ESPECTáCULOS
“Nuestro fin de semana”, o la clase media original
La opera prima de Roberto Cossa, escrita entre 1958 y 1962, cuando presidía el país Arturo Frondizi y la Argentina inauguraba otra etapa en su sistema capitalista, vuelve en una despojada puesta de Hugo Urquijo.
Por Hilda Cabrera
Centrado en el ambiente doméstico de un sector de la clase media porteña, este nuevo montaje de Nuestro fin de semana, opera prima de Roberto Cossa, escrita entre 1958 y 1962, expone de modo realista, pero con un estilo sutilmente indirecto, las similitudes y divergencias de un grupo humano, sus aspiraciones y fracasos. Esta forma de acercamiento produce, en principio, la impresión de que aquello que se ve no es sino un mundo de apariencias. De ahí que reconocer a estos personajes como propios implica hoy una tarea adicional, sobre todo para el público joven, que no conoció o puede no entender ciertos comportamientos de la época. Porque entre aquel pasado y este presente no sólo hubo cambio de actitudes sino también varias hecatombes. Por entonces presidía el país el desarrollista Arturo Frondizi y la Argentina inauguraba otra etapa en su sistema capitalista. En un plano individual, se intensificaba la competencia en el mercado, y el éxito personal era una meta posible para el sector que Cossa retrata. Esto explica en parte el paralelo que habitualmente se traza entre el personaje de Raúl, el postergado vendedor de máquinas de escribir de esta pieza, y el famoso Willy Loman de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, estrenada en Estados Unidos en 1949. Sin embargo, y a pesar del tiempo transcurrido, aún se mantienen vivos muchos de los anhelos incumplidos de esos individuos grises. Y es justamente a esas ilusiones periódicamente enarboladas a las que se refiere Nuestro fin de semana, obra que subió a escena en marzo de 1964 en el Teatro Río Bamba, con Juan Carlos Gené en el papel de Raúl y Federico Luppi en el de Carlos. En la reposición, plasmada ahora en la Sala María Guerrero del Teatro Cervantes, la escenografía es, contrariamente a lo que podría suponerse, decididamente intemporal y escasa en utilería. Esta vez los elementos identificadores no se hallan en el mobiliario sino en la vestimenta, la música con temas de época y los diálogos mismos, sencillos y sintéticos, levemente irónicos y a veces poéticos.
En esta “pieza de situación”, el dueño de casa, Raúl (papel a cargo de Pablo Alarcón), festeja por anticipado la posibilidad de convertirse en vendedor independiente, abandonar la condición de asalariado (sentida como una carga) y progresar económicamente. Mientras espera a sus amigos y a su futuro socio Fernando (César Vianco), más joven y exitoso que él, la actividad en la casa se desarrolla según ciertos códigos. Estos incluyen la preparación del asador y el acopio de bebidas. Cumpliendo con el mandato de dejar la casa a punto para el convite, Beatriz (Rita Terranova), esposa de Raúl, recrea a la mujer convertida en símbolo de equilibrio emocional. No se trata sin embargo aquí de radiografiar costumbres, sino de mostrar formas de incomunicación y extrañamiento respecto del entorno. Por ello, un asunto pueril puede resultar patético.
Si bien el director Hugo Urquijo tiende a no subrayar aquello que abruma, se detiene en el contrapunto (explícito en el texto) que se genera entre lo que ocurre en el interior de la casa y el afuera, desde donde llega la música a cuyo son Alicia (María Socas), una de las invitadas,desearía bailar. Más reprimidos, los anfitriones Beatriz y Raúl no se dejan atrapar por esa algarabía. Ellos están entre los que planifican escrupulosamente su cotidianidad y huyen de la rutina del trabajo, o quizá del problema de infertilidad que los aqueja, preparando comilonas de fin de semana.
Aunque se advierte la tentación del autor de tirar de hilos ocultos, estos personajes de Cossa no implosionan, tal vez porque lo imprescindible no es en ellos la catarsis sino aprender a “pasar el tiempo”. Por eso la importancia de saber qué atmósfera conviene a cada escena y a cada historia. Y ése es uno de los logros de Urquijo, quien conduce al elenco con inteligencia y una minuciosidad a ultranza, a veces incluso de manera artificiosa, como en el caso del personaje de Elvira (Marita Ballesteros), cuyas turbaciones y añoranzas resultan características de quienes adoptan como única forma de resistencia no vivir plenamente. La comicidad es otro elemento que se destaca en la puesta, especialmente a través de los personajes de Jorge (compuesto por un excelente Diego Peretti), Daniel (el histriónico Roly Serrano) y Sara (Marcela Ferradás). En oposición a éstos, Carlos (Daniel Miglioranza) aparece como el individuo atado a la mística del viaje y a su complemento, la aventura, que en su caso es decididamente la fantasía de una fuga.
Opera prima transparente y al mismo tiempo generadora de múltiples lecturas, Nuestro fin de semana revela el carácter de cronista social de su autor, de la temprana capacidad de Cossa para captar lo que está en el aire. Raúl es, en definitiva, el eterno desplazado, pero, a diferencia del célebre viajante creado por Miller, a él no le está permitido el suicidio. En esta historia, los personajes se angustian, pero sin llegar a esos extremos. Por el contrario, hallan consuelo en la espera (aunque sea vana), en el desconocimiento del error e incluso en la parálisis psicológica, preludio de nuevas hecatombes. En lugar del grito, optan por el portazo, semejante en el interior de cada cual a ese otro que suena reiteradamente tras cada escena como si fuera la tapa de un ataúd. Un golpe de efecto acaso ingenuo. Un signo más de las varias disonancias que el espectador atento puede llegar a captar y descubrir en esta comilona de antihéroes.