro el mínimo umbral de teatralidad.
–¿Cuál sería ese umbral?
–Mi mamá y mi tía, por ejemplo, cumplen, aun no siendo actrices, un requisito teatral. Repiten las mismas historias que yo les escuché desde niña. Para mí la repetición es un elemento técnico teatral.
–Un elemento de aprendizaje, también.
–Puede ser... En un ensayo tal vez. Me interesa, por ejemplo, cómo cuentan el momento en que empezaron a hacer tortas. Ese es un “clásico” en mi familia. Me pregunto si la familia es el primer teatro con el que uno se encuentra, y entonces empiezo a hacerles preguntas sobre los grandes temas teatrales: la traición, la muerte, la mentira... Me impresiona la teatralidad de las respuestas y la variedad de temas: cuentan sobre las amantes de mi abuelo o la incitación de mi abuela a que disimulen haciéndose pasar por cristianas cuando no lo son. Mi abuela las mandaba a la iglesia y ellas simulaban. Esa mentira es teatral. Charlo con ellas, cuestiono las historias.
–¿Por qué no muestra ese trabajo?
–Porque me da vergüenza. Siento pudor: son mi mamá y mi tía. Creo que todos “escondemos” una familia. Ellas hablan de mi vida. Mi mamá cuenta la muerte de mi padre y llora: muestra sus fotos. El otro trabajo sí lo voy a mostrar. Tres filósofos con bigotes surgió de unas clases que tomé con el filósofo Tomás Abraham. Invité a los profesores Jaime Plager, Alfredo Zveivel y Eduardo Oswald a una experiencia teatral. Denomino a este teatro “La serie de los casos”. Un caso es Mi mamá y mi tía, y otro éste de los filósofos.