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“La mano del mercado no es invisible: no existe”

El premio Nobel Joseph Stiglitz habló ayer en Buenos Aires sobre los manejos del neoliberalismo y el doble standard con que se maneja el FMI: no permite aquí lo que admite en EE.UU.

 Por David Cufré

En 1994 se produjo una violenta caída del precio internacional del aluminio. Antes de que hubiera pasado un mes del momento de mayor depreciación, uno de los lobbistas habituales de esa industria acudió al Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Entre un grupo de asesores económicos del entonces presidente Bill Clinton se había jugado una apuesta: uno pronosticó que el lobbista tardaría menos de seis semanas en aparecer reclamando un rescate estatal para el sector. El asesor acertó, pero no pudo prever el final de la historia. El lobbista exigió que el gobierno estableciera un cartel mundial del aluminio y, créase o no, lo consiguió. El lobbista era el presidente de Alcoa, una de las firmas más importantes del sector. Su nombre es Paul O’Neill, secretario del Tesoro del actual presidente de EE.UU., George Bush.
Joseph Stiglitz narró la anécdota con satisfacción, sintiendo que volvía a marcar las contradicciones del poder económico mundial, papel que evidentemente lo conforma. El Premio Nobel de Economía, que se encuentra en Argentina para promocionar su libro Malestar de la globalización, era el asesor de Clinton que había apostado sobre O’Neill. Stiglitz también fue economista jefe del Banco Mundial. Por haber ocupado esos espacios, sus críticas a la lógica de funcionamiento de los organismos de crédito internacionales, y en especial al FMI, lo han convertido en una celebridad entre los grupos antiglobalización. Su presencia en el país al mismo tiempo que se desarrolla el Foro Social Mundial se explica en que aquí se evidencian de manera visceral las consecuencias del sistema económico que se impuso por más de una década.
Stiglitz comenzó su conferencia de ayer en el Banco Ciudad apuntando, justamente, contra el “Consenso de Washington” que estableció las bases económicas en toda América latina durante los 90. “El resultado de esas políticas ha sido calamitoso”, adjetivó. El economista precisó que en la región el crecimiento económico fue decepcionante, mientras que en el caso puntual de Argentina hubo un período de expansión entre 1991 y 1994, pero no como resultado del éxito del esquema de privatizaciones, apertura comercial, tipo de cambio sobrevaluado y libertad para el movimiento de capitales, sino como rebote de la década perdida de los 80. Aquellas políticas, por el contrario, generaron la situación de debilidad estructural que terminó en el estallido de 2001.
El economista remarcó que haber confiado en la autorregulación del mercado fue el pecado original. “Siempre digo que la mano invisible del mercado es invisible porque no existe”, ironizó. Fue allí que insertó la anécdota sobre O’Neill, para mostrar como “el fundamentalismo de mercado que está detrás de las ideas del FMI” no se aplica para el caso de Estados Unidos. “En mi país el 25 por ciento del crédito lo asigna el Estado”, informó. “El Estado reconoce que hay enormes sectores a los que no les llega el crédito y entonces interviene de manera activa”. Los ejemplos que mencionó fueron los préstamos para la vivienda, a los estudiantes, a los pequeños agricultores y a las pymes. Su recomendación para la reforma del sistema financiero argentino fue que se refuerce el papel de la banca pública, y que el Estado oriente líneas de crédito de la banca privada hacia pymes y exportadores.
“Cuando en Estados Unidos se adoptó esa política, la primera reacción de la banca privada fue una dura oposición. Pero después reconoció que prestar a los sectores minoritarios puede ser un buen negocio. Argentina debería hacer lo mismo y Estados Unidos no podría oponerse”, sugirió. El presidente del Banco Ciudad, Roberto Feletti, aprovechó la ocasión para señalar que hay presión del FMI para ajustar a la banca pública, lo que atribuyó a la demanda de la banca privada para recuperar posiciones perdidas. Stiglitz, quien había pedido comentarios a su audiencia sobre la situación del sector financiero, terminó con otra de sus máximas sobre lasreglas de juego que impone el poder económico: “Los perdedores siempre quieren volver al punto exacto en el tiempo en que más dinero ganaban”.

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Stiglitz fue un alto funcionario del establishment financiero mundial, al que critica con conocimiento.
 
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