ESPECTáCULOS
“Paradójicamente, el despertar nos permite soñar un país mejor”
En “Lo que va dictando el sueño”, la pieza que estrena hoy, Griselda Gambaro ensaya un atípico cruce entre los sueños y la realidad.
Por Hilda Cabrera
Los títulos de las seis escenas de Lo que va dictando el sueño, obra de la dramaturga y novelista Griselda Gambaro que se estrena hoy en la Sala Casacuberta del San Martín, pueden servir de guía para introducirse en una historia quebrada, donde los sueños y la realidad conforman un entramado tan inquietante y poético como la frase en que se inspiró la autora: “Lo que va dictando el fuego”, de Sor Juana Inés de la Cruz. Escrita en 1999, pero nunca antes llevada a escena, será además publicada en las próximas semanas por el grupo editorial Norma. Los nombres que preceden a cada escena son “Sueño perfecto”, “Algo se mezcla”, “En otra época”, “Recomposición imposible”, “Rebelión del soñado” y “Lo que va dictando el sueño”. Casi un rompecabezas donde cada pieza (el personaje y su situación) adquiere significados que se develan y modifican. Conducida por Laura Yusem (una de las directoras que más trabajó en el montaje de obras de Gambaro), la pieza cuenta con un elenco de primer nivel: Alicia Zanca, Jorge Suárez, Horacio Peña, Julia Calvo y Luis Machín. La música es de Carmen Baliero, el diseño de luces Roberto Traferri y el vestuario y escenografía de Graciela Galán. En esta historia, la protagonista (Ana) se sitúa en el bando de quienes, cercados por la hostilidad, hallan refugio en los propios sueños.
En diálogo con Página/12, la autora desbroza sueños y pesadillas y aporta datos. "Se trata de el sueño de lo deseado pero en un espacio que no es el real, sino ese otro en el cual la realidad se introduce en el sueño y éste a su vez en aquella”. En esa zona de tránsito se produce un combate, cuya consecuencia es a veces la destrucción del sueño. De ahí la pregunta que plantea la obra, de la existencia o no de la autonomía del sueño y de la posibilidad de “volver a soñarlo”. Esa continuidad implicaría un resguardo no sólo de la fantasía sino de la esperanza: Ana sueña con un viaje en velero junto a su hermano y con otras formas de atenuar una circunstancia penosa, como aquella por la que atraviesa un anciano olvidado por su familia en un geriátrico. O la de plasmar un anhelo que ahuyente el horror y el miedo.
Emociones que Gambaro retrató de modo diferente en sus obras, entre otras las iniciales Las paredes, El desatino y El campo y las posteriores a la publicación de Ganarse la muerte (1976), novela prohibida por la dictadura, que obligó a la autora a exiliarse en España, de donde regresó en 1980, participando poco después en el Teatro Abierto 1981 con Decir sí. La opresión social y política y la complejidad de las relaciones personales son materias a apreciar en sus narraciones y piezas, escritas en su mayoría para “intranquilizar conciencias”, como Antígona furiosa, La casa sin sosiego, Es necesario entender un poco, Dar la vuelta, De profesión maternal, y en sus numerosas piezas breves, algunas de éstas reunidas en un único espectáculo. Un ejemplo es En la columna, donde se escenificaron Segundas opiniones, Caminos indirectos y Razones de espacio.
–¿Cuánto modificó el montaje a un texto escueto pero generador de imágenes como Lo que va dictando el sueño?
–La puesta de Laura me sorprendió un poco. En el paso que va de la obra escrita a la escena uno mismo descubre otros significados, por ejemplo que el sueño de Ana se conecta muy fuertemente con nuestra Argentina, hoy tan patética. Sacando la imagen, bastante convencional en mi texto, de un velero y de una isla en mar abierto, los suyos no son grandes sueños. Al contrario, se relacionan con gustos simples, como el deseo del viejo internado en el geriátrico de comer bizcochitos con grasa, o fumarse un cigarrillo, o asistir a una velada en el Colón. Este montaje revela más exactamente en qué lugar (o país) estamos soñando.
–¿Qué problemas plantea mantener vivo un sueño?
–Muchos, pero sobre todo cómo lograr que el sueño, algo tan impalpable, sea creíble en el teatro, que es un espacio bien concreto, sin tener queapelar a una parafernalia de humos y otros elementos. Con Laura decidimos que éstos no eran necesarios. En la obra, el paso de la realidad al sueño, y viceversa, está dado por la actuación.
–Y, supuestamente, por la dualidad de los personajes...
–Los “soñados” no son dóciles siempre. A veces se niegan, y hasta de manera cruel, a ser tal como Ana quiere.
–¿Por eso la “recomposición” de esta historia parece imposible?
–Eso se percibe cuando los soñados se muestran muy rebeldes. Esta es una obra que exige una lectura cuidadosa. Los personajes pasan continuamente de la vigilia al sueño, y al revés. Esto descoloca, y hasta puede angustiar. Creo que la forma en que se encara la actuación es fundamental. Aclara mucho qué se está buscando. En la lectura “no está cantado”. Ahí no puedo imponer ni el sueño ni la realidad: trabajo con la fantasía de quien está leyendo. En esta puesta tengo a mi favor un elenco que es devoto de la obra. Me encariñé con los ensayos a los que asistí y creo que me va a costar ver la pieza desde la butaca. Para mí es muy traumática la presencia del público.
–La muerte y el desamparo son temas básicos en esta obra. ¿Los relaciona con este tiempo y con el propio país?
–Sí, pero no de una manera dolorosa, porque a pesar de la infelicidad de este momento, pienso que cuando los seres humanos se reconocen en el desamparo, como sucede en Ana y el Viejo, se abre un camino, distinto y posible de ser transitado. Y tanto en la realidad como en el sueño, que está siempre ahí, a la espera de que uno se acerque a él. Las ideas de desamparo y muerte tienen mucho que ver con nuestra situación actual de habitantes de una Argentina sin proyectos ni programas a futuro.
–¿Advierte una mayor conciencia en la población?
–La actitud de la gente indica que hoy los argentinos están despertando. Hasta hace poco nuestros problemas permanecían subyacentes, demasiado tapados y con ninguna gana de verlos. Es importante estar despiertos, porque eso nos da, aunque parezca contradictorio, más impulso para atrevernos a soñar con un país mejor, para acercarnos a los que están, como nosotros, desamparados. Si uno tiene presente ese desamparo, lo reconoce y se une a los que están en una situación semejante podrá avizorar formas de pelear por un deseo colectivo de crecimiento.
–¿Tiene en preparación algún otro texto?
–No, porque entre los ensayos y el estreno no encuentro la serenidad que necesito para escribir. En el teatro la exposición es muy fuerte. Es una suma de voluntades, y poner en escena una obra propia requiere un impudor que a mí me sigue costando. En los estrenos me inquieta todo, los silencios del público, las opiniones. Me sensibilizo demasiado. No aprendí a tomar distancia.