ESPECTáCULOS
Los Montesco son del Rojo, los Capuletto fanas de la Academia
Rubén Pires y Manuel González Gil explican el montaje de la “opera rantifusa” “El romance del Romeo y la Julieta”, que estrenan hoy.
Por Cecilia Hopkins
Es la primera vez que los directores Manuel González Gil y Rubén Pires encaran un espectáculo en codirección. Aunque nunca antes habían compartido con otro las responsabilidades propias de una puesta en escena, aceptaron el desafío de trabajar en conjunto ni bien supieron que ambos tenían la intención de poner la misma obra. “La dirección es un trabajo tan solitario, de tanta presión –reflexiona González Gil– que resulta muy descansado hacerlo de a dos, más allá del enriquecimiento personal que trae el confrontar puntos de vista.” La obra en cuestión es una de las tres piezas escritas por Julio Tahier, (la más conocida es Gotán) un médico pediatra apasionado por el tango que comenzó a dedicarse al teatro recién después de haber pasado con creces los 50. Aquel texto, que originalmente se llamó Cantando un tango a Romeo, se estrenará hoy en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, con el nombre de El romance del Romeo y la Julieta. Los roles protagónicos estarán a cargo de Florencia Peña y Guillermo Fernández (el mismo Guillermito que cantaba en Grandes Valores del Tango, en los 70) secundados por un nutrido elenco de actores, cantantes y bailarines, acompañados por una orquesta dirigida por Federico Mizrahi.
Estrenada en 1984 bajo la dirección del autor (incluso con Pires integrando el elenco) la obra –que por entonces tuvo un formato mucho menos espectacular– sigue fielmente el argumento de Romeo y Julieta, de Shakespeare, aunque desde una óptica humorística. Y haciendo honor al subtítulo de ópera rantifusa que le puso Tahier, entrelaza el parlamento de los personajes con fragmentos de tangos y milongas, a veces respetando la letra original y otras, innovándolas. Se trata del mismo recurso que el autor usó en la exitosa Gotán, obra que González Gil ya llevó a escena en dos oportunidades, cada vez con mayor despliegue.
Los directores tienen perfiles teatrales bien diversos. Hace 25 años que Pires produce teatro en el circuito independiente (Marat-Sade, de Peter Weiss, fue su puesta más renombrada) salvo cuando estrenó Los indios estaban cabreros, de Agustín Cuzzani, y El pasajero del Barco del Sol, de Osvaldo Dragún, en el teatro Cervantes. González Gil, por su parte, es reconocido por obras destinadas a un público más abarcador, como fueron sus puestas de El diario de Adán y Eva, Inodoro Pereyra, Los tres mosqueteros y Porteños, entre muchas otras. En la entrevista, coinciden en afirmar que intentan que, ante todo, el público se identifique con lo que sucede en escena. “Buscamos un teatro que genere belleza artística y un ida y vuelta con el espectador”, apunta Pires. “Y si hay humor, mejor todavía.” Ninguno de los dos oculta que le interesa hacer un producto que la gente consuma. “El teatro comercial es el que se hace para hacer dinero y yo no hago teatro pensando en un negocio... hago sencillamente lo que me gusta”, subraya González Gil. Pires acota: “El hecho teatral requiere público, es difícil sostener un teatro hecho para los amigos o para un guetto”.
Los directores apuestan a que el lenguaje porteño que plantea El romance... –tan ajeno a los espectáculos de tango for export, como puntualiza Pires– seduzca a la platea, convirtiéndose en un ingrediente decisivo para promover su participación afectiva con lo que sucede en el escenario. “El código actoral que buscamos –sigue Pires– tiene que ver con la tradición de nuestro actor popular, de manera que el espectáculo tiene que ver con lo que Peter Brook definió como teatro tosco, al margen de que también hay una gran dosis de distanciamiento, en la medida en que los actores también toman el rol de relator.” En cuanto a la escenografía y el vestuario (obra de Pepe Uría) se ha optado por obviar cualquier imagen remanida vinculada con el tango. Si bien los directores subrayan que se ha mantenido el espíritu de la obra, los cambios introducidos son de todo tipo: en esta versión hay baile, mayor cantidad de fragmentos detemas utilizados (en el original eran 132, ahora son 150, entre tangos de las más diversas épocas, milongas, zarzuelas y boleros). La puesta al día del texto no deja al margen de la historia ni a los piquetes ni a la falta de efectivo, sean dólares, pesos o patacones. Además, la enemistad que existe entre Montescos y Capuletos se verá potenciada por dos hinchadas de Independiente y Racing, con sus cánticos característicos.
En su trabajo conjunto (y en el desarrollo de la entrevista) González Gil y Pires descubrieron que tienen muchos puntos de vista en común y que hasta coinciden en algunas experiencias de formación: ambos pasaron por la Facultad de Derecho y los dos fueron seminaristas por un tiempo, antes de estudiar en el Conservatorio de Arte Dramático. La diferencia estriba en que, por azar, cada uno se vinculó con un sector diferente de la Iglesia. En el caso de González Gil, (autor de El loco de Asís en lo que define como su “etapa mística”) supo establecer contacto con “las órdenes de los franciscanos y los maristas, una parte de la Iglesia que me gusta, que hace mucho trabajo social”. Pires, en cambio, es más crítico en base a su experiencia con corrientes menos progresistas del clero. “Creo que la Iglesia tiene una responsabilidad política en muchas cosas que han acontecido en el país y en general, pienso que no lleva a la práctica lo que enuncia de palabra”, dice. Será por esto que en sus puestas siempre encuentra el modo de concretar una crítica al costado perverso de la Iglesia. Y en ésta no hace una excepción: “En El romance..., Fray Lorenzo (el sacerdote que ayuda a los amantes a escabullir las sanciones de sus respectivas familias) es un cura muy procaz, que va y viene rodeado de una corte de viudas”.