ESPECTáCULOS › “CAMINO A LA PERDICION”, UNA DE GANGSTERS SEGUN SAM MENDES
Lluvia, balas y una tragedia familiar
El director de “Belleza americana” eligió un tono sombrío para relatar una historia de mafiosos que se apoya en las máscaras de Paul Newman, Tom Hanks y el siempre perverso Jude Law. La argentina “NS/NC”, en tanto, cuenta sus historias de vida a través de la larga destrucción de un piano.
Por Horacio Bernades
Como si la posmodernidad hubiera llegado tempranamente a su fin, y con ella la desconfianza por los grandes relatos, el cine de Hollywood parece tomar otra vez con toda seriedad los viejos cuentos, y habría que ver cuánto tiene que ver en esto esa brutal caída en la ley de gravedad producida el 11 de setiembre de 2001. Dejando de lado la inevitable resurrección del cine bélico, películas como El señor de los anillos, Montecristo y hasta El hombre araña dejan de lado toda ironía y prefieren contar el cuento con sobriedad y transparencia. No otra cosa se propone, ahora en relación con el género de gangsters, Sam Mendes en Camino a la perdición.
No deja de ser raro que quien entrega esta severa muestra de tragedia familiar-gangsteril sea el mismo dramaturgo británico que se hizo famoso de la noche a la mañana con Belleza americana, una película enteramente basada en la distancia irónica. Si allí todo estaba teñido de colores pop, plástico suburbano e imaginería kitsch, aquí se impone, desde el comienzo mismo, un tono grave y ominoso y una sobria, casi puritana reconstrucción de época (la película transcurre a comienzos de los años 30, en Chicago y alrededores), todo bañado por la iluminación francamente fúnebre de Conrad Hall –el mismo fotógrafo de Belleza americana– y realzado por el sinfonismo de Thomas Newman en la banda sonora. Por debajo de las divergencias de tono e intención, en el corazón de Camino a la perdición parecería latir el mismo tema que en Belleza americana: la familia disfuncional, aquí tanto en su variante biológica como en la adoptiva.
Basada en una novela gráfica de Max Allan Collins y con guión del indiscernible David Self (autor de un tenso drama histórico-político como 13 días y de un mamarracho como La maldición), hay una primera esfera familiar en Camino a la perdición, que se dibuja alrededor de Michael Sullivan (un parco y circunspecto Tom Hanks). Narrada desde los ojos del hijo mayor, la película de Mendes sigue las líneas del relato de iniciación a partir del instante en que, en medio de la rutina familiar, Michael Jr. descubre sobre la cama la .45 de papá. Más tarde la verá en acción, desencadenando la tragedia familiar y la posterior huida de padre e hijo rumbo a un pueblito llamado Perdición, donde paradójicamente esperan quedar a salvo del largo brazo de la mafia. La condición de matón a sueldo no impide que Michael Sullivan sea un padre de familia absolutamente tradicional, que brega para que su hijo no siga sus pasos. Sin embargo, cuando las papas quemen terminará convirtiéndolo en cómplice.
A su vez, Connor Rooney, muchacho de gatillo fácil, recela a su todopoderoso padre John (Paul Newman, viejo e imponente) por culpa de Michael, a quien aquél tiene por hijo adoptivo, y será ese sentimiento primario el que haga precipitar la sangre propia y ajena. Si hay en Camino a la perdición tanto mar de fondo como en una tragedia clásica, no por ello deja de ser una de gangsters. Aquí, la fatalidad suena a balas, y éstas atruenan como cañonazos. Pero no necesariamente se ve el momento en que dan en el blanco. Respondiendo al mejor canon del género, Mendes pone en escena los tiroteos como si se tratara de verdaderos rituales de muerte, planteándose una puesta en escena distinta para cada uno. Utiliza en algún caso el fuera de campo, en algún otro un revelador reflejo sobre un ventanal, finalmente la total anulación del sonido ambiente para acentuar el carácter elegíaco que marca el clímax del film. Mayor carga de morbo (y un refrescante soplo de novela barata) tienen los crímenes de un asesino a sueldo, fascinado con fotografiar la muerte (Jude Law, tan perverso como de costumbre).
Podrá señalarse, con razón, que Mendes no siempre sortea con fluidez el límite que separa lo serio de lo solemne, lo grave de lo envarado y el pathos del diseño de imagen. Tal vez sobren sombreros aludos, sombras y lluvia, y falte algo de temperatura emocional. Hasta es posible que el guión se permita excesivas licencias y la película toda sea menos profunda de lo que pretende. Pero si algo no puede negársele a Camino a la perdición es una alta dosis de densidad, artículo que el cine de Hollywood no anda regalando todos los días.