ESPECTáCULOS

Night Shyamalan, experto en las vueltas de tuerca

En La aldea, el director de Sexto sentido presenta a unos Innombrables que viven en el bosque aledaño y tienen sumido al pueblo del título en un espanto primordial, lovecraftiano.

 Por Horacio Bernades

Una película de terror que pone en duda aquello que le da sentido al género. Un viaje en el tiempo que no se presenta como tal. Un enjuiciamiento de ciertos ejes esenciales de la cultura y la historia de los Estados Unidos. Un film fantástico que, en lugar de lo que parece, entraña una crítica política tan radical como pueden serlo las de Michael Moore, aunque infinitamente más sutil. No hay duda de que La aldea es toda una sorpresa. No tanto por el timing y la precisión con que M. Night Shyamalan administra el miedo: aun en sus peores películas, el director de Sexto sentido había evidenciado su capacidad de construir climas y suspenso. Tampoco por las sorpresivas vueltas del guión, de esas que ponen todo patas arriba y de las que aquí hay por lo menos dos francamente virulentas: si por algo se hizo famoso Shyamalan fue justamente por eso.
La novedad de La aldea es su dirección de sentido, que funciona como reverso exacto de la anterior Señales, donde la verdad y justicia devenían del ejercicio de la fe religiosa y la redención moral. Aquí, el fundamentalismo acarrea resultados funestos. Todo tiene lugar en un ambiente que evoca los relatos de Na- thaniel Hawthorne: una pequeña y pía comunidad puritana, enclavada en algún lugar indeterminado del Oeste Medio y regida por un consejo de ancianos, en la que todo el mundo se expresa con un lenguaje florido y anacrónico. Improbable cruce entre Testigo en peligro y una de monstruos, la detallada descripción del universo de la aldea –ancianos venerables, jóvenes excesivamente respetuosos, pedidos de mano y un aire general de represión sexual y moral– alternará de allí en más con los elementos propios de un film de terror.
Se habla de unos Innombrables, que viven en el bosque aledaño y tienen a la aldea sumida en una suerte de espanto primordial, casi lovecraftiano. Vienen de cobrarse una víctima, el hijo de unos pobladores, y a modo de amenaza siembran en el villorrio cadáveres de animalitos desollados. Los patriarcas tienen prohibido cualquier intento de aventurarse en lo que llaman “los pueblos”, ciudades más civilizadas que se hallan más allá del bosque. Dentro de ese universo de clausura se destacan el maestro (William Hurt), una viuda (Sigourney Weaver) y su hijo, quien está dispuesto a atravesar el bosque (Joaquin Phoenix), la bella muchacha ciega que quiere casarse con él (la debutante Bryce Dallas Howard) y el “tonto” del pueblo (Adrien Brody), quien terminará desencadenando una inesperada tragedia. Y, con ella, la primera y furibunda torsión narrativa de La aldea. Una de esas que no deben revelarse.
Narrada con el talento para la puesta en escena que jamás se le negó al realizador de Sexto sentido, a partir de la configuración de ese enemigo exterior daría la sensación de que La aldea se encamina a justificar, por vía de la fábula, el aislacionismo y el oscurantismo. Con todo el peso que estas nociones tienen en el contexto de la cultura, la historia y la política contemporáneas de los Estados Unidos. Ya cerca de la resolución, una lectura apresurada podría llevar a pensar que el nuevo film de Shyamalan (escrito, como de costumbre, por él mismo) apuesta en contra de la civilización y el progreso y a favor del regreso a una sociedad de bases puritanas. Se trata exactamente de lo contrario: si a algo apunta la endiablada construcción narrativa de La aldea es a deconstruir y refutar aquello que parecería pregonar.
Este sistema de desengaño calculado es de tal audacia que este presunto film de terror (género que Shyamalan cultiva, por encima de ningún otro) deviene en una suerte de fábula racionalista, de la que todo milenarismo quedará prolijamente erradicado. Hasta el punto de que la película entera parecería pensada como gigantesca impugnación de la anterior Señales, enteramente construida para sostener lo contrario.

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Bryce Dallas Howard, una de las habitantes del pueblo maldito.
 
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