ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LEOPOLDO FEDERICO,
QUE TOCA CON SU ORQUESTA EN EL TASSO

“A mí, el tango me ha hecho feliz”

El bandoneonista vuelve a tocar con sus músicos, que lo han acompañado por casi medio siglo. Heredero y gestor de las mejores tradiciones de su instrumento, Federico mantiene viva a su orquesta porque ésa es su concepción del tango.

 Por Karina Micheletto

Leopoldo Federico tiene un objetivo que parece haber elevado a la categoría de misión: mantener viva a su orquesta. Eso es lo que hizo durante 47 años y, asegura el bandoneonista, le costó mucho. No es fácil sostener una formación grande en estos tiempos. Pero él, dice, se hizo una promesa: con la orquesta, o nada. Así, Federico y un seleccionado de doce músicos de primer nivel (Nicolás Ledesma, Pablo Agri, Damián Bolotin, Pablo Mainetti, Horacio Romo, entre otros) siguen llevando adelante una orquesta de tango a la que definen como una familia. La Orquesta de Leopoldo Federico no realiza presentaciones muy seguido. Por eso, las de hoy y mañana a las 22, y el próximo viernes y sábado, en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575), serán una oportunidad para escuchar una formación que sigue haciendo historia.
Durante la entrevista con Página/12, Federico se refiere en todo momento a los músicos como trabajadores. Un detalle que, como en tantos otros oficios relacionados con el arte o el pensamiento, suelen olvidar quienes lo ejercen. En lugar de enumerar éxitos propios, este hombre repite que tuvo mucha suerte, que está agradecido a la vida, que el tango lo hizo muy feliz. Considerado uno de los mejores intérpretes de bandoneón, también autor de varias piezas recordadas, compañero de escenario de gente como Di Sarli, Caló, Maderna, Grela, Gobbi, Salgán, Piazzolla o Julio Sosa, por nombrar algunos, este hombre simplemente dice que tuvo suerte en la vida.
En su despacho de la Asociación Argentina de Intérpretes, entidad que preside desde hace 18 años, están colgados los afiches de las giras por Japón, otro autografiado por Piazzolla, diplomas y reconocimientos. Tras más de sesenta años con la música, Federico dice que le sorprenden algunos premios. “Parece que toda la recompensa está llegando sobre los finales”, dice, y sonríe de costado.
–¿Cómo hace para conjugar su trabajo como músico con el de presidente de una institución?
–Acá tengo mucho trabajo, pero con la música manejo los tiempos. No tocamos tanto como antes. Hoy con una orquesta es muy difícil tener continuidad de trabajo. Y a mí me resulta fatigoso, ante cada posibilidad de actuar, llamar a uno por uno para ponernos de acuerdo en la fecha, horario, lugar de ensayo, porque andan con sus propias cosas, no es por mala voluntad. Hoy los músicos trabajan a destajo, picotean... Tienen sus propios grupos, se van a trabajar afuera, o están en el Colón, en la Filiberto... Algunos tienen la suerte de tener algo estable, pero eso nunca va a ser la orquesta. Cada ensayo es todo un tema. Y yo no podría subir a un escenario con una orquesta improvisada. Ahora me organicé: hablo con un par y se ponen de acuerdo entre ellos. Cuando me llaman para ofrecerme actuaciones, derivo todo a los muchachos y ellos deciden en función de sus posibilidades. Los músicos de la orquesta me impulsan para que no la deje. La aman tanto como yo.
–¿Y por qué tanto esfuerzo con una orquesta, pudiendo tener una formación más chica?
–El esfuerzo es para mantener viva la orquesta, no la de Leopoldo Federico: la orquesta como institución. Para que la gente pueda tener la experiencia de tener en sus oídos el sonido de doce músicos. En sesenta años con la música tuve temporadas con tríos y con cuartetos. Como cuando falleció Julio Sosa, con la orquesta no pudimos mantener el ritmo de trabajo y cada uno se la fue rebuscando como pudo. Con Grela estuvimos cinco años, se disolvió la orquesta y tuve el trío con Berlingeri otros cinco años, después seguí en algunos tríos, hasta que en el ’76 formé la orquesta para llevarla a un viaje a Japón. A partir de ese momento todo lo hice con la orquesta. Es como que me hice, no digo un juramento, pero sí una promesa a mí mismo: si no trabajo con la orquesta, no trabajo. Me atreví a desafiarme de ese modo por amor a la orquesta.
–¿Y qué balance hace de ese desafío?
–Que he tenido tanta suerte... A veces siento que casi hago fuerza para desaparecer, para no actuar más, y de una manera u otra salen las cosas. Me llaman, digo que lo voy a pensar, pongo trabas, me convencen y siempre termino agradeciendo que hayan tenido paciencia para insistir. Al final siempre digo: ¡y pensar que me hubiera perdido esto! Porque ésas son las cosas que quedan en el recuerdo, las que valen, como el año pasado cuando toqué en el Colón para el Festival de Tango. Esa gente que te va a ver a un espectáculo gratuito, que no tiene cien pesos para pagar un cubierto en una casa para turistas, es la que sabe la verdad de la milanesa. Son los amantes del tango. No serán los mismos que me venían a ver a mí, porque muchos habrán muerto, pero el sentimiento está. Y, mientras pueda seguir adelante, uno siente que sigue latiendo a través de un bandoneón.
–¿Eso le pasa a usted?
–Claro. Si alguien se muere de viejo, enfermo, olvidado, su luz se va apagando de a poco, como le pasó a Tita Merello. Yo ahora físicamente no estoy muy bien, pero tengo la suerte de seguir en el ruedo. Los muchachos de la orquesta me dicen: “Cuando vos estás en el palco, se te van todas las ñañas y dolores”. Y es cierto.
–Siendo tan complicada de sostener y mostrar, ¿por qué cree que cada vez se forman más orquestas típicas entre los jóvenes?
–La verdad, no sé cuál es el misterio. No sé cómo hacen para sobrevivir. Hoy en el tango hay más oferta que demanda. No es como la gente cree, que todos se van al exterior y la pegan. Es como en el fútbol: muchos chicos soñarán con irse a probar a un club de afuera, pero resulta que los que lo logran son contados con los dedos de la mano.
–¿Y cómo ve a estos jóvenes que han vuelto a seguir el camino del tango?
–¡Como una bendición! Mire, si hace veinte años yo hubiera tenido que firmar la desaparición del género, hubiera dicho que sí, que está cerca. Pero no porque faltara público sino intérpretes. Y de repente aparecieron todos estos jóvenes, que me avergüenzo de no conocer de nombre. Yo me pregunto: ¿de dónde salieron, con quién estudiaron? Es como que vinieron a decirnos: acá estamos nosotros, los que vamos a continuar con todo esto. Ellos la tienen más difícil de lo que la tuvimos nosotros. La gente cree que éste es el mejor de los momentos. Y no es ni por asomo la fuente de trabajo que era en la época de oro, donde tenías radio, televisión, bailes, giras, cabarets, grabaciones por doquier.
–¿Hay algo que pueda criticarles a los jóvenes tangueros?
–Con el tiempo tendrían que superar las influencias de otros estilos que sienten al tocar. Hoy hay muchos que tiran a Pugliese, hasta el mismo repertorio y con los mismos arreglos, copiados del disco. ¿Cuál es el aporte? Y después están los que siguen con Piazzolla, repitiendo los arreglos del Quinteto hasta con la misma instrumentación. Pareciera que quieren demostrar que ellos pueden tocar como Astor. Cuando el creador de un estilo y una orquesta desaparece, hay que seguir buscando por otro lado. Es así desde que tengo uso de razón. Pero no los critico, hay que darles tiempo. En algún momento se van a dar cuenta de que tocar trescientas veces La yumba no es un aporte al tango.
–En los años más difíciles para el tango usted siguió trabajando. ¿Cómo vivió el cambio de época, de los años de oro a la caída del género?
–Yo siempre tuve mucha suerte. Por ejemplo con Julio Sosa, entre el ’60 y el ’64. Las grandes orquestas populares, que antes hacían bailes casi todos los días, en ese período casi no hacían bailes. Todos cayeron con el Club del Clan. Y, sin embargo, Sosa parecía de otro planeta, la juventud lo veía casi como un cantor de otro género. Ese período, que fue negro para el tango, yo lo pasé fenómeno. Y después, antes que hacer bailes, preferí tocar en boliches como Caño 14 o El Viejo Almacén, porque me garantizaban una continuidad. Era un trabajo de lunes a lunes, que muchos músicos rechazaban. Yo estuve años, casi como en un puesto fijo. Fui eligiendo las cosas y se fueron dando, por eso digo que tuve mucha suerte. Si tengo que hablar por mí, el tango nunca estuvo en crisis.
–En la película de Cristian Pauls (ver recuadro) se reproduce un diálogo epistolar suyo con Piazzolla. ¿A usted le tocó sufrir el famoso mal carácter de Piazzolla?
–Yo estuve con él en el ’46, y después con el Octeto. El del mal carácter habrá sido el que vino después de su Quinteto. Yo conocí a otro Piazzolla, divertido hasta cuando hacía arreglos. No hubiera soportado a un tipo de mal carácter, cuando uno está poniendo todo en lo que hace. En esas cartas discutíamos, pero en buenos términos. “La época del ’40 pasó, no podés seguir tan tradicionalista”, me decía él. Yo trataba de hacerle entender que no todo puede ser Piazzolla, que cada uno elige su camino.
–Además de tocar tango, ¿sabe bailarlo?
–¡No, no doy ni una vuelta! Pero sí sé apreciar al que lo hace bien. Hoy se baila mucho tango acrobático, para el show, y es inevitable, pero la verdad no es ésa.
–Cuénteme cómo es su bandoneón.
–Es un Tres B. El anterior, que tenía hacía más de cuarenta años, me lo robaron. Tengo otro Doble A muy bueno, preparado para tocar. Pero cuando llega el momento, no sé por qué, siempre agarro el otro.
–¿Y es quisquilloso con su instrumento?
–Quisquilloso no, soy exigente con la afinación. Yo sigo con mis afinadores de siempre, voy a morir al lado de ellos porque son los que me trataron toda la vida el instrumento. No quiero probar con otros: me sentiría un traidor. Hoy en día tienen tanto trabajo que hay que pedir turno, pero conmigo tienen un trato especial. Aunque también me retan. Porque si me pasa algo en alguna tecla del bandoneón, yo me animo a tocarla con una lijita o una lima, y si no la tapo y la anulo. Y ahí ya sé que a la próxima visita al afinador viene un reto: “¡Te dije que no hagas cosas raras!” “¿Y qué querés, que te lleve el bandoneón a las dos de la mañana y deje a todos esperando? En fin, son los gajes del oficio. No voy a andar perdiendo las mañas a esta altura del partido.

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