ESPECTáCULOS › “CRUZ DE SAL”, OPERA PRIMA DE JAIME LOZANO
La caldera del diablo de El Adolfo
Por L. M.
“¿Preservar la familia justifica un crimen?”, se pregunta retóricamente la información de prensa que acompaña el lanzamiento de Cruz de sal, ópera prima de Jaime Lozano, veterano asistente y director de producción de Aníbal Di Salvo, Lucas Demare y Leopoldo Torre Nilsson, entre otros directores del pasado del cine argentino. Esa pregunta es también la que parece plantearse un comisario puntano (Juan Leyrado) frente a un hecho que sacude la eterna siesta del pueblo de San Luis que le toca custodiar: el cuerpo mutilado de una mujer desconocida tiñe de rojo sangre el bucólico arroyo de la zona. A partir de allí, surgen infinidad de hipótesis oficiales y de habladurías pueblerinas y parece que todos (y cualquiera) pueden ser el asesino, desde un “loco de la ruta” como el que se decía que perseguía a las prostitutas de Mar del Plata hasta el mismísimo comisario.
La acción se inicia un viernes a la tarde y para el lunes el crimen ya está resuelto, con una celeridad que ya querrían los organismos de seguridad y los seguidores de Juan Carlos Blumberg. Y eso que ese idílico pueblito hace quedar a la famosa Caldera del Diablo o, por caso, a los Twin Peaks de David Lynch, apenas como unos infiernillos. En tanto guionista y director, Lozano abusa de las acciones paralelas y pone todo en un mismo nivel de igualdad y confusión: un médico de pasado tenebroso en la ESMA; su hijo resentido e impotente; la madre sometida del muchacho; el bobo del pueblo que roba y carnea corderitos para los asados con las fuerzas vivas y se resiste a pagar los servicios sexuales que le provee una prostituta; el comisario que lleva una vida matrimonial infeliz y añora un futuro venturoso con su joven amante; la madre de un bebé robado en Tucumán, etc., etc. Todos estos personajes van y vienen sin ton ni son y la mayoría hace del comisario una suerte de cura confesor involuntario. La música omnipresente y machacona de Castiñeira de Dios promete un clímax en cada escena, los rayos y truenos amenazan con una tormenta que nunca llega y, como si todo esto fuera poco, hay flashbacks con escenas de torturas durante la última dictadura militar. Lo que se dice un fin de semana de locos.