ESPECTáCULOS › LA PELICULA “LOS TRES ESTADIOS DE
LA MELANCOLIA” IMPACTO EN EL FESTIVAL
El dolor no respeta ninguna frontera
El film de la realizadora finlandesa Pirjo Honkasalo, que diluye las diferencias entre documental y ficción, es un devastador alegato contra la guerra de ocupación rusa en Chechenia. En la muestra marplatense también se vio Tatuado, de Eduardo Raspo, la primera de las películas argentinas presentadas en competencia.
Por Horacio Bernades
Si esta edición de Mar del Plata se abrió con niños kurdos en medio de los bombardeos estadounidenses sobre Irak (en la película iraní-iraquí Las tortugas también vuelan), ahora, justo a la mitad de su desarrollo, la sala del teatro Auditorium volvió a sufrir una nueva conmoción, al enfrentarse con la devastadora realidad de los niños de uno y otro bando, durante la guerra de ocupación rusa en Chechenia. Adoptando un registro que hace indiscernible las diferencias entre documental y ficción, con Los tres estadios de la melancolía la realizadora finlandesa Pirjo Honkasalo asestó un golpe mayor sobre la competencia marplatense, dejando a todo el mundo petrificado en su butaca y sin muchas ganas de seguir adelante con la agenda de películas del día.
Exhibida en secciones paralelas de Venecia, Toronto y Tesalónica, entre otros festivales del mundo entero, Los tres estadios... es una de esas películas que llegan a competencia en Mar del Plata gracias a la reciente liberalización de las reglamentaciones internas de los festivales internacionales de cine, que ahora permiten que un film previamente exhibido en uno pueda competir en otro. Dividida en tres partes (que responden a los tres estadios del título), la película de Honkasalo muestra en el primer tercio el entrenamiento militar de niños huérfanos rusos. Un decreto promulgado por el gobierno de Vladimir Putin permite ponerlos a cargo del Estado e internarlos en la isla de Kronstadt, próxima a San Petersburgo, donde funciona un campo de entrenamiento especial. El segundo estadio (el más breve y tremendo del film) está dedicado a niños chechenos en plena zona de combate, mientras el tercero transcurre en un centro de refugiados, ubicado en una república vecina.
Documentalista de formación (algunos de sus films anteriores pudieron verse en ediciones del DocBsAs), en esta ocasión Honkasalo difumina absolutamente los límites entre documental y ficción, poniendo al espectador frente a una situación de máxima ambigüedad. Da toda la sensación de que el método es muy semejante al aplicado en sus películas por Abbas Kiarostami, en las que personas “reales” se recrean a sí mismas, poniéndose en situación de ficción. Como en los films del iraní, el efecto alcanzado es doble. Por un lado, Los tres estadios... tiene el impacto directo, el efecto de realidad propio de los documentales, con la cámara siempre en papel de observadora implacable. Pero a su vez, la película entera está construida con el rigor y la arquitectura propia de los films en los que el director controla todos los resortes de la narración. Algo que el mundo real no suele permitir.
Este doble juego adquiere una carga emocional casi insoportable en una escena filmada (¿reconstruida, recreada?) en un interior de Grozny, capital de Chechenia, donde una mujer a cargo de un refugio se ve obligada a separar a tres niños de su mamá, que, intoxicada por las emanaciones de los pozos petroleros estallados, se halla casi inmovilizada y no puede hacerse cargo de ellos. A su vez, el off informa que el padre de los niños murió en combate. Es una de esas escenas que mueven a preguntarse hasta dónde llegará quien está detrás de cámara, cuánto dolor mostrará, en qué momento cortará. Sin embargo y a diferencia de Las tortugas también vuelan –donde el realizador llega a crear suspenso con la duda de si un niño ciego pisará o no una mina– hay en Los tres estadios... un efecto de realidad que legitima todo su dolor, su carácter emocionalmente (e intelectualmente) devastador.
El dolor no falta (pero en un plano más asimilable, si se quiere) en Tatuado, segundo film de Eduardo Raspo, que fue la primera de las películas argentinas presentadas en competencia (Un año sin amor, de Anahí Berneri, llegará el viernes, para cerrar la muestra). Narrada con gran cuidado visual y estupendamente fotografiada (en video digital de alta definición) por el talentoso Marcelo Iaccarino, Tatuado narra el viaje de descubrimiento de un adolescente, a quien su madre abandonó cuando tenía sólo tres años, para morir poco más tarde. En ese viaje, en el que recorre varios pueblos de la provincia de Buenos Aires, el protagonista arrastra a su novia y a su padre, en momentos en que un hermanito acaba de nacer.
Es verdad que la película de Raspo (cuya ópera prima, Geisha, había sido muy poco estimable) puede llegar a resultar algo forzada en su tono tal vez excesivamente grave, que en algunos momentos alcanza una ominosidad al borde de lo impostado. Pero está muy bien filmada, sólidamente narrada y excelentemente actuada, con un magnífico debut de Nahuel Pérez Biscayart y ni una sola nota falsa en todo el elenco. Dicen que programadores de importantes festivales extranjeros ya le andan atrás, y suena bastante lógico que así sea.