ESPECTáCULOS
Para los enviados al Mundial 2002, los días tienen más de 24 horas
Algunos de los cronistas televisivos cuentan sus experiencias de trabajo a contratiempo en los extraños ambientes de Japón y Corea.
Por Julián Gorodischer
Cada día es así de arduo: duermen poco, los recargan de trabajo, viajan en colectivo y se sorprenden (o decepcionan) frente al silencio en los estadios. Los enviados especiales a la copa del mundo Japón-Corea 2002, los enviados de la crisis, se privan del café –que por allí promedia los veinte pesos–, y recuerdan esos buenos viejos tiempos (en Estados Unidos ‘94 o Francia ‘98) en los que una tribu de técnicos y opinadores despilfarraba dólares a tono con el uno a uno. “Estamos trabajando el doble de lo que trabajábamos en Francia”, dice Fernando Niembro desde Japón, ante la consulta de Página/12. “Son más programas, más partidos y menos periodistas. Dormimos en los aviones o en los remises que nos llevan a los aeropuertos. Antes, la cobertura se enriquecía con aportes de ex jugadores o técnicos, y en ‘El equipo del Mundial’ sólo lo tenemos a Carlos Bilardo como apoyo.” En Buenos Aires, ese arduo trabajo tiene una respuesta más bien escasa en términos de rating. Un ejemplo: el partido Alemania-Irlanda promedió 5.1 puntos en América (con la dupla Niembro-Closs), menos de la mitad de los 11.2 que midió en canal 7.
El dinero es un problema para los enviados, que tienen que trasladarse a través de largas distancias o pagar los básicos, y ven cómo las cuentas se incrementan peligrosamente. Los montos disponibles para la transmisión nunca fueron tan bajos, y el dilema de cómo hacerlo al menor costo se renueva día a día. “La cobertura de los entrenamientos se complica”, explica Mariano Closs, de “América Mundial y “El equipo del Mundial”. “Es difícil desplazarse a los distintos lugares con facilidad, por la escasez de gente y por el alto costo de los pasajes. Muchas veces hay que terminar resolviendo desde los centros de prensa y con lo que se tiene. Si pensás en pesos te dan ganas de quedarte en el hotel; una hamburguesa te puede costar veinte pesos.”
Los conflictos no se reducen, sin embargo, a la moneda. “Nadie habla inglés; los japoneses te dicen siempre ‘a little’, y les empezás a hablar y no entienden nada”, cuenta Gonzalo Rodríguez, el cronista de “Caiga quien caiga”. “Yo manejo algo de japonés, y eso me ayuda para moverme en taxis y colectivos. Pero una cara sin ojos rasgados les parece muy extraña.” También se sorprenden ante el silencio de los estadios. Según cuenta Closs, “el público local mira el partido al estilo de un teatro, como si estuvieran sentados en una butaca, entendiendo el deporte con un sentido totalmente distinto al que podemos asignarle los argentinos”. “Cada partido es comparable a un videojuego: una cancha muda”, describe Rodríguez. “El silencio de los japoneses es rotundo. A mí se me desmitificó el Mundial: es frío. Apenas se escuchan unos gritos cuando la pelota está cerca del arco. Es la primera vez que tengo que cubrir uno y, sinceramente, tanto silencio me provoca decepción, o más sorpresa que decepción.”
Asignado al “color” y los márgenes del fútbol, Rodríguez tiene a su cargo algo más que la crónica o el relato de partidos. Lo suyo es el retrato del “ponja” simpático, diferente del “ponja” alelado que construye “El show de Videomatch”, aunque igualmente arquetípico. “Yo trato de contar lo deportivo desde otro lado, con otra mirada -.dice– y hacer notas de color, sobre todo por manejar algo de japonés, porque ellos no se comunican de otra forma; cuidan su cultura en su propio idioma.”
Juan Yankilevich, en Corea por ESPN y Canal 7, define algunas diferencias según el destino asignado: “En Japón todo es muchísimo más caro. Ellos son más estrictos y disciplinados que los coreanos. Son cuadrados, no se apartan nunca de un esquema predeterminado. En cambio, acá podés cruzar por la mitad de la calle y nadie te dice nada. El coreano es más parecido al porteño. Uno va con un coreano y lo puede convencer de entrar a un área prohibida. En un Mundial de Europa no se podría hacer nunca”.