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Un mundo sin Bush
Por David Blaustein*
El cine documental sufrió luego de la Segunda Guerra Mundial, pero más desde mediados de los ‘50, un salto tecnológico importante con dos factores esenciales. El surgimiento del Blimp en las nuevas cámaras Eclaire que redujo notoriamente los ruidos, y la aparición del “sincro” en las grabadoras, lo que permitió equipos más autónomos, de mejor calidad, con una cámara mucho más libre.
Vietnam fue uno de los primeros mojones del documental político norteamericano. La famosa Marcha sobre Washington que retrató Haskell Wexler o Interviews with My Lai veterans, de Joseph Strick sirvieron en buena medida para generar la conciencia del movimiento pacifista americano de fines de los ‘60.
A principios de los ‘70 Buenos Aires disfrutaba las trasnoches de los cines Ritz de la avenida Cabildo y el hoy pornógrafo Arte con las bandas cinematográficas y sonoras de Woodstock, Gimmie Shelter entre otras, que combinaban hippismo, documental y rock and roll, como lógica previa a la politización de los años ‘70. La tragedia ya se había desatado en nuestro país cuando Barbara Kopple llegó al Oscar con Harlan County, magnífica realización que retrata una prolongada huelga minera en Kentucky.
Tricontinental Films fue una distribuidora que funcionó en EE.UU. en aquellos años, distribuyendo todo el cine político latinoamericano y generando fluidos intercambios entre cineastas del norte y del sur del río Bravo. La llegada de la Nicaragua sandinista y la preocupación reaganiana por su existencia y propagación en Centroamérica motivó la aparición de una generación de documentalistas americanos con una perspectiva distinta al discurso ideológico setentista. Quizá influenciado por las cadenas televisivas públicas americanas o por cierta imposibilidad de un discurso político más contundente, Cuando las montañas tiemblan de Pamela Yates, Reporte desde el frente de Bebora Schaffer o Los negocios de la CIA, de Alan Francovich, por citar algunos, son de una eficacia notable y una realización profesional más que rigurosa.
Nuestro país fue testigo de esa solidaridad cuando nos enteramos de que Las Madres de Plaza de Mayo de Lourdes Portillo y Susana Muñoz compitieron por un Oscar sobre el comienzo de la democracia.
Michael Moore es tan hijo de todos ellos como el cine piquetero lo es de Fernando Birri, Pino Solanas, Gleyzer o del Colectivo Cine Testimonio. Podemos y debemos discutir aún sobre forma y contenido.
El asunto es si queremos un mundo con o sin Bush.
* Cineasta.