ESPECTáCULOS › “TANGUERA”, UN NOVEDOSO ESPECTACULO MUSICAL DE OMAR PACHECO

La vida en crudo, al principio de todo

El director, experimentado en el teatro de investigación, le otorga un peso dramático importante a su primera incursión en el campo de los
musicales, trabajando una estética pensada para el nivel internacional.

 Por Hilda Cabrera

La inventiva para instalar el contrapunto en escena y crear situaciones larvadas o de breve vida es una de las cualidades de este musical tanguero, que sorprende por su intensidad expresiva y su depurado rigor, a pesar de las convenciones en que descansa. Estas surgen ya en el primer cuadro, aplicadas al aluvión de inmigrantes que desembarcaron a comienzos del siglo pasado en Buenos Aires. Entre esas convenciones figura el tono “romántico” impuesto por algunos autores al fenómeno de la inmigración. Pero este enfoque queda aquí rápidamente cortado por la irrupción de un grupo de rufianes de traje ceñido y chambergo que, obviando todo trámite formal, se llevan consigo a las muchachas más atractivas. Queda así expuesto, de modo abrupto y sin mediar palabra, que la trata de blancas era una rutina en aquel Buenos Aires de comienzos del siglo XX, cuando el 80 por ciento de la población estaba conformada por extranjeros, muchos de ellos varones solos.
De ese mundo surge la protagonista, el típico personaje de la Francesita, protagonizada por la bailarina Mora Godoy (también a cargo de la coreografía). En la sencilla historia que propone Tanguera, esa muchacha es una de las tantas jóvenes traídas al país con engaños, promesas de casamiento o en general de una vida mejor, según indican incontables testimonios. En el mundo del tango y el teatro dejaron constancia de ello autores como el dramaturgo Alberto Vaccarezza, letrista de Francesita, la historia de una muchacha de Lyon, “boulevardera” en París, que siguió a su hombre. Traicionada por éste, acabó anclando en las noches porteñas.
El paso fantasmal de un organillero –especie de poeta perdido en el tiempo– que atraviesa el escenario, convertido durante el primer acto de Tanguera en brumoso puerto, abre y cierra esta historia a ratos sombría y a menudo brillante, como se aprecia en las secuencias bailadas con arrogante desafío en un patio de conventillo o en un cabaret. El diálogo no se entabla a través de la palabra sino, esencialmente, del gesto y la danza. Por su lado, los temas cantados sirven para enlazar escenas o explicitar sentimientos. Son diversas las emociones así transmitidas, según se trate de situaciones prototípicas o más complejas, como las que definen los arrebatos de la pasión.. El duro trabajo de los estibadores y la prepotenciade los cafishios están a la vista, “ilustrados” por la banda sonora, la escenografia, las luces.
En este ambiente conformado por inmigrantes y malevos, políticos, mafiosos y trabajadores, prostitutas y chicas de barrio se va tejiendo una historia de amor, cuyos protagonistas son la francesa Giselle y Lorenzo, el provinciano que carga bolsas en el puerto. Dos personajes a los que la realidad les juega en contra. Iniciada por una Madama (papel a cargo de la bailarina María Nieves), Giselle termina siendo propiedad de Gaudencio, tratante de blancas, cuchillero y experto bailarín de tango. El director Omar Pacheco recurre a los contrapuntos para potenciar cada escena. Esta marcación surge tanto de la disposición escenográfica como de la iluminación, de la música (original, o basada en arreglos de temas clásicos), el canto (con letras de Eladia Blázquez) o la coreografía. Ejemplo de esto último es el dueto coreográfico de amansamiento que protagonizan la Madama y la pupila debutante (Nieves y Godoy), y el diseño acrobático y de violentos giros y quebradas creado para la escena de sometimiento de Giselle por el cafiolo Gaudencio.
Tanguera no se encasilla, dato central para apreciar en toda su dimensión el trabajo del director y el de los otros artistas que participan de este musical, que suma nuevos elementos a los tradicionales. Es así como se cruzan piezas como “El choclo”, de Angel Villoldo (uno de los temas del cuadro primero, donde la cantante Lidia Borda interpreta “Tierra de promisión”), con arreglos que introducen un aire español o ruso para representar el alud inmigratorio. Es en esa secuencia en la que aparece Giselle, a quien se verá luego en una casa de chapas de La Boca, durante un cumpleaños convertido en fiesta por los danzarines.
Para cuando Borda canta “Es Giselle”, el espectáculo ha desplegado ya toda suerte de ritos cotidianos y artimañas para la supervivencia, con el asomar de los puñales como ejercicio cotidiano en esa vida pendenciera. “Mala junta” (de Julio de Caro y Laurenz) subrayará ese desafío diario, y el del torbellino que los bailarines expresan con sus firuletes y su revoleo de piernas, quizá excesivo. De todas formas, ni la espectacularidad acrobática ni el testimonio costumbrista limitan este montaje, que bucea con ánimo experimental en la danza, la música y la creación de imágenes simbólicas. La profundidad de “Melancólico” y la vivacidad de “Nocturna” (dos composiciones de Julián Plaza) se cruzan con pasajes de fuerte expresividad, como el que transcurre en un prostíbulo, esa casa “donde el bien se vende mal”, según canta el personaje que compone Borda, también protagonista en el show del cabaret que regentea el rufián Gaudencio en colaboración con la Madama.
El amor, como una posibilidad de rescate, es uno de los temas que enmarca este montaje, que no prescinde de los arquetipos pero tampoco elude los contrasentidos, expuestos con sutileza y humor. Esta duplicidad abre el camino hacia una demitificación de aquel cuadro social y permite desplegar de otra manera la misma historia, que se cuenta de modo multidisciplinario. Por ello resulta natural asistir a un final gozoso, que absuelve al drama y en el que irrumpe con toda su fuerza el tema que atraviesa y da nombre al espectáculo: Tanguera, compuesto por Mariano Mores en 1955.
La rigurosidad del trabajo y la fluidez con que se suceden las escenas conforman un espectáculo dramático y lúdico a la vez, que muestra con cierta extrañeza la vida en crudo de un tiempo lejano, soñado o contado sin palabras por un organillero que se pierde en la neblinosa sombra de un muelle.

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La bailarina Mora Godoy brilla en “Tanguera”, como la francesa.
El espectáculo está aquí tres semanas y después inicia una gira mundial.
 
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