ESPECTáCULOS › PLACEBO LLENO EL LUNA PARK DE PUBLICO VESTIDO DE NEGRO
El imán de la androginia
El trío integrado por Brian Molko, Stefan Olsdal y Steve Hewitt deslumbró a su público en el Luna Park. Fue su primera actuación en una ciudad que conoce su música y la celebra.
Por Roque Casciero
Aunque tenga el pelo cortado como un colimba y lleve una camisa negra de mangas cortas bastante vulgar, a Brian Molko es difícil sacarle los ojos de encima: su figura y su voz andróginas son como un imán. Y en el Luna Park nadie quería perderse los movimientos del cantante y guitarrista, un frontman algo parco pero electrizante desde su producción musical. Recién vuelto de unas vacaciones en la India, donde zafó del tsunami de milagro, Molko no se parecía al de las típicas producciones fotográficas de Placebo, cargadas de glamour ciberdark (¿se habrán inspirado en ese look los Catupecu Machu?). Sin embargo, bastaba que Molko abriera la boca para que el público delirara: en su voz inconfundible y en sus riffs de guitarra se asienta la personalidad de Placebo, un trío con influencias que van desde el rock gótico de The Cure y Bauhaus (¡esos bajos!) hasta el glam rock de David Bowie y T. Rex. El Luna Park, apropiadamente, estaba poblado de miniMolkos. Chicos y chicas con los párpados y los labios pintados de negro, y el aspecto más andrógino posible, siempre con vestimentas oscuras. Porque no es preciso ser bisexual como el cantante para identificarse con esas perversas letras que hablan de ambigüedad (Nancy boy, Pure Morning), pero también de la angustia y la bronca adolescente (“Desde que nací empezó mi decadencia/ Ahora nada nada va en mi sentido”, dice Teenage angst).
Hace pocos días, en entrevista con Página/12, Molko había prometido un show basado en los hits del grupo. Y cumplió: las diecisiete canciones que hicieron el lunes pasado forman parte del compilado Once more with feeling / Singles 1996-2004. O sea, la clase de conciertos que pueden disfrutar incluso los recién iniciados. Pero debería haber pocos en el Luna Park, porque se escuchaba cada verso como si fuera un rugido del público. El fervor fue tanto que el cantante debió pedir que pararan de empujar a los que estaban más adelante: “Si alguien termina en el hospital, eso no es nada cool”. Era apenas la segunda (y última) vez que hablaba entre temas, más allá de un “muchas gracias” final. Quien sí se comunicó, y en un castellano más que decente, fue el bajista Stefan Olsdal: “Por fin estamos aquí”, dijo. “Este es nuestro primer concierto en la Argentina, pero no el último.” Dada la repercusión que tuvo el debut, no sería para nada extraño que repitieran pronto.
Los primeros en salir a escena fueron dos tecladistas invitados, confinados al fondo del escenario, donde las luces apenas si llegan. Pero ellos fueron los encargados de abrir con las secuencias de Taste in men, enseguida apoyadas por los demoledores golpes de Steve Hewitt. El aspecto del batero era cero glamour: parecía un motoquero heavy y tocaba con esa misma convicción. Olsdal fue el último en salir, cuando ya Molko iba por la mitad del tema. Enseguida sonaron el hitazo The bitter end (a propósito, ¿alguien había notado que Placebo tiene tantos hits?) y Every me, every you, que definitivamente levantaron la temperatura en el público. Protect me terminó con un solo de armónica noise a cargo de Molko, mientras Olsdal disparaba agudos con su guitarra. En Summer Rain el cantante cambió la guitarra por el sintetizador y encadenó el final del tema con varias estrofas de Like a hurricane, un himno del convalesciente Neil Young.
Apenas había pasado una hora de show cuando la banda se retiró tras una excelente Pure morning, pero regresó enseguida para hacer tres bises: 20 years, la novedad del compilado de singles; Teenage angst en versión desnuda a voz, piano y batería con escobillas; y Nancy boy, la canción que instaló a Placebo en la Inglaterra de 1996. Desde aquel año pasaron el britpop, la fiebre raver y el retro rock, y el trío siempre tuvo su lugar, como buena banda de culto. Pero los cinco millones de copias vendidas entre sus cuatro álbumes también hablan de un grupo popular, que no se limita al ghetto de los mini Molkos. Tras diez años de carrera, Placebo demostró, aquí y ahora, estar en un gran momento. Y su debut en la Argentina fue la confirmación de que hay rimmel negro y riffs crudos para rato.