ESPECTáCULOS
Encuentro cercano del tercer tipo, pero con los hábitos religiosos
Ficción y realidad, juventud y vejez, belleza y fealdad son los polos con que el hijo de Palito construye su primer largo, una experiencia valiosa. En “Señales”, Mel Gibson prueba que sólo se trata de creer o reventar.
Por Martín Pérez
Una mañana. Un padre durmiendo. Un campo. Un despertar. Un ladrido. Una carrera entre el sembradío. Una hija, que le pregunta al padre: “¿Vos también estás en mi sueño?”. Un espacio vacío que se abre entre los altos tallos. Una cámara que se eleva para mostrar a la extraña familia de dos hombres, dos niños y dos perros sorprendida ante el extraño claro en su plantación, que forma un aún más extraño dibujo. Que sólo se puede ver desde el aire. Y que, por supuesto, es una de las razones del título del tercer opus de la filmografía exitosa (sexto en su filmografía completa) de M. Night Shyamalan, el director de un sorpresivo éxito como Sexto sentido, que filmó Señales como se ha comenzado este párrafo. De detalle en detalle, de primer plano en primer plano, y de sorpresa en sorpresa.
Tal como lo demostró con el sorpresivo primer megaéxito de su carrera, Shyamalan es un director con un especial talento para los géneros populares. Con ese ánimo revisitó las historias de fantasmas en Sexto sentido y las de superhéroes en El protegido –tal vez la mejor de sus revisiones–, mirándolas de cerca y cargándolas de humanidad, como lo han hecho todos los revisionistas populares, de Marvel en adelante. Esa es la mirada con la que Shyamalan enfoca esta vez las historias de extraterrestres en su último film, una especie de encuentro del tercer tipo entre Encuentros cercanos del tercer tipo y Día de la Independencia.
Con una rara habilidad para el detalle y un humor que no distrae sino que alimenta la trama, Señales se toma todo el tiempo del mundo para contar la historia de una familia atrapada en el centro de una invasión extraterrestre. Una familia con dos niños sufrientes, un tío abnegado y un padre que es también un “padre”, un cura que ha dejado los hábitos y renegado de sus creencias luego del terrible accidente que lo privó de su mujer.
Con una sagaz economía de recursos narrativos, lo que ha hecho en realidad Shyamalan es la anti-Día de la Independencia. Si aquél era un clásico film de clase B pero con una nueva generación de efectos especiales a su servicio, aquí se ofrece un clase B pero sin efectos especiales, sólo con los manierismos narrativos del bajo presupuesto estilizados al máximo. La invasión extraterrestre que está en el centro narrativo de Señales tiene poco de invasión y también muy poco de extraterrestre, y sólo muestra la creciente angustia cotidiana por la inminencia de ambos. Todo un logro que, cuando sea violentado en el afán de dar un poco más a ese ojo entregado después de tanta promesa, sólo logrará traicionar todo lo hábilmente construido previamente.
Hábil narrador y talentoso revisitador de géneros, luego de aquel “Veo gente muerta” Shyamalan ha hecho también de la doble revelación una marca de fábrica. Un movimiento que repite en Señales, pero confirmándolo aquí también sólo como populista ambicioso. Si aquella exitosa revelación final de Sexto sentido también le quitaba mérito a la estilización del film, transformando la melancolía de sus imágenes urbanas en apenas un truco más, el epílogo de Señales –que, nobleza obliga, apenas si se puede mencionar en esta crítica– violenta no sólo la estética elegida o incluso el género convocado, sino que también lo hace con la religiosidad invocada a tal efecto. Y con todo el entretenimiento que entrega Shyamalan en la película que está antes de ese golpe de gracia.