ESPECTáCULOS › “LA CASA DE LAS DAGAS VOLADORAS”, LA NUEVA
PELICULA DEL DIRECTOR ORIENTAL ZHANG YIMOU
Cóctel de acción, coreografía y melodrama
El nuevo film del director está más cerca de Héroe que de Esposas y concubinas, pero a la vez encuentra una buena síntesis entre la historia de amor y la acción estetizada por todo lo alto.
Por Horacio Bernades
Elevar un género popular a su versión más sofisticada y superespectacular. En eso parece residir el proyecto que Zhang Yimou viene llevando adelante, en Héroe y ahora en La casa de las dagas voladoras. En ellas, el realizador de Ju Dou y Esposas y concubinas –cuyo refinadísimo gusto estético bien podría ser definido como aristocrático– lleva el género conocido como wuxia pian (equivalente de lo que en Occidente se conoce como “aventuras de capa y espada”) a extremos operísticos. Lo cual, paradójicamente, no es otra cosa que un regreso a las fuentes, ya que fue en la ópera china donde el género nació. Puestas una al lado de la otra, Héroe y La casa de las dagas voladoras parecerían representar el momento en que el género es elevado a un grado máximo de acumulación estética, previo tal vez a su estallido definitivo.
No parece aventurado suponer un grado de cálculo en la operación de Zhimou, en tanto viene a continuación del éxito internacional y los Oscar de El tigre y el dragón (2000), la película que instaló al wuxia pian como nueva ficha del megaespectáculo global. Poco del cine anterior de Zhang Yimou permitía entrever –en aquellas películas de época, regidas por el más opulento academicismo– la derivación hacia un género que siempre se rigió por las puras coordenadas del humor, el placer y la acción física. Sin embargo, el suntuoso escapismo de Héroe ya hacía pensar que el realizador de Sorgo rojo y Qiu Ju supo hallar el puente entre unas y otras. La casa de las dagas... no hace más que confirmarlo. De Héroe a La casa..., la fórmula parecería reiterarse: formato de gran espectáculo, elenco integrado por superestrellas de Extremo Oriente y altísimos valores técnicos (la dirección de fotografía, el uso del color y las escenas de acción vuelven a dejar boquiabierto).
Si en Héroe fungía un supergrupo integrado por Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung y Zhang Ziyi (la chica de El tigre y el dragón), en La casa... a esta última se le suman el galán japonés Takeshi Kaneshiro (a quien Wong Kar-wai había utilizado en Chungking Express y Fallen Angels) y el astro de acción hongkonés Andy Lau, dueño de una foja larguísima, que incluye la trilogía Infernal Affairs (que además codirigió). Observando con más cuidado, se verá que de una a otra, antes que reiteración hay variaciones, corrimientos, profundas disociaciones incluso. La acción vuelve a tener lugar en el lejano pasado, el siglo IX esta vez, cuando China era una e indivisible. Pero ahora se invierte la interpretación histórica: en lugar del canto al emperador autocrático se celebra la rebelión, encarnada por un grupo de robin hoods locales, enfrentados al Emperador y sus representantes. Se hacen llamar “La casa de las dagas voladoras” en referencia a su arma favorita, especie de boomerang afiladísimo y letal.
Los capitanes Leo (Lau) y Jin (Kaneshiro) deciden infiltrar a los conjurados, secuestrando a la hermosísima Mei (Ziyi), muchacha ciega a la que suponen miembro de la secta, por más que se haga pasar por cortesana en un burdel de las inmediaciones. Es el comienzo de un verdadero espiral de pistas falsas, redes de intrigas e inesperadas revelaciones, que recuerda la estructura de trampas narrativas de Héroe, escrita por los mismos guionistas. Como es consustancial al género, un desfile de escenasde acción a todo trapo puntúa el relato. Hay una espada china ciega (¿versión femenina de Zatoichi?) que pelea como si tuviera cuatro ojos, flechas detrás de las cuales la cámara sale disparada, saltos ornamentales que se convierten en vuelo, acrobacias inauditas, cuatro flechazos que dan cuenta de cuatro rivales y una antológica megasecuencia en medio de un bosque, en la que las cañas de bambú son utilizadas para impulsarse y saltar, como cerco, lanza, dardo y trampa.
Hasta aquí, nada demasiado diferente de lo visto en Héroe, lo cual convierte de por sí a La casa... en una película deslumbrante. Pero entre las eclosiones acrobáticas va tomando forma, ahora, una tragedia de amor a tres puntas, que Zhang Yimou hace crecer con tiempos cada vez más demorados y solemnes, y planos cada vez más cercanos. Allá por la hora y pico de metraje, lo que era un intrincado film de espionaje con vestidos de época derivó ya en ópera lisa y llana, con los amantes envueltos en lágrimas, encuadres apretados y la orquesta en plena efusión romántica. Como quien ataca por la retaguardia, el suntuoso, estilizadísimo ejercicio de estilo ha dado lugar a una suerte de Madame Butterfly con espadas. Si la tradición del melodrama estaba presente en Sorgo rojo, Ju Dou y Esposas y concubinas, es como si en La casa... aquel lujoso ropaje se hubiera hecho carne. Carne de melodrama, de esas que todo lo arrasan a su paso. Incluidos el género mismo, la cabriola, la capa y la espada, que parecen haber quedado atrás para siempre.