ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA DESDE MAÑANA UNA COLECCION DE CINCO DISCOS DE CAETANO VELOSO
El pentacampeao de la música mundial
Está por cumplir sesenta años y es uno de los artistas más importantes de la historia de la música popular del mundo entero.
Esta nota repasa la relación de su vasta obra con su propia vida y explica por qué estos cinco discos dejarán a los lectores con ganas de más Caetano. Cuenta también por que fué famoso cuando era un cachorro y cómo era la historia de que de chico era bueno para todo, menos para comer y dormir.
El Che Guevara aún estaba vivo y Caetano Veloso ya era famoso en Brasil. Hecha la afirmación, una pequeña aclaración sobre el adjetivo famoso, que hoy se usa por igual para hablar de genios, peluqueros, futbolistas, modistas y modistas, gatos, periodistas y actrices en leve ascenso. Caetano era televisivamente famoso en el año 1967 del siglo pasado: lo conocían y admiraban millones y millones de brasileños que, sin embargo, no habían comprado jamás un disco suyo. Caetano se había convertido en famoso... porque era la figura clave de un programa de entretenimientos, que se llamaba Esta noite se improvisa. El joven bahiano había llegado a esa condición utilizando una virtud –¿o un don?– que sería clave en su futura carrera: una increíble memoria musical. Caetano es, ha sido y probablemente será un artista de prodigiosa relación con el pasado. Acaso por eso, por su vasto conocimiento del territorio en que se desenvuelve, Caetano fue un músico revolucionario: supo desde los comienzos de su carrera qué tenía para aportar de diferente y en qué cadena de evolución se situaba su novedad.
En la lógica de aquel programa hipermasivo que presentaba, desde San Pablo, TV Record, el conductor Blota Jr. hacía girar un bolillero y extraía, en un momento de alta tensión, una bolilla, en la que la producción había escrito una palabra. Blota Jr. leía esa palabra con pompa y boato, en medio de una altisonante música de suspenso, como sacada de una película que Alfred Hitchcock nunca filmó. Cada uno de los competidores debía, a partir de ese instante, encontrar una canción que incluyese esa palabra, y cantarla de inmediato. Aquel bahiano flaco y de african look en la cabellera parecía acomodado: casi inevitablemente se anticipaba a sus compañeros de elenco y ganaba la ronda. Más de una vez, algún integrante del público sugirió a los gritos que había trampa, pero eso no era cierto. Cuando el cuarto de hora del programa pasó, el nombre y la cara de aquel joven bahiano eran más que conocidos en Brasil. Había ahí, empero, un capital artístico a desarrollar.
A fin de año, Caetano se casó por primera vez con Dedé Gadelha. Un año más tarde, junto a otro grupo de revoltosos jóvenes de los 60, entre ellos Gilberto Gil, Tom Zé, Gilberto Gil, Gal Costa y María Bethania, lanzó al ruedo cultural brasileño un movimiento que haría andar las ruedas de la historia: el tropicalismo. Un intento, definiría después, “por inyectar rock a la bossa nova”. Caetano tenía por entonces 26 años, y era una esponja que absorbía y absorbía los estímulos de una era en que jóvenes de medio mundo intentaban tomar los cielos por asalto. La era de la psicodelia y la lucha armada, la minifalda y la píldora anticonceptiva, Pelé superstar y Frank Sinatra cantando “Garota de Ipanema”, la literatura de vanguardia y el nuevo periodismo, la revolución cubana y el cinema novo de Glauber Rocha, la fórmica y el teatro del oprimido de Augusto Boal, los Rolling Stones y Brigitte Bardot, el amor libre y la nouvelle vague. El tropicalismo como movimiento duró poco y fue más que nada una declaración de principios: pronto los caetánicos comprendieron que la bossa nova era una de las más poderosas invenciones culturales brasileñas y que el rock podía entenderse como un lenguaje anglosajón que había que incorporar a los usos latinoamericanos de a poco, sin atragantarse. En cuanto a lo de inyectar, dejaron de hacerlo.
En Caetano convivían una formación musical de chico que escuchaba la radio en un pueblo del interior de Bahía mientras su mamá planchaba, en los años 40 y primeros 50 –había nacido en Santo Amaro do Purificao, el 7 de agosto de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial–, y una cultura académica cimentada por su paso por la Facultad de Filosofía y Letras de Salvador, en una era en que todo estaba en revisión. Su hermana María Bethania era ya a la altura del Mayo Francés y antes de la Primavera de Praga aplastada por los rusos un icono de la izquierda orgánica brasileña, pero Caetano encontraba a sus militantes dogmáticos. Ellos no amaban el bolero, ni escuchaban a Roberto Carlos, ni miraban los programas cursis de televisión, ni tenían dudas sobre todo, como él. Los patrulleros ideológicos le parecían, además, improductivos: brillaban en el diagnóstico, pero carecían de capacidad creativa. E incluso recreativa. Hacerlo público le valió un enorme silencio en derredor cuando la dictadura militar lo obligó a exiliarse, poco después. La policía allanó una habitación del hotel en que se alojaba, junto a Gil, durante una gira, y encontró suficiente marihuana para que ambos fumasen una semana. Los pusieron en un avión, acusados de ser un mal ejemplo para la juventud. Caetano nunca pidió disculpas por ser un bahiano alborotador. Pero jamás pudo olvidar la tristeza de sus años de exilio en Londres que, sin embargo, fueron muy sustanciosos para su carrera. Imaginen Londres al comenzar los 70. Todo bien. Ahora imaginen a un bahiano en el invierno inglés. Todo mal. Caetano suele contar que lo más impresionante que le pasó allí fue recibir la visita de Roberto Carlos, que fue a cantarle un tema que le había compuesto, intentando mitigar su pena. El tema se llama “Debaixo dos caracois dos seus cabelos”. Caetano suele asegurar que ese tema le ayudó a entender que había un futuro mejor que aquel presente.
Cuando nació aquel chico bautizado Caetano Emanuel Tiana Teles Veloso, sus padres, dona Canó y zeu Zeca, ya tenían otros seis hijos y en Santo Aamaro había apenas 30 mil habitantes. Su madre contó así su infancia: “Caetano siempe fue muy diferente a mis otros hijos: más calmo, más callado. Saltaba mucho, pero nunca fue un deportista. Nunca jugó al fútbol, lo que lo hacía rarísimo en Brasil. La casa tenía un patio enorme y un sótano gigantesco, y todos los amigos de los chicos venían a jugar aquí. Les gustaba inventar juegos, hacer fiestas, tocar el piano. Caetano aprendía todas las canciones: las que inventaban, las que yo cantaba, las que pasaban por radio. Incluso nos sorprendía cantando canciones que uno no sabía cómo ni de dónde aprendía. Recuerdo una vez, que en un acto de la escuela, cantó una versión de ‘Torna a Sorrento’, llena de agudos, que a todo el mundo le encantó, pero nadie sabía cómo había aprendido. También bailaba mucho; cha cha cha, samba, foxtrot. Y todo eso lo hacía con mucha naturalidad, sin ostentación. Nunca me dio trabajo, salvo para dormir y comer. Poco comía y nada dormía, como ahora. A veces con un café con leche y pan se llenaba hasta el día siguiente. Le tenía miedo a la noche. Lo que más le gustaba en todo el año era el Carnaval”.
Los datos de los tres párrafos anteriores son claves para entender la obra de Caetano, una vez que dejó de ser el chico famoso de la televisión paulista y empezó a construir su verdadera fama, esa que lo acompaña hoy en cualquier lugar del mundo que está, y que lo sobrevivirá. Esa fama estaba a medio hacer en los años del exilio y empezó a ser muy vasta cuando regresó a Brasil, casi como un héroe civil. Caetano es un artista caleidoscópico, de una voracidad notoria: ha procesado en canciones buena parte de lo que aconteció en su derredor en los últimos cuarenta años, sin detenerse jamás por demasiado tiempo en una estación. Es, además, un artista completo, que se expresa componiendo, cantando (en varios idiomas), arreglando, bailando, escribiendo, grabando, montando espectáculos, filmando, actuando, etc. En casi todos los rubros es excelente (canta como los dioses, escribe como el diablo, baila que da envidia, etc). Pero antes de todas las expresiones de su arte, Caetano es un pensador. Un hombre sin preconceptos dispuesto a detenerse en cada cuestión para encontrar un punto de vista propio. De ese pensador surge el artista: un hombre que procesa la realidad, incluyendo su realidad personal, y la devuelve a la sociedad convertida en una obra de resonancias plurales. Un artista suele decir lo que la gente no puede (no sabe, no alcanza, no gusta) decir.
Desde aquellos años de muchacho bahiano que triunfaba en la televisión de San Pablo hasta este presente de figura de absoluto relieve internacional, mimado por la crítica de Nueva York y París, de Milán y Tokio, de Londres y Madrid, de Buenos Aires y Roma, Caetano ha sido muchos artistas: el revoltoso contra la bossa nova y el fan número uno de la bossa nova, el icono de una nueva generación y el veterano al que todos los nuevos le apuntarán, el más rocker de los tropicalistas y el más tropicalista de los rocker, el más sofisticado y el cursi sin medias tintas, el despectivo de los medios masivos y el crítico de cine de uno de ellos, el profeta acústico y el mesías eléctrico, el artista establecido y el más controvertido etc., etc., etc. Ha construido una obra tan impresionante como su figura pública, que está por llegar ya a los cuarenta discos editados, sin contar recopilaciones o reediciones, que las hay a granel. ¿Cómo elegir cuatro de esa obra, entre todos los posibles? Página/12 presenta desde mañana su decisión al respecto, una seguidilla de piezas de colección que permiten un ingreso a las claves de este hombre de 60 años que a veces se siente un suizo viviendo en Brasil, pero que suele marchitarse por dentro cuando se aleja demasiado de su ración diaria de agua de coco, acaso recordando el invierno de 1971 en Picadilly Circus.
Colores y nombres, que aparece con la edición de mañana, es un disco fundamental entre los discos fundamentales de Caetano. Editado hace exactamente veinte años, Cores y nomes nació como clásico, por su acumulación de canciones destinadas a saltar la barrera del tiempo, entre ellas “Queixa”, “Sina” y “Ele me deu un beijo na boca”. Gilberto Gil, Gal Costa y María Bethania lo acompañan en Génesis, Djavan en “Sina” y el por entonces pequeño Moreno Veloso llena de magia con su vocecita “Um canto de afoxé para o bloco de Ilé”. Los que vieron el año pasado en Buenos Aires a Moreno al frente de su propio grupo o adquirieron su formidable disco Máquina de escribir música disfrutarán al escuchar este tema de la prehistoria de la historia del segundo Veloso con condiciones fuera de serie para la música. Colores y nombres es un disco luminoso, esperanzado y desconflictuado, producido por un artista que, al pisar los cuarenta años, encontraba, por fin, un reconocimiento definitivo a sus condiciones, sobre todo en Brasil, donde su carácter de nato polemista lo había enfrentado numerosas veces con algunos de los críticos más influyentes.
El segundo de la colección Caetano de Página/12 es la contracara del primero, y en lo suyo casi insuperable. Extranjero, de l989, es un disco de choque y ruptura, el de un artista que ha decidido salir de cualquier comodidad posible y va rumbo a nuevos desafíos. El rap “O Estrangeiro”, una disquisición impresionante sobre la identidad brasileña, marca el tono polémico del trabajo, en el que Caetano se rodeó de algunos artistas de la vanguardia neoyorquina, llenos de sonoridades contemporáneas y distorsiones. El charme de “Os outros románticos” –sobre un secta imaginaria que creó una religión cuya símbolo era el sexo de Pixote– y el divague fumado de “Genipapo absoluto” harán topar al público neófito con un Caetano extrovertido y con ánimo de controversia, como dispuesto a demostrar al mundo que es mentira eso de que el tiempo otorga madurez.
El tercero de la serie, que aparece el domingo 21, es Circulado vivo, el explosivo registro en vivo del disco con que Caetano saludó a comienzos de los 90 la supuesta vigencia de un Nuevo Orden Mundial regido por Estados Unidos. En este trabajo conviven algunos de los múltiples perfiles caetánicos: el de intérprete excepcional de canciones de su memoria histórica –escuchen si no sus versiones de “Black or white” ¡de Michael Jackson! o “Jockerman”, de Bob Dylan–, el de eximio en el arte de la bossa nova –se mete nada menos que con “Chega de saudade”, un tema con olor a papá Joao Gilberto–, el de buceador de la cultura popular que muchos intelectuales miran de costado –canta un tema del repertorio de Carmen Miranda, “Disseran que un voltei americanizada”–, el de lírico evocador de una Bahía ensoñada –“Itapoa”–, el amigo de Roberto Carlos –“Debaixo dos caracois dos seus cabelos”– y hasta el admirador consuetudinario del tango, que ingresa en “Mano a mano” con la sola autoridad de su talento. Ni hablar de “Sampa”, “O leaozinho” u “Oceano”. No es un disco: es un bocado de cardenal.
Para el cuarto domingo de julio, un disco reciente, que al editarse en Estados Unidos le permitió ganar un Grammy y que sus videos rotaran porlos canales musicales de medio planeta: Livro. Es posible que Livro haya sido el disco más elogiado de toda su trayectoria, acaso porque es, también, uno de los más “cultos” o porque Caetano ha pasado a ser canónico hasta para sus enemigos: una canción única sobre la influencia de los libros en la vida de los que los aman, una oda de amor por Alejandro Magno que se cruza con una reivindicación de su bisexualidad, una canción a Manhattan, otra a Tom Jobin, etc. Ingresar en caetanolandia por Livros es como ingresar al cine de la mano de El ciudadano Kane.
Caetano y chico juntos y en vivo, el quinto, es todo lo contrario. Si Livro es la perfección, este registro en vivo de un concierto de 1972 en el teatro Castro Alves de Bahía es de un imperfección notable, llena de resonancias. En principio, Chico Buarque de Hollanda y Caetano volvían a Brasil después de haber estado exiliados en Italia y Londres, respectivamente. En segundo lugar, entre aquel carioca blanco hijo de diplomáticos y aquel mulato bahiano educado musicalmente por la radio había un abismo, por entonces. En tercer orden, Chico era un intelectual orgánico y Caetano un artista disolvente. Un concierto no cambia el mundo, pero aquél le mostró a miles de fans de uno y otro que tenían muchas más cosas en común que diferencias. La magia del encuentro, a treinta años, sigue siendo un punto alto en la carrera de ambos.
En un mundo ideal, Página/12 debería editar todos los discos de Caetano. Tal vez, queridos lectores, este primer paso resulte, como reza el final de Casablanca, el comienzo de una bella amistad. Por algo se empieza ¿no?.