ESPECTáCULOS
El lapsus
“Hay una anécdota que nunca conté, pero que creo que el paso de los años ya me autoriza a hacerlo. A mediados de la década del ’70, yo estaba haciendo en el San Martín Romance de lobos, de Ramón del Valle Inclán, dirigido por Agustín Alezzo. Era una obra que siempre llenaba el teatro, era difícil conseguir entradas. Hasta que un buen día vino la orden de que para la función del viernes siguiente no se podía vender entradas porque era función exclusiva de ‘la Municipalidad’. A mí eso ya me dio bronca, porque mucha gente hacía largas colas para conseguir entradas y no me gustaban ese tipo de privilegios. Pero, bueno, acepté. Empezó la función y cuando empecé a hablar me di cuenta de que la voz retumbaba más de lo común. Entonces miré de reojo a la platea, y de pronto vi que no había más de 45 personas en la sala. Eso me hizo juntar más bronca, pero seguí actuando. Hasta que, en determinado momento, yo debía correr una lápida para hacer un monólogo, pero el mecanismo se trabó. Si hubiera habido público, hubiese continuado como si nada. Pero, embroncado como estaba, me levanté y dije: ‘Señores, como la lápida no se corre, se levanta la función’. Y me fui para el camarín gritando ‘los cagué, los jodí a todos’. Y en ese momento, Alezzo me miró seriamente y me dijo que si no retomaba la escena no me saludaba nunca más en la vida. Y tuve que volver a hacer la obra con mi vergüenza a cuestas. Claro que de las 45 personas, sólo quedaba un puñadito. Creo que fue la única obra que hice para trece personas.”